Cada familia una escuela, por Gioconda Cunto de San Blas
Tatu, al igual que todos los niños finlandeses, desde su ingreso al primer nivel fue animado a desarrollar habilidades y compartir proyectos educativos con sus compañeros y maestros, con el uso de computadoras y digitalización, en ambientes confortables, arquitectónicamente de primer orden. Su pizarrón es una pantalla inteligente donde el maestro y los alumnos interactúan sobre temas seleccionados. Los libros son electrónicos. Ya en cuarto grado domina los idiomas finlandés e inglés, aprende alemán y en sexto grado comenzará a estudiar sueco.
Sin diferencias de clase o género, todos los niños de Finlandia reciben la misma educación gratuita de altísima calidad, guiados por maestros escogidos entre una élite de universitarios con títulos de postgrado, quienes gozan de un alto reconocimiento social y remunerativo, contribuyendo a que su país esté ahora en los primeros puestos a nivel mundial en materia educativa y en desarrollo nacional.
Tatu, al igual que otros 1.400 millones de niños alrededor del mundo, está hoy confinado en su hogar como medida preventiva contra el contagio por el virus SARS-Cov2, causante del covid-19.
En estos días sigue el curso desde su casa, usando el sólido entramado educativo presencial y digital construido como política de estado por los sucesivos gobiernos de diferente signo que han gobernado a Finlandia en los últimos 60 años.
Yuneisy, mientras tanto, es una niña venezolana que vive en uno de esos pueblos olvidados del interior, y que al igual que sus primos Yusmary y Deivi en Caracas, está también en reclusión doméstica. Ya antes de la crisis del coronavirus, Yuneisy asistía a clases en una escuelita destartalada donde los maestros, más por mística que por retribución monetaria, enseñan en condiciones precarias, con sueldos miserables que no llegan a US$ 6 (seis) mensuales (un reciente “bono de Semana Santa” por valor de Bs. 4.750, equivalente a US$ 0,03, tres centavos de dólar, agrede con otra humillación al gremio docente).
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Sometida a un programa ampliado con apuro para la ocasión, bajo la prometedora denominación de “Cada familia una escuela”, Yuneisy, sus primos y compañeros de clase entienden que el confinamiento es necesario como protección contra el contagio, pero no se explican cómo van a seguir un programa docente completo por vía digital o aprendizaje a distancia, cuando en sus humildes casas no tienen internet, mucho menos teléfonos inteligentes y algunas veces ni televisor (el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos reveló que 63% de los venezolanos no cuenta con servicio de internet en el hogar), y aunque su vecina solidaria sí tiene conexión, ésta es muy lenta (apenas 2,83 Mbps en Venezuela para banda ancha, según Speedtest Global Index, el penúltimo lugar en un estudio de 141 países).
El programa también incluye clases por televisión. Pero Yuneisy vive en una zona donde la señal de los canales llega de forma intermitente, cuando hay electricidad, de manera que ella no puede cumplir a cabalidad con las tareas exigidas.
El programa “Cada familia una escuela” supone que en todos los hogares hay miembros de la familia con conocimientos y capacidad para acompañar el aprendizaje de los estudiantes.
Yuneisy se pregunta cómo es que su mamá va a enseñarle cuando a duras penas terminó el 6º grado, al embarazarse de su padre, ese ausente en su vida. Sus primos al menos tienen unos padres bachilleres.
El programa además supone que los docentes pueden convertirse de la noche a la mañana en profesores a distancia, sin haber sido entrenados en las herramientas de estas tecnologías, siempre bajo la política de improvisación que mueve al régimen en materia educativa: la de Eudomar Santos (“como vaya viniendo vamos viendo”) y la ideologización forzosa de los alumnos a todos los niveles.
María Eugenia Mosquera, directora de Vale TV, televisora dedicada por dos décadas a trasmitir programas educativos, nos señala que la televisión abierta no está diseñada para dar clases, pero se convierte en un referente esencial para niños y adolescentes, de ahí la importancia de los contenidos y la responsabilidad frente a las audiencias. Y añade que “dar clases por televisión requiere de una señal abierta (gratis) dedicada a ellos 24 horas al día, con una estructura de contenido académico que intente llegar al público más amplio y que sea adaptado por especialistas en televisión. Eso requiere tiempo, capacidades y dinero”… ninguno de los cuales parece estar disponible.
“El modelo educativo que estamos desarrollando es reflejo de la sociedad que queremos”, han clamado repetidamente desde Miraflores. Nunca mejor dicho: una sociedad de vasallos poco preparados y no de ciudadanos bien formados.