Canciones de guerra, canciones de paz, por Aglaya Kinzbruner
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Dicen que las novelas empiezan con una introducción y siguen con un nudo y un desenlace. Las novelas policíacas que no son sino un subgénero, empiezan al revés. Primero viene el final, un muerto, y luego, lentamente, se plantean interrogantes, distintos sospechosos y, se descubre el asesino. Para ir pari passu con la realidad, a partir del siglo veinte se ha introducido en este continente la figura del desaparecido, figura triste porque todo desaparecido por razones de física y biología es un muerto en potencia.
Son estos pensamientos, fatalistas quizás, que han hecho surgir canciones que acompañan a los soldados a lo largo de sus azarosos enfrentamientos bélicos. Algunas canciones se volvieron tan populares como «Bésame mucho» que acompañaron a estos héroes de ambos lados de una contienda. Pero no hagamos como los detectives de las novelas policíacas que siempre comienzan por el final.
El final fue inesperado para las tropas del General Sam Houston en la guerra de Texas contra México. Todo por Emily. Emily West nació en New Haven, Connecticut, una mulata hermosísima que dejaba a todos con la boca abierta. Pero hermosa y todo no pudo sobreponerse a los prejuicios de la época y cuando supo del Coronel James Morgan, un rico empresario que quería establecerse en Texas y ofrecía contratos de trabajo por 99 años, prácticamente una semi esclavitud, no lo pensó dos veces y se ofreció para trabajar con él.
Le dieron el trabajo de ama de llaves y se estableció con un grupo que también querían trabajar en el «Lejano Oeste», en el pequeño pueblo de New Washington, Texas. Realmente no eran más que cuatro gatos. Dicen que el General Santa Anna del lado mexicano la vio desde lejos con sus binoculares y lo que más le llamó la atención fue el maravilloso tono completamente dorado de su piel. Ese tono dorado dio origen luego a la leyenda y a la canción: La Rosa Amarilla de Texas, (The Yellow Rose of Texas).
Capturó Santa Anna a todos los poblanos de aquella aldea. Entre ellos se encontraba un joven de unos quince años, Turner. Tan pronto se establecieron en el campo de los mexicanos, Emily le dio un papelito que indicaba exactamente su lugar en el mapa. Y lo dejó escapar sin que nadie se percatara.
Tan pronto se hizo de día Emily se sirvió de la despensa del general una buena previsión de champaña y le preparó el desayuno más delicioso que nadie pudiese imaginar. Tampoco puede dejarse a la imaginación todas las zalamerías que le endilgó al militar. ¡Una larga campaña y una mujer tan bella! Por un momento pensó en Judit y Holofernes. Pero no fue más que un segundo. Hay tentaciones que son tan fuertes que la vida lo lleva a uno por delante.
Llegó al galope el General Sam Houston al campamento y todavía el General Santa Anna no se encontraba en condiciones. La batalla de San Jacinto duró sólo 18 minutos. Emily se quedó en Texas un año más, luego se fue a Nueva York, la dejaron libre del contrato de semi esclavitud y se hicieron en todo Texas estatuas en su honor. Para el que hoy en día pase por San Antonio, podrá admirar un hotel majestuoso que dice Emily Morgan Hotel.
Y aquí volvemos al comienzo y a la hermosísima canción «Bésame mucho» que sí fue cantada por soldados, de ambos bandos, en todo el mundo, durante la 2ª guerra mundial. Fue compuesta por la mexicana Consuelo Valdés, gran pianista clásica, y representa el deseo y necesidad de afecto que todo soldado siente en el frente de batalla. Pocas canciones han tenido tanto éxito internacional.
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Aquí en Venezuela han tenido gran auge las gaitas intercolegiales. Cada año empiezan en los colegios, entre enero y marzo, las audiciones y luego a comienzos de octubre se reúnen para sus performances. A veces son dos toques (así llaman a sus reuniones) sábado y domingo. Tienen profesores de ritmo, de baile, de canto para irlos preparando. El 70% del contenido musical consta de gaitas, parrandas, villancicos y aguinaldos, el resto son creaciones musicales. Indispensables, las tamboras, charrasca, cuatro y furruco. Son experiencias maravillosas, llenas de calor humano, se conocen personas nuevas, padres que tampoco sabían tanto de sus hijos, en medio del bullicio de stands de comida, regalitos y más. Y se hace realidad que donde hay alegría hay esperanza y donde hay esperanza, hay paz.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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