Capriles no existe Editorial de Fernando Rodríguez
Las ruedas de prensa del PSUV los lunes, más lo que aportan algunos corifeos espontáneos, resultan de lo más entretenidas. Es una suerte de torneo destinado a descalificar sin limitaciones al candidato opositor. Felizmente Capriles está muy ocupado recorriendo nuestra variada geografía, con pasión de misionero, lo que hace que se entere poco de la algarabía que causa y además sigue su exitosa línea de no hacerle caso a palabras necias.
Ayer lunes nos topamos con un titular, en un noticiero electrónico, en que Chávez, por teléfono claro, declaraba: “estoy en frente de la nada”. Nuestra primera reacción fue pensar que era una inusual revelación de su estado de salud. Y, dicha en tales términos metafísicos, nos asombró. Parecía la revelación de un severo y valeroso ateísmo, inusitado en un señor que había terminado más rezandero y devoto que cualquiera de nuestras tías más beatas, trueno vestido de Nazareno.
Enfrentarse dignamente a la nada, a la noche sin fin, a la pérdida de toda conciencia es propio de espíritus muy recios, sobre todo cuando el cuerpo, la perecedera materia, el polvo que somos, no anda muy sano, como se dice en su caso. Pero, craso error de titulación, el tema era muy otro.
La nada era Henrique Capriles Radonski. Así como lo lee. Rechazaba cualquier debate con éste porque no era nada, es decir, no existía. Ni siquiera era un majunche, un cochino, una chayota, un apátrida, un títere de todos los imperialismos habidos y por haber, un cerebro hueco que odia los libros. Al parecer todos esos insultos habían sido concesiones indebidas, todos ellos suponen al menos su existencia.
Además confesó que hubiese querido medirse con adversarios de talla, reales, como Carlos Andrés, Caldera o Betancourt. ¿No dirán María León o Navarro que es una genialidad, el producto de una mente tan poderosa que aniquila literalmente a sus adversarios? Claro, los malintencionados hablarán de megalomanía, delirios de grandeza, brotes esquizoides y otras perturbaciones graves de la psiquis. Pero lo dicho queda y ya el público juzgará tal osadía verbal.
Pero es inevitable que intentemos vincular esta expresión desconcertante con al menos tres de los cinco objetivos que propone el plan de gobierno del candidato de la Patria, el cual nos endilga como nación la tarea de ser ante todo potencia, factor determinante en la modificación de la política planetaria, unidos a Rusia (sic) y en la salvación ecológica de la Tierra. Uno se pregunta con qué se sienta la cucaracha, pero bueno, cada uno tiene su Chimborazo o su mano enfundada a lo Napoleón.
Por lo pronto nosotros, y creemos que los más, al menos quisiésemos que la Asamblea no fuese un corralón habilitante del Comandante, que los jueces no se parecieran a Aponte Aponte, que la Morgue de Bello Monte se descongestione un poco, que los maestros no cometan errores de ortografía, que podamos ver la televisión tranquilos sin que nos sorprenda y asuste la cadena, que los precios no corran tanto, que los ministros no sean coroneles y otras muchas cosas similares, humildes si a ver vamos.
Por eso debe ser que la moderada candidatura de Capriles está alcanzando tanta sintonía, tanta multitud. Bueno, si es que existe.
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