Caracas, zona de guerra, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
No salgas de tu casa, ni a pie ni en vehículo. No te asomes por las ventanas. Olvídate de ir a trabajar o a comprar alimentos porque todo está cerrado. Vigilen bien quién entra al edificio. Lánzate al piso si oyes detonaciones… Esas previsiones imprescindibles en zonas de guerra se han vuelto demasiado cotidianas para los habitantes de varios sectores de Caracas.
La inseguridad al interior de los hogares entra con su silbido de plomo, proyectil salido de la boca de un fusil de asalto, pistola o revólver, vaya usted a saber si de malandro o policía, pero ahora no limitada a las viviendas de las sufridas y violentas barriadas populares de antaño, sino en las zonas residenciales clase media, incluso a escasos dos o tres kilómetros del palacio de Miraflores.
Los enfrentamientos armados de esta semana en una zona como El Paraíso, urbanizada hace poco más de 100 años para aprovechar las mayores bondades del valle de Caracas en beneficio del ornato y el progreso, habla bien de la peligrosa etapa hacia la cual se sigue deslizando un país donde el hampa reta abiertamente a un régimen que pone el mayor acento en su cariz policiaco militar, donde las armas son el mejor emblema. Por algo será.
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Nadie a ciencia cierta puede decir cuál es la verdadera política de seguridad del régimen. Por ambigua, por oscilante, por pendular entre las llamados «cuadrantes de paz» o las imágenes de la ministra del área penitenciaria amigablemente instalada en el lecho de un pran y los registros testimoniales de la Operación Liberación del Pueblo (OLP) con su sangrienta estela de ejecuciones extrajudiciales de venezolanos en edad temprana.
Fue durante los casi 22 años del chavismo-madurismo que las bandas se convirtieron en megabandas, aumentaron sus acciones y poder de fuego a niveles inimaginables y también ampliaron sus dominios territoriales. Sus jefes se han hecho nacionalmente famosos.
Probablemente muchos venezolanos no conozcan a la gran mayoría de quienes hoy integran la AN, pero sabe perfectamente quiénes son y donde mandan el Koki, Mayeya, el Vampi o el Galvis, reyes de la atribulada Cota 905 a punta de ráfagas y granadas.
Fue, paradójicamente, en medio de la jolgórica celebración del bicentenario de la batalla de Carabobo, tratando de envolverse en las glorias que han deshonrado a pesar de la pectoral latonería, ostentosa y ridícula, cuando irrumpió un nuevo pico del terror en zonas como La Vega, El Paraíso, la Cota 905, extendiéndose a lo largo de una amplia franja residencial a la vera de la importante avenida Páez.
Por lo que circula en las redes —ya usted sabe que en los medios clásico todo está «excesivamente normal»— surgieron dos hechos inéditos: un despliegue operativo casa por casa del cual estarían participando unos 800 efectivos, y la oferta de recompensa por la cabeza de los pranes. Recompensas que el régimen divulga por redes pero que no anuncia oficialmente. De cualquier modo, difícilmente dé resultados con la bien ganada fama de mala paga que tiene la «revolución».
A propósito del magnicidio del presidente Jovenel Moïse por un grupo de mercenarios, se ha puesto de bulto la crisis de inseguridad que ha desbordado a la sociedad haitiana, donde la ancestral crisis socioeconómica tiene a ese país al borde de la anarquía.
Se habla de la «somalización» de Haití, país con el cual Venezuela ha comenzado a competir en los peores índices de pérdida de calidad de vida para su población.
Mientras el régimen —a su parecer dueño exclusivo de la verdad como de todo el país— no se abra a la búsqueda de soluciones ampliamente debatidas y consensuadas, donde reconozca que el país nos pertenece a todos y todos los sectores tienen algo importante que aportar en la solución de los problemas, incluido el de la terrible crisis de inseguridad ciudadana, seguiremos por ese tétrico sendero, el mismo que dolorosamente transitan Somalia y Haití.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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