CaosDivi, por Teodoro Petkoff
Ese Chávez exasperado, que ayer en Turén mandó a callar a quienes interrumpían su discurso con peticiones y que confesó tener en Miraflores un cuarto lleno con los proverbiales “papelitos” que le hace llegar la gente, con los cuales no sabe qué hacer, está cosechando los amargos frutos de una concepción caótica, desordenada, caprichosa y balurdamente populista del ejercicio del gobierno. Pero, como es propio de los caudillos, la culpa es de los otros, de los demás, nunca suya. Jamás ve la viga en el ojo propio.
Lo mismo le va a pasar con el despelote que está armando con lo del control de cambios.
Cuando venga a ver se va a encontrar con un caos que se lo va a comer vivo. Tal vez piensa que el problema de los dólares es de los ricos y no de los pobres, que jamás han visto uno de esos billetes verdes. Tal vez cree que esta “castigando” a los “golpistas”.
Tal vez ha comprado los cuentos de camino de aquellos vivotes de su entorno que lo han convencido de que el Estado puede importar y distribuir los alimentos para 25 millones de venezolanos y que por eso da lo mismo que los productores nacionales no produzcan. Tal vez cree que lo de la delirante incapacidad del equipo que ha colocado al frente de Cadivi es un invento de la oposición.
Todas las especulaciones son admisibles, pero cuando el ministro de Agricultura y Tierras, Efrén Andrades, a la cabeza de todos los sectores agrícolas y de la agroindustria, se presenta en Cadivi a pedir explicaciones y, angustiado, exclama que si no comienzan a fluir los dólares “se va a perder la cosecha de este año”, el Presidente debiera darse cuenta de que a quienes está castigando es, sobre todo, precisamente a quienes no han visto nunca un dólar. Son los sectores más vulnerables de la población, aquellos que compran día por día, quienes están comenzando a sentir los efectos de una conducta que ya no puede ser calificada sino de estúpida, ciega e irracional.
En lugar de creerle a los que se están enriqueciendo con los negocios de importación del gobierno, que se disfrace Chávez de Pavo Lucas y vaya a una farmacia.
Lo primero que verá será anaqueles semivacíos. Pregunte luego por antihipertensivos:
no hay, le dirán; pregunte por psicotrópicos: tampoco hay; pregunte por antidiábeticos: no hay; pregunte por antibióticos o analgésicos genéricos: no hay; pregunte por vitaminas importadas:
no hay; pregunte por la aspirina infantil, ¡por la aspirina infantil, Hugo Chávez, la aspirina para la fiebre de los niños!, la respuesta será la misma: no hay.
¿Qué espera María Urbaneja, ministra de Salud, para imitar a su colega Andrades y meterse en Cadivi, agarrar por la pechera a ese patético capitán Hernández Behrens y gritarle que cumpla con su deber o que renuncie? ¿Qué necesita Chávez para darse cuenta que Cadivi está creando las condiciones para el caos? ¿Qué se lo griten en los mitines las madres desesperadas, como ayer en Turén?