Caracas, mi amor al pie de la letra (donde quiera que estés), por Faitha Nahmens L.
No hay que llorar al valle, hay que hacer música con el ritmo febril de la calle, y volver la fachada ventana con sonrisa asomada, terca y porfiada, y espejo con gracejo no muralla que a los ojos nos calla. Escribamos en y a pesar de este presente una historia de calidad
Ciudad para amar, ciudad para desarmar, la ciudad de los techos rojos, y de los hechos rojos, y ojalá, los techos verdes, al pie del Ávila enamorada, Babel de ayes que no oyes, ciudad de muros y cristianos y de tiros y troyanos, ciudad donde vivo y muero, polis a palos y de palos de agua, ciudad de penas y panas, para irse demasiado, para quedarse siempre, la del Guaire y dolores del río, ciudad glam y ciudad pum, ciudad luz y del anárquico bus, y de guacamayas en el cielo azul, ciudad de asombro y en la que en cada esquina nombro, de Peligro a Muerto, Misterio a Providencia o de Miseria a Sociedad, ciudad de tetas y ojalá más estetas, desmelenada y de Leo, de motos y control remoto, la ciudad y sus máscaras, y la ciudad más cara, bella que bulle y valle que me lleva, bulla sin boya y su historia como capas de cebolla, ciudad en pausa y ciudad que es causa, Caracas padece y florece, y aun desdentada trepa y en Traposos se emperifolla para la ocasión.
Sucursal del cielo por renovarse la franquicia, terca de árboles y ahíta de caricias, qué pena lo tanto talado y los devotos del trasquilado, que no saben que un árbol da oxígeno a 23 de nuestra especie, y son solución habitacional de tantas más. Ciudad con 450 tipos de aves y en sus 456 que incluyen dolor por deslaves, construcciones clave, y algunos sueños y tantos soñadores bajo llave, tenemos que seguir hombro con hombro deleitados con la diversidad, intentar resistir esperanzados y como siempre rumberos hasta la saciedad, demócratas caminantes y libres en bici haciendo civilidad, celebrando la vida y creando en el espacio compartido, que es la sala de todos, que es la ciudad. No hay que llorar al valle, hay que hacer música con el ritmo febril de la calle, y volver la fachada ventana con sonrisa asomada, terca y porfiada, y espejo con gracejo no muralla que a los ojos nos calla. Escribamos en y a pesar de este presente una historia de calidad.
Bajo el delicioso solazo confiemos en el abrazo y sintamos que nuestro linaje, de todos los rizos, es victoria y maravillosidad. Sí podemos, si queremos, hagamos costura en la ruptura y queramos lo mejor, aupar la vida y la fraternidad es el proyecto más propicio para la ciudad, buscar con afán la belleza y la innovadora probabilidad, celebrar cada día con besos, olvidar los prejuicios y bailar pegado, lomas y cerros en la ciudad completa, en la común vecindad, defender los parques, cada hoja y la noche, reconocernos gozones a favor de la idea que nos reúna y aupar la autonomía y el anhelo de todos de vencer la sombra desde la casa y la universidad, y asumirnos mestizos y presumir del gentilicio, que es hechizo, y ser devotos de la libertad. Amar Caracas orondos y con dignidad, alentemos que todos partamos lanzas mansas por la ciudad.
Tantos dan la cara por Caracas en el itinerario del aniversario de la capital, sirva esta celebración para oírnos y entendernos, convocar nuestra histórica pluralidad que nos distingue como variopintos en pieles, canciones, gastronomía y tipos de hallacas, topografías y tiempos en la escenografía que cuenta a la vez el pasado y la modernidad.
Y aceptemos el guiño de la arquitectura tan rica y variopinta que convive mirándose de reojo en la misma avenida que es muestrario de la variedad, aunque sepamos que urge el consenso y el acuerdo sobre las construcciones y las ordenanzas de usos, la altura y la densidad, que viva también la particularidad. Somos y compartimos heterodoxia, en el tipo de reja, en el diseño de las balaustradas de la parroquia, en el color de las casas de la comunidad: en La Pastora, La Lagunita, San Martín, El Paraíso, Catia, Altamira, El Hatillo o San Blas, somos una milhojas que contiene los cambios sucesivos y archipiélago que se hace juntura, ojalá. Que fluya el río y en barrios, suburbios y parroquias, sea nuestro sino la creativa sustentabilidad.
