Carajitos que curaron la Pandemia en Venezuela, por Carlos M. Montenegro
La ciencia debiera poder explicar los fenómenos que se dan en nuestro entorno, plantear las hipótesis posibles y probarlas con métodos científicos. Mutatis mutandi es como la humanidad ha podido avanzar hasta el momento.
La actual pandemia de covid-19 está afectando al mundo de manera grave, en nuestras mentes perdura el impacto producido por el contagio en ciudades como Nueva York, Madrid, Milán, o Paris, donde la transmisión viral se ha expandido velozmente sorprendiendo a todo el mundo en el mejor de los casos con el paso cambiado. Sorprende ver como en emblemáticos países del primer mundo se ha propagado vertiginosamente mientras en otros no menos avanzados la cosa casi no ha pasado de ser una de tantas afecciones invernales, mientras que en las frágiles naciones del verdadero tercer mundo aún no se oyen las campanas a rebato.
Sin entrar en la polémica virtual y viral, que no debate, de “quién lo ha hecho mejor o peor”, lo cierto es que se está muriendo la gente lo cual afecta causando situaciones de zozobra, impotencia y pánico.
Si nos salimos un poco del bosque y miramos a lo lejos el pasado, probablemente pensemos que dentro de unos cuantos meses, tal vez los que saben de verdad del asunto nos saquen de este atolladero, no lo duden.
Aunque deja un raro sabor de boca saber la razón del por qué, el cuándo y cómo lo harán; da la sensación de que no es del todo por sentido humanitario como cabría esperar; los inmensos presupuestos que se utilizan sufragando a los grandes cerebros, surtiéndolos de los recursos necesarios sin escatimar nada para conseguir la vacuna que resuelva la crisis, parece ser más bien porque el sistema económico se derrumba y el capital lógicamente no está por la labor.
Cierto es que salvarán millones de vidas, pero es porque las grandes industrias farmacéuticas engordan sus cuentas de resultados, y no por sus samaritanas intenciones filantrópicas, que sin duda alguno debe haber. Esas son las vacunas tan bien vistas por unos como denostadas por otros, aunque todos puedan tener algo de razón, pero la cosa no es broma, estamos en una batalla por el predominio en productos que determinan quién vive y quién muere
Convivimos con múltiples pandemias, que aunque estén neutralizadas no están erradicadas, algunas tan terribles como la del VIH-Sida de 1981, que para los que no lo sabían, y me incluyo, aún ni siquiera existe vacuna. Por suerte la ciencia a través de los tiempos nos ha librado de cientos o tal vez miles de millones de muertes por epidemias infecciosas.
En 2010, en plena epidemia de origen porcino, la gripe A (H1N1) que dejó más de medio millón de víctimas, el diario Meridiano en mi columna de los martes, el 27 de Julio publicó un artículo que titulé “22 galleguiños salvaron de la peste a Venezuela”. Narraba un curioso hecho histórico que me había contado, como el solo sabía hacerlo, durante una cena a finales de los 80’s Don Manuel Pérez Vila, quien fuera mi profesor de historia en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
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Era sobre la famosa expedición del Dr. Balmis, que no era un hallazgo del profesor, pero sí lo fue el enfoque noticioso que Pérez Vila sabía poner, como cuando explicaba historia en su cátedra de Periodismo. El suceso histórico lo protagonizaba la enfermedad contagiosa más terrible en la historia de la humanidad: la viruela
Se identificaba por una altísima tasa de mortalidad para quienes la padeciesen, especialmente en los niños, haciendo que las personas se cubrieran de pústulas, ronchas y cicatrices por todo el cuerpo. La enfermedad fue producida por un virus surgido en concentraciones humanas hacia el 10.000 a.C.; existen excavaciones arqueológicas en Egipto donde se encontraron tumbas inmemoriales con restos de momias con evidencias del de la enfermedad.
El virus se propagó a lo largo de los siglos mediante brotes periódicos asolando a la población existente. Era tan mortífero que hubo culturas en la antigüedad que prohibían poner nombre a los niños hasta que se hubieran curado, tras adquirir la enfermedad.
La viruela fue un mal que devastó a civilizaciones completas. En la Europa del siglo XVIII se estima que unas 400.000 personas morían cada año por viruela y un tercio de los supervivientes desarrollaba ceguera. Hay cálculos de que la viruela mató a 500 millones en el último siglo de existencia. En 1967, apenas una década antes de su último registro, se registraron 15 millones de casos.
Tras milenios arrasando al Viejo Mundo, ya en el siglo XVI durante la Conquista de América los europeos recién llegados fue fueron contagiando a los indígenas, que carecían totalmente de defensas ante esa enfermedad desconocida para ellos, siendo diezmados por la viruela, que cobró alrededor de 56 millones de vidas hasta el siglo XVIII causando un colapso demográfico en todo un continente escasamente poblado.
Me parece un momento propicio para transcribir partes de mi artículo de 2010 pues hay cosas que son inalterables en la historia, claro que el tiempo aporta sus matices. Pero perogrullescamente podría afirmar que “siempre que ocurre igual sucede lo mismo”.
Decía entonces que la ciencia al respecto en cuestión de vacunas, ha hecho maravillas. La primera de la historia fue vencer a la viruela, terrible enfermedad ya controlada afortunadamente. El honor le corresponde al Dr. Edward Jenner (1749–1823), médico rural inglés, que lo adquirió cuando en 1796 inoculó al niño James Phipps una pequeña dosis de las pústulas extraídas de las ubres de las vacas, que no contraían el mal al ser ordeñadas por personas contagiadas, observando que tras un leve brote el niño sobrevivió, repitió con otros con el mismo resultado.
Fue el principio del fin de la terrible peste que durante milenios había acabado con cientos de millones de personas. El Dr. