Camino arriba por Fernando Rodríguez
Creemos que vamos a gastar mucho tiempo y materia gris tratando de dar con las causas y, sobre todo, con los culpables (que como se sabe son casi siempre los mayordomos) de la pesarosa jornada electoral del 16-12. Salvo, es un decir, que una imprevista y relancina elección presidencial se precipite sobre nosotros. Es de desear que de ese torneo de acusaciones no salgan demasiadas víctimas, en especial la mesa en que todos se sientan.
Ayer decíamos que los números del domingo pasado no eran el fin del mundo, pero que tampoco eran concha de ajo. Seguimos afirmándolo. Nos distinguimos, pues, de aquellos que hasta ventajas decisivas ven en la aplastante derrota: pronto vendrá la mencionada elección y ya tenemos candidato, sin nadie que le haga sombra.
Entonces volverán los días de la esperanza y todo el mundo sacará su gorra tricolor. O los que sentencian que esos famélicos eventos comiciales son una evidencia, acaso definitiva, de que este es un país mal nacido, que le gusta vivir en el caos y la indecencia y lo mejor es irse lo más lejos posible, al menos a Margarita. En realidad lo que ha pasado es grave, triste más bien.
Primero la abstención hiperbólica que siempre tiene dos explicaciones extremas, contradictorias y de mala fe ambas: el torpe liderazgo no logró movilizar a las mayorías o éstas son naturalmente sordas, casquivanas y egoístas. Comoquiera que esa alternativa sirve para culpabilizar o liberarse de culpas y no para comprender y actuar mañana con más tino nos permitimos desecharla.
Hay no pocas razones visibles para ese notable bajón de un 40% con respecto al 7-O, desde la llegada de San Nicolás hasta el despecho por la derrota en la gran y esperada batalla de octubre, en la cual se auguró victoria hasta la última hora.
Desde la impunidad concedida por el CNE a los flagrantes abusos gubernamentales, tan obscenos como los de Maduro en mitad del evento electoral haciendo de médium de Chávez, hasta la paranoia bufa sobre la maldad congénita de las máquinas electorales.
De un cansancio acumulado de tantos años y tantas elecciones a la inmensa dificultad de pelear con gente que regala neveras y papeles de propiedad de viviendas hasta la falta de masa muscular de los partidos, todavía parodias de sí mismos. Pero resumiríamos todo eso y mucho más en la titánica tarea de enfrentar un Estado, obeso en dólares e impudicia, cuyo norte mayor y casi único es mantenerse a toda costa en el poder, sea cual fuese el costo para la nación. Pero, como decíamos ayer, no hay que olvidar el vaso medio lleno, así la hora sea nona.
Seguimos siendo la mitad del país, su parte más dinámica, productiva e ilustrada, la mayoría de las grandes ciudades y por ende una fuerza defensiva de la democracia que ha impedido ayer y limita hoy las ansias despóticas de un gobierno que acaba de consagrar una mayoría de militares como gobernadores o se solaza y regodea en tener un único e incontrovertible Jefe.
Mientras esa sea la situación de fondo, más allá de las caídas circunstanciales, nuestra voluntad de salir de la noche hacia un país moderno, multicolor y diáfanamente democrático, encaminado al desarrollo posible en un mundo global, esos haberes pueden ser suficientes para lograrlo. Por supuesto que sobre ello hay que discutir mucho y lo haremos, no podemos hacer otra cosa.
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