La ciudad ha tenido diseños y sueños, fantásticos planes urbanos e informalidades a ojos vista y a mano, aquel plan del francés Maurice Rotival, de emular en la Avenida Bolívar los Campos Elíseos, o el del admirado andino Fruto Vivas, empeñado en convertir la avenida Bolívar en solución habitacional en sus resquicios. Vivimos entre utopías y cafeterías, aciertos y desconciertos, tenacidad y verde terco así como tala impensada y desangelada a favor del urbanismo y en nombre de lo que algunos llaman progreso, dejando los tocones en las aceras, ay, eso es no tener seso, porque les ha incomodado un frondoso mango que quizá atraía hambrientos, o porque sombra en mi muro y en mi estacionamiento, puede embelesar al que quiere comerlos y, de paso, saltar la verja sin aspavientos. O como razona, si eso es razonar, el dueño del comercio, vaya necio, que arranca un árbol porque supone que puede fastidiar al cliente que quiere arepa y sin esa lindura atravesada ahora puede entrar con su camioneta sin tropezar.
Caracas es eso, muralla y metralla, también guapura terca que se explaya, el Ávila el atalaya, y conflicto y temas por desbrozar. Araguaneyes y bucares turnándose los ajuares y las ganas de encandilar. Bellos sus jardines, una pena no poder ver el de La Estancia o los de las casas de Los Chorros, estos no tajados sino ocultados. Tapias que escoden el verde terapia, garitas ojalá pronto proscritas, y esto me hizo recordar la lucha por la falta agua y los baños con taparitas, es el miedo lo que produjo la indeseada suma: miden los muros de la ciudad más que la muralla china, en la cuenta del arquitecto Ignacio Cardona, eso es soledad para el que camina y aislamiento como rutina. Nosotros tan conversadores y entrañables, nos quedamos mudos, sin poder saludar nadie, a sabiendas de que el hermetismo no nos va, qué locura en la tropicalidad. Nos tememos ahora pero ya no más.
La ciudad padece y se estremece como el país y el mundo todo, se juntan las crisis como se pueden conectar las pandemias o los ríos entre sí y en el mar, pero cada circunstancia, para bien o para mal, tiene su especificidad.
En Caracas tenemos desacuerdos y buenos recuerdos, pesar y también entusiasmo a todo dar, y no por evasión, ni irresponsabilidad, es rebeldía la contentura y esfuerzo enorme que supone que no hay ni habrá ninguna toalla que tirar.
Como si fuera un conjuro, un decreto, una revocación, con una fuerza mineral desconocida que viene de sus entrañas quebrantadas, esa tarde de 2007 la mujer se habría puesto de pie para gritar: «¡Basta!». «¡Basta!», volvería a decir para que, tras detener el eje de la tierra, impedir el vuelo de los zamuros, derretir los vientos y licuar los pensamientos, la oyeran los vivos y los muertos. La mujer que pedía el cese a la violencia, al fuego, al tiro al blanco por a quien pasara la raya de la proximidad, es la madre. El muchacho tenía 16, y ahí, las carnes aun tibias, la sangre haciendo un atolondrado reguero, tendido en el piso, el cuerpo del hijo rendido era el anuncio del más colosal vacío, un bis del estropicio. Los que escucharon ese grito, Catuche adentro, La Pastora arriba, no lo han podido olvidarlo en 16 años. «No, ella no pedía revancha, todo lo contrario, suplicaba paz».
Así, con ese grito de paz, se terminó la guerra que dividía el barrio, esa triste seguidilla de a cada muerte la otra, eran bandos que se desquitaban, familias que se desgranaban. No tiene sentido la revancha que engancha, que mancha. La gente de Catuche aceptó el término de este tobogán de buena puntería y desde entonces se apoyan, nada como ser individuos con respetada vitalidad, con esperanza en cada uno, y parte de una colectiva verdad. Una sociedad y una ciudad son formas organizadas de existencia, diálogo y encuentro, y gusto por el cuento, y ojalá más portones abiertos.
