Caracas ahogada en el Mar de la Felicidad, por Tulio Ramírez
Mi último viaje a La Habana fue en 1997. Cuba estaba viviendo lo que eufemísticamente llamó Fidel “El Período Especial”, el cual no era otra cosa que el hambre generalizada por la escasez y el colapso de todos los servicios públicos. Se había desplomado la “indestructible Unión Soviética”, quien proveía a sus aliados estratégicos en el Caribe, desde agujas para coser hasta maquinaria pesada para la cosecha de la caña de azúcar. Acabada la manguangua de la ayuda soviética, Cuba comenzó a sufrir la calamidad de ser un país improductivo y no acostumbrado a la cultura del trabajo. Esto último puede sonar sacrílego a los oídos de las viudas del régimen de los Castro, pero es la total verdad.
Tal como sucede hoy día en la Venezuela del socialismo del siglo XXI, los cubanos se dieron cuenta hace más de 50 años que el logro de cierto bienestar no estaba asociado al trabajo formal por los miserables sueldos que recibían. El gobierno, dueño de todo, reconocía el esfuerzo productivo con unas palmaditas en la espalda y una condecoración llamada “Héroe del Trabajo”, que no era intercambiable por comida o enseres en ninguna de las pocas tiendas de la ciudad. Los cubanos, ante esa realidad, apostaron por la economía de esfuerzo, total, ganaban lo mismo quien le echaba un camión de bolas y quien trabajaba lo menos posible. En la búsqueda de alternativas para conseguir unos ingresos extras, se dedicaron al comercio informal y clandestino. Se compara, vendían o intercambiaban productos sustraídos de los lugares de trabajo.
Durante el llamado “Período Especial”, la cúpula en el poder decidió utilizar el turismo como medio para captar divisas. Los cubanos, ni tontos, se arrimaron al mingo. Comenzó a desarrollarse un mercado dirigido a los turistas
Uno caminaba por San Lázaro, La Rampa o por la 23, y se le acercaba un “camarada” ofreciendo una caja de 20 tabacos Cohiba por 25 dólares cuando en la Tienda para turistas tenía un valor de 220 dólares, o cajas de PPG (pastillas a la cual se le atribuían poderes afrodisíacos) vendidas a 5 dólares cuando su valor al turista era de 60, o un mesonero en Varadero te ofrecía una langosta en 8 dólares, cuando en el menú marcaba 45. Proliferaron taxistas que pactaban con el turista paquetes completos, eludiendo a los “supervisores del Estado” quienes “chequeaban” cada cierto número de esquinas al camarada taxista por si se salía de la ruta establecida.
Por supuesto, todos, independientemente de su profesión universitaria, querían ser ascensoristas, botones, guías turísticos o personal de limpieza en el Hotel Habana Libre, el Nacional, el Neptuno, el Tritón o el Saint Jhon’s. ¡Peso o Dólar, Dólar!, esa era la consigna. El Patria o Muerte quedó solo para finalizar los discursos
En las tiendas de La Habana no se conseguía nada. La mayoría de los establecimientos estaban cerrados o a medio abastecer, pero en los subterráneos del comercio informal conseguías todo. A la fecha el gobierno cubano no ha podido domesticar la economía informal. Por esta razón ha decido ir poco a poco liberando las amarras e incentivando el comercio privado. Partió del principio marxista-leninista tropicalizado que reza “si no puedes partir el coco, utilízalo como martillo”. Ahora permiten pequeños negocios particulares a cambio de un impuesto.
En Caracas se está reproduciendo esa manera de vivir. Si caminas por los alrededores de Quinta Crespo conseguirás que de cada 10 comercios 7 se encuentran cerrados. En los que están abiertos hay muy poco que ofrecer
Farmacias con estantes de 2 metros y solo 3 botellitas de alcohol y una cajita de jarabe para la tos; abastos que venden pura verdura y velas; carnicerías donde se venden terminales de animalitos porque no hay carne ni pollo; taguaras que venden productos de limpieza donde el comprador debe llevar el envase.
Es una zona donde los edificios están tan destartalados como las casas ruinosas de La Habana Vieja, y la tristeza acompaña a unos transeúntes quienes, al igual que los cubanos, llevan una javita (bolsita) con dos tomates, una cebolla, un huevo y unas ramitas de cilantro porque fue para lo que alcanzaron los reales.
Mi conclusión: Caracas, al igual que La Habana, también se ahogó en el Mar de la Felicidad