Caracas, motos y motorizados, por Tulio Ramírez

Al salir todas las mañanas a la universidad (no para ganarme el pan de cada día, eso es materialmente imposible en estos tiempos), enciendo la radio para informarme sobre el reporte del tránsito. Es una rutina que tengo desde la época en que Efraín de la Cerda desde la avioneta Tango Tango Fox, nos daba datos sobre cómo evitar las colas que a diario y a ciertas horas se hacían en la ciudad capital.
En esa época, esos trancones se debían básicamente al volumen de carros. Eran los años 70 y gracias a la subida de los precios del petróleo, los venezolanos podían tener acceso a la adquisición de vehículos. Se vendían a crédito y solo bastaba aportar una cuota inicial y firmar unas letras de cambio (un joven de hoy no sabe de lo que hablo); y listo, las agencias te entregaban las llaves de una «nave» que podías luego cambiar a los dos años entregando el carro usado como parte de pago. Eran otros tiempos, por supuesto.
Las autopistas y avenidas, diseñadas para el tránsito de un menor volumen de vehículos, se vieron de pronto colapsadas. Los gobiernos, para aliviar esta nueva situación, se dedicaron a construir vías alternas como la Cota Mil y distribuidores como El Ciempiés, la Araña y el Pulpo. También se amplió la autopista del Este con la construcción de un segundo piso. Recuerdo que se inauguró en 1973.
Además del parque automotor, había aumentado la densidad demográfica. Caracas continuaba siendo atractiva para quienes vivían en el interior del país, donde el Boom petrolero todavía no había hecho llegar sus efectos. Recuerdo que el compadre Güicho y la comadre Camucha estuvieron tentados a mudarse a Caracas, pero desistieron cuando se enteraron que en la capital, el pescado se conseguía solo en las pescaderías porque el mar estaba algo lejos.
Por supuesto, en esa época la moto también formaba parte de la escenografía vehicular. Sus conductores eran variados, la mayoría eran trabajadores de empresas, esos que llevaban la bola de real para depositar en los bancos y garantizar el pago de los empleados; estaban los que la utilizaban solo como medio de transporte, es decir, no trabajaban con la moto; los repartidores de farmacias y panaderías que eran los menos; y los patoteros que, con sus motos de alta cilindrada y resonadores, andaban en manada y atormentando a la gente, solo por joder. Por supuesto que habían accidentes donde estaba involucrada alguna motocicleta, pero nunca en la cantidad de ahora.
Hoy Caracas se ha vuelto una ciudad caótica por la enorme cantidad de motos circulando y el irrespeto a las normas de tránsito por parte de sus conductores. Se han convertido casi en un problema de salud pública. De cada 4 accidentes que se reportan a diario (de los que sabemos), por lo menos en tres está involucrado un motorizado, llevando, por cierto, la peor parte.
Es seguro que hay muchos que andan juiciositos por la vía, pero la mayoría anda como si tuvieron un ataque estomacal imprevisto e incontrolable, o sea, en zigzag y a alta velocidad. En la autopista parecen una lluvia anárquica de meteoritos. Cuando menos lo esperas, aparecen por la derecha, por la izquierda o por el frente y a contravía. No puedes cambiar de canal porque el flujo de motos no te lo permite. Me ha tocado salir de la autopista por los Ruices, luego de intentar infructuosamente salir por la vía hacia El Valle, Bello Monte, Las Mercedes, Altamira y el Parque del Este. Iba originalmente hacia El Valle.
Para colmo, hablan por el celular mientras conducen y suelen montar hasta 3 personas. Otra veces, el parrillero lleva a cuestas un televisor de 65 pulgadas, una lavadora o un caucho de camión en la cintura, tipo ula. Pero ni se le ocurra a usted tocar el celular para apagarlo y evitar contestar la llamada porque anda manejando.
Por arte de magia se le pondrá al lado un par de policías en moto, señalando que se pare a la derecha. Mientras lo disuaden que es mejor colaborarles «pa´l fresco» que llevarlo a escuchar la charla y pagar la multa, usted ve que pasan hileras de motorizados a 70 km chateando para precisar donde entregará el arroz chino, y no pasa nada. Hasta se saludan.
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Aprovechando el tema, y como quiera que la cifra de accidentes donde está involucrado un motorizado es hoy alarmante, se me ocurre que, por vía de la responsabilidad social empresarial, las firmas que venden motos, apoyen financieramente el abastecimiento y mantenimiento de equipos de los servicios de traumatología de los hospitales públicos. Al fin y al cabo, los principales usuarios de esas salas son sus clientes.
Imagino a las placas de agradecimiento con contenidos como este, «Tomógrafo y tutores externos donados por KorronchaSpeed, la moto más rápida y económica»; o, «En agradecimiento a The Broken Leg Motorcycle S.R.L. por la donación de 20 pares de muletas». También se deben reconocer labores de mantenimiento con mensajes como, «Sala de Rayos X reinaugurada gracias a Repuestos La Motopirueta Mortal C.A.». Total, a esos servicios van a parar el 90% de los motociclistas heridos en accidentes viales. Esta estrategia de «Atención al Cliente después de la Venta», salvaría muchas vidas y huesos rotos.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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