Los edificios de nuevo cuño, sin embargo, como en Las Mercedes, demoliciones y olvidos, y sospecha de enchufes habidos, son cajas de vidrio proyectadas en la compu y sembradas sobre las ruinas de un inmueble de escala amable, menos pretensioso y más feliz ¿qué nos gusta más? Tanto vidrio ahumado que nos esconde como si tuviéramos la culpa de algo ¿o sí? nos tapamos cuando lo soñado es el destape. Nos ocultamos cuando adoramos un descote que revele nuestras dotes con qué salir a flote. Extraño los balcones y ver recostada aquella bicicleta, al señor en camiseta y chancleta, y las serenatas a Julieta. ¿Qué hará Romeo? ¿Cuál su pirueta?
*Lea también: La arquitectura en la tinta y voz de Oscar Tenreiro, por Faitha Nahmens Larrazábal
La ciudad nos espera a la vuelta de la esquina, en la acera detonada donde irrumpe confirmando que somos país, el jabillo exhibiendo su raíz. Caracas se cuela tozuda, tibia y corajuda, en la trama descosida por la desatención, en el conflicto y las carencias que atizan las urgencias, y en el consenso postergado que hace invisible lo bueno, eso que se teje en los intersticios casi secretos de un solar. La ciudad, afectada por tantas razones y desazones, en su 456 aniversario luce desaliñada pero, rímel chorreado aparte, con los tacones de coquetear. Desprovista pero posible, inconexa y dispar se reconoce caldo de cultivo de tantos sueños que de ser y serán la volverán sustentable, potable y disfrutable, o la mantendrán tan arisca y tierna como decía García Márquez, pero encantada de triunfar. Se persiste. Los visionarios saben que un día Caracas, como decía Cabrujas, acaso esté lista y quede bien bonita. ¿Quién nos impide intentar?
Caraqueño es un epíteto que podría traducirse como rumbero de caderas, lenguaraz de vocación, querendón con los panas, desmesurado de gestos; se suman los lacónicos. Tantos se han ido, tan duro el panorama, tanto ayayay.
Pero que nadie diga que le faltan incondicionales: están los colectivos buenos, los activistas urbanos, y los caraqueños enamorados, llamémonos caracasadictos, que nos proponemos remozar, desmalezar, llevar el arte a lo más empinado que se pueda dar, hacer tejido, y la inserción garantizar.
Bernardo Rotundo hace portátiles las pelis con Gran Cine, y hace complicidad. Los habitantes de la Palomera la vuelven más bella de lo que era, con su casa de la cultura y las reuniones para los que quieren aprender pintura o los secretos de cocinar, y se faja con todos Elisa Silva, querida que sí va. Cheo Carvajal con Ciudad Laboratorio crea Ilumina o cómo rescatar la noche, hace Navidad en El Calvario y propone ciudadanía con CiudLab. Están los sampableros, bici que te quiero, encantados con la libertad y con la brisa con beso rodar. Sumar los ruteros, Paseo y te cuento, María Eugenia Bacci y Orlando Marín, que nos muestran Chacao y desde sus ojos embelesados nos volvemos a mirar.
La lista es larga, Caracas es amada por Aurora Contreras, al desdén no te atrevas, y Melín Navas de Paisaje ciudadanía y ciudad, y por Roberto Patiño, Katiusca Camargo, y María Fernanda Di Giacobbe y tantos artistas, activistas y amadores más.
Todo posible integrado y articulado que se vindique la heterodoxia de teja y fiberglas; techos rojos y hechos rojos, a Caracas la soñamos conectada e interactuando, incluida toda en su fragmentada especificidad, valle, cerros y lomas, todos asumiendo el vínculo no sólo en la calle sino en el proyecto de construir ciudad. Zona en reclamación, la queremos de vuelta. Le hacemos zalemas y festejamos desde la voluntad, y pese a la crisis que gravita sobre sus tacones sin tapitas, sobre las uñas despintadas porque con las uñas es que se trabaja, sobre la dignidad herida por quienes ultrajan la institucionalidad y los derechos, contra las esperanzas no podrán.
