Caracas bolivariana por Fernando Rodríguez
Ya los viajeros no se ven en Caracas, deambulando por el centro con sus bermudas y sus cámaras fotográficas. Al parecer un mínimo instinto de autoprotección los ha alejado de esta ciudad donde hay miles de criminales. Pasará mucho tiempo antes de que vuelvan. Además no hay que olvidar que no tenemos ni pirámides milenarias, ni Museo Antropológico, ni MOMA, ni Campos Elíseos, ni canales y góndolas… en fin, esas atracciones que tantos dólares atraen para la economía de algunos países.
Por supuesto que la primera causa de esta deserción es la delincuencia, renglón en que estamos entre las ciudades más destacadas del globo y de la que hablamos día y noche, lo que hace fútil que abundemos en ella, pero es razón suficiente para escoger a Buenos Aires o Río para quienes quieren disfrutar de las beldades y bondades de América Latina. Problema ante el cual la indiferencia y la ineptitud gubernamental han sido de sus mayores pecados. Hay otras formas del horror a las cuales nos hemos venido acostumbrando los nativos.
Por ejemplo, el tráfico. Un conocido urbanista se preguntaba en días pasados, cuando tipificaba nuestra pobreza, si no era una forma mayor de ésta la tortura de pasar varias horas metidas en transportes públicos o privados. Seguramente, y por allí leímos que se podría calcular en tres horas diarias nuestro promedio. Más de dos millones de naves y motos y motos.
Otro dato fresco que habría que recoger en esta lista de pesares es que hemos dado un salto descomunal en la escala de las ciudades más caras del planeta, veintitrés puestos, y nos hemos convertido en una de las veinte urbes con mayor costo de la vida. Es la agobiante inflación con que Chávez y Giordani nos castigan cada año.
A todo esto hay que sumarle el deterioro vial, el caos de los damnificados crónicos o, para no ir muy lejos, citaré entre tantos desaciertos, los nuevos edificios de la Misión Vivienda que no tienen otros objetivos que el electoral y tapar las culpas del gobierno más ineficiente que hemos tenido en construcción de moradas para los humildes, de los cuales se alimenta políticamente, a los cuales vampiriza. Ni planificación urbana, ni racionalidad en los servicios, ni estética. Circo y votos.
Caracas nunca ha sido la sucursal del cielo, pero hubo épocas en que tampoco lo fue del infierno. Y ciertamente su lamentable situación se debe, más allá de sus males seculares, a este gobierno desaforadamente incapaz. Porque, verbigracia, el tráfico hiperbólico viene de una paradójica opción del socialismo por el transporte individual en detrimento del colectivo y por no haber construido en catorce años ninguna solución que alivie la capital de esa multiplicación inducida de carrotes y carritos.
Pero no quería dejar de citar la polución visual que llena la ciudad donde cada pared es un lugar propicio para que cualquier pintamonas gobiernero practique el humillante culto a la personalidad o dé rienda suelta y en gran escala a su ineptitud plástica pintando cualquier atroz pastiche revolucionario. Y en una escala que no solo asquea estéticamente sino que además nos hace vivir en una ciudad siniestra vigilada por el Hermano Mayor. Caracas es la cuna del Libertador.
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