Cambio posible, cambio real, por Simón García
La exigencia principal por hacerle hoy a la política es que actúe para favorecer cambios que pongan fin a lo se califica como el peor momento histórico del país.
Una respuesta, en prevalencia de oleadas destructivas, que requiere un liderazgo que sea mejor a los que tuvimos en el pasado. Hay que verificar si se tiene y, en caso contrario, proponerse su formación.
La tarea de liderar el país – y no solo una plataforma de partidos – hacia su reconstrucción integral, va más allá de las posibilidades de un dirigente carismático. Esa no es la divisoria.
Es un impulso de contrasentido democrático comprimir las motivaciones de cambio a defender un líder único, al estilo del que nos condujo este infierno bajo la ilusión de abrirnos las puertas del paraíso. ¿Tropezaremos con la misma piedra o los años trágicos bastarán para visualizar los vínculos entre cambio y nueva calidad de la democracia?
Es un desacierto esperar estar en Miraflores para recomponer cabalmente valores, reglas que configuren el mayor número de espacios democráticos posibles.
Nuestro renacimiento cívico debe provenir de una elección. Ello implica descartar la manipulación con una aventura golpista o la inaceptable amenaza de una intervención militar foránea. Poner la decisión en manos de los ciudadanos excluye subterfugios retóricos y posiciones que incrusten la idea de la banalidad del voto.
Tenemos que unirnos en la lucha por alcanzar el mayor número de condiciones posibles para realizar elecciones libres y justas mediante la negociación, la movilización interna con sentido y las presiones de la comunidad internacional.
Las soluciones disponibles, no siempre óptimas requieren la participación de dos actores, el que ejerce y se propone conservar el poder interno y el que aspira a un cambio de modelo económico y político.
En esa pugna hay que posibilitar un gobierno plural, expresión del conjunto de fuerzas e instituciones necesarias para hacer sostenible el complicado camino de reconstruir la economía, la democracia y el bienestar en términos de progreso humano. Transición es cohabitación.
Lea también: El escenario cangrejo, por Simón García
La calle ciega de la abstención no tiene después pacífico y constitucional. El poder dual en el exilio es una tesis democraticamente insostenible. Necesitamos elecciones presidenciales y parlamentarias. La diferencia es si debe seguirse un orden de prelación entre ambas o si lo realmente posible es acordar un plazo, no mayor a un año entre una y otra. Lo que interesa es concebir la elección como un medio para destrancar la obstrucción a la democracia y asegurar una victoria contundente capaz de liberar las energías suficientes para que la victoria en una haga inevitable realizar la otra.
Para compartir el desafío de potenciar internamente el liderazgo simbolizado en Guaidó, hay que convertir en tarea compartida la creación de una coalición alternativa y un gran acuerdo nacional para reconstruir el país en convivencia. Las posibilidades de cambio huyen ante los vetos, las descalificaciones o el reflejo de exterminio del competidor y el rival político. Son pasos que asfixian la democracia, en vez de ayudarla a respirar.
Las ventajas pírricas son inconvenientes para acelerar el paso a un nuevo escenario. Los acuerdos, como elegir por consenso un nuevo CNE, son puentes al futuro posible.