Aunque la cosa está color de hormiga, Caracas tiene con qué. Podría, si se lo propusiera, ser ella, no Londres, la ciudad más verde del planeta. Unos suspiramos por ese paraíso perdido atravesado por 22 quebradas. Otros añoramos un Río Guaire rescatado y asumiendo su identidad de río limpio nuestro, hilo con el cual contar, qué pena la autopista que le encasquetaron de sombrero.
La ciudad ha demostrado con creces su vocación por la naturaleza: esa tendencia irreversible a favor de la clorofila que coloca en su norte al Ávila y en la ranura de la autopista una flor. Capital de uno de los diez países más biodiversos del mundo, y con perdón de las guacamayas, Caracas es ave Fénix.
Ciudad de la furia le han dicho en su cara, desmelenada y coqueta, la ciudad resiste con fiereza. ¿Quién dice que no hay remedio? ¿Cómo no restaurar los baches y construir puentes? Nada más democrático que hacer consensos con la vida. La democracia es la mejor convocatoria para sanar y convertirnos de nuevo en compañía y en proyecto. La república produce ciudadanos y Caracas produce ideas y sueños verdes. Ilusionémonos con la idea de reverdecer nosotros también. De hacer sutura y acupuntura. Dejar la agriura y asumir con ternura la cierta locura.
De lograr la juntura y vencer con finura la torcedura, la reñidura, las armaduras. Que sea esa la aventura. Feliz cumpleaños amada Caracas. No pierdas la contentura.
En este 25 de julio de sus 456 años le regalo a Caracas lo que extrañamos: el regreso de las costumbres republicanas y mi eterno amorío. En el espacio público, el escenario donde se produce el encuentro, la plaza donde se aviva el diálogo, la esquina donde se endosan los besos.
Hay 10 cosas que se le deben o le debemos a Caracas, según Franco Micucci, otro amador que hace equipo con otra amadora, María Isabel Peña:
- Preservar su paisaje, el paisaje es la geografía y las colinas, sus quebradas, sus parques; debe haber integración con sus espacios construidos. Sí, que los arroyos de la ciudad no estén embaulados sino como en el edén, limpios y sonoros con bancos en sus riberas para ser contemplados. No pisemos la grama, convoquemos amalgamas y de amar, las ganas.
- Potenciar el uso del espacio público. En la actualidad se está recuperando una noción más consciente de ciudadanía, de que el espacio público es de todos. Pues que viva la calle, la plaza, y sólo árboles y humanos en la acera. Que la democracia está a su vera.
- Los medios de transporte y los terminales son muy importantes para que la ciudad marche. Que funcionen los servicios públicos es impostergable. Sí, hemos sido los Atlas sosteniendo el mundo, cavamos pozos pero mejor el mantenimiento celoso, que mane el agua sin vampirismo ostentoso.
- Consolidar su identidad histórica, el casco central del centro de Petare, Baruta, Chacao y la arquitectura moderna y colonial. Sí, que valoremos la puesta en escena, el diseño es la literatura contra la pared y la belleza es primordial, no un apenas.
- Las personas deben identificarse y sentir arraigo por el vecindario en el que viven, deben ser autónomas, que la gente haga su vida en su sector para evitar los desplazamientos largos. Sí, la tesis de los caminos cortos de los que escribe Felipe Delmont apuntan a mantener esa vida a ras de la calle: conozcamos al farmacéutico y llevemos a nuestros hijos al cole de la esquina, mejor que sudar adrenalina hacer del gesto grata rutina.
- Los asentamientos espontáneos o barrios deben ser consolidados, mejorados y dotados de equipamiento y de mejores servicios. Sí, la ciudad es una, sintámosla completa, no mirarla del todo es tener ojos analfabetas, la meta es entender, de Catia a Petare y más allá, la maqueta.
- Las periferias (Guarenas, Guatire y Vargas) deben tener más integración con Caracas porque hay mucha gente que vive ahí, e interactúa en el cosmos que somos a pata de mingo. Hay que pensar en grande con grandes inversiones y ampliar sistemas de transporte como el Metro. Revisar lo invertido, lo proyectado, lo soñado, hay tanto engavetado (y embolsillado).
- Los terrenos ociosos deben ser utilizados, por ejemplo el aeropuerto de La Carlota, todos queremos un parque allí, hay proyectos que proponen más belleza a la carta. O como el Country Club, ese espacio puede ser usado como un espacio público, que siga siendo privado pero que se comparta con los otros 3 millones de personas que hacen vida en la ciudad. Y siempre pensando en el espacio ambiental, que cumplan un rol para todos los ciudadanos. Que el verde se nos venga encima, que venza en cada esquina.
- Devolverle identidad a los edificios públicos, ministerios, hospitales, universidades, escuelas y hacerlos mejores espacios con la mejor arquitectura y el mejor servicio. Sí, valoración y reconocimiento, desde el letrero hasta el mantenimiento, amor no rompimiento.
- Resolver el tema de la vivienda. Es una carencia muy fuerte que tiene el país, hay muchas formas de aproximar soluciones. Un sólo actor no puede decidir. Sí, metámosle el pecho a las ideas sobre diseños creativos y posibles de hacernos de un techo. Es de todo derecho.
Caracas querida y qué herida, o Caracas amada, te quiero erótica que es como decir con vida. Ciudad con nombre tan floridos como sexis, Los Samanes, La Floresta, La Florida, Palo Verde, allí se funde con la Cortada del guayabo, Quebrada honda, de Mamey a Delicias, de Viento a Pele el ojo. Hasta llegar a Amadores mi favorita de entre las 370 esquinas de la ciudad, por encima de Miracielos y Eternidad: es esta que nos reúne a todos. Te dedico unas palabras y sus conceptos revisados, es compromiso no arbitrariedad:
Barrio. Asentamientos populares, urbanismo espontáneo, se les considera margen pero son ciudad. Viviendas encimadas allá arriba y aquí abajo, el archipiélago que somos tenemos que asumirnos como unidad. Los ranchos son 20 por ciento, los barrios, más de la mitad. No nos preguntemos más por qué no bajan los cerros, subamos nosotros, forjemos la accesibilidad, rompamos los prejuicios, promovamos la complementariedad, aceptemos, si la hay, la diversidad. Enamorémonos de la sostenibilidad, de la fraternidad, de la inconformidad, de la igualdad.
Arquitectura. Somos mestizaje humano y urbano también, vestigios de la Colonia conviven con las icónicas reliquias de la modernidad. Y somos buen rollo. El Humboldt, Un paseo por las nubes, el Helicoide, Historia sin fin, Parque Central, Incendio en la torre o El Calvario, Rocky, Caracas la utópica va en Tacones lejanos, y tiene un paisaje urbano de verde y gris de película. Asumamos nuestra puesta en escena y hagamos como los de Ser Urbano: en los parques públicos piqueniques y cenas.
La Carlota. La ciudad puede renacer y festejar la vida, la paz, el reencuentro con un parque que promete democracia y libertad en 103 hectáreas para disfrutar todos iguales. Nos toca presionar para que se haga este pulmón. Verde que te quiero verde, tenemos que ser unos aviones.
Arte. Expresión de lo que somos y vamos siendo, la creatividad resiste y germina en la abstracción y la figura, a color y en 3D, bajo las piedras y contra la pared. La sensibilidad herida es más indiscreta. La ciudad es un museo y su aeropuerto un pañuelo que dice hasta luego en la rayita, que viva siempre Cruz-Diez que juró que su mosaico también tendría la foto del volver. Caracas, arte y parte, las galerías hacen de museos y los artistas de narradores valientes que dan pistas. La ciudad, como nunca, se expone.
Ávila. Montaña isla entre el valle y el mar, que es mujer dormida y caballero protector a todo dar, es el referente y el Norte y la nostalgia del que no está. Verde y azul que nos acerca al cielo, faro y atalaya para vernos mejor y sanar el duelo, su silueta, como el libro rojo de Scannone, viaja con cada pasaporte como nuestra médula de identidad.
Universidad. Territorio donde se gesta lo anhelado, las universidades persisten en el debate de las ideas y rechazan las amenazas contra la pluralidad y el saber.
Patrimonio Cultural de la Humanidad, la Central, y su belleza, se mantienen por vocación del llamado profetariado y con voluntad. Venciendo la sombra está, se exhibe con dignidad. Que se imponga la luz en cada casa de estudio. Vivan las aulas no los maulas.
Puente. Para ir al otro lado. Para vencer lo inalcanzable. Para allanar diferencias. Para crecer: para empatar este con oeste y norte con sur. La ciudad es más grande a medida que tenemos menos prejuicios. Que lo que el puente una —los de guerra no cuentan— que no lo separe el hombre.
Libro. Escriba, cuente, traduzca, interprete, imprima, no deprima, lea. A la palabra amor le arrancaron el corazón y las vísceras, y la colgaron, como cuero seco, junto a los fusiles. Pero a la neolengua le salió contrapeso. La poesía es viral, gana premios, las editoriales se empeñan. No hay vuelta de hoja, estamos al pie de la letra. Es nuestro papel. Arriba Cadenas y Eugenio Montejo, Yolanda Pantin y los que hacen del verso pan, del verso país, del verso beso.
Música. Al ritmo de las caderas patrias, vaivén marítimo que gotea buena nota, imposible desafinar. Musicalidad mediante, el ritmo es nuestro método de avance, en el Sistema de Orquestas, en el tumbao al caminar. A todo volumen, el contoneo vibra en las cuerdas que enloquecen. Que vivan el Festival de Música Latinoamericano, los Rugeles y las Arismendi, los Guajeos y Naranjos, las Nella Rojas y los Oscar D´León, las Andrea Imaginario y los Cayiao, los Gurrufíos y los Serenatas Guayanesas, los Henry Martínez y los Cheo Hurtados, las Coral Lombada y las Laura Guevara, los Paiva y todos los que componen la identidad. Cantemos en coro, con la Schola Cantorum, con la Camerata y el Cuarteto: seamos una voz de mil tonos y vocería de libertad.
Democracia. Que esté servida, como el dulce de lechosa que es vida. Ciudad que se devora a sí misma, para una república que se está cocinando, Caracas ha sido muestrario de la gastronomía más suculenta, de la arepa a la polenta, del pabellón y la hallaca al tequeño que tienta, pasando por fusiones y platillos de importación que históricamente todos comentan. Ciudad donde antes que a otra parte de América llegó la aceituna, recreamos el recetario de la tradición todos a una con menos azúcar y más sazón. Defendamos la mesa que nos expresa, que todos sentados a ella sorbamos el chocolate originario y leamos en la carta que la democracia a hervor se gesta.
Fe. Creer o no creer. Igual necesitamos tener esperanza, si no dios, digo a los ateos, pues sin odios, digo a la platea. Que no sean los huesos de nadie nuestra forma de fervor, que sea el alma de los buenos la inspiración. Rezar puede ayudar, o en su defecto, la poesía. Que la paz esté con todos nosotros: amén. Amen.
El Guaire. Grandes ciudades, grandes ríos. A sus orillas, la civilización. Marrón y desengañado, El Guaire se asume actriz mexicana, soy Dolores del Río, dice, y no acepto una promesa más. Nilo… digas.
Mango. Maná que viene de los cielos tropicales que y deviene milagro en tiempos de carestía, fruto perfumado que es éxtasis en boca, y hace más dulces las lenguas, delicia que algunos confunden con una metáfora subversiva la clave está en inglés: man… go… Hombre que se va. Dios quiera.
¡Feliz cumpleaños Caracas! que pronto seas lugar común de democracia. Caracas a su aire, civil y nunca vil, o la fe mueve Ávilas
Vaya una cita, o dos para cerrar: la cita del reencuentro de todos para a favor caraqueñear y una de William Shakespeare, que pudo ser de William Niño: «Duda que sean fuego las estrellas, duda que el sol se mueva, duda que la verdad sea mentira, pero no dudes jamás de que te amo», y es que yo quiero tanto a mi Caracas.
Faitha Nahmens Larrazábal es periodista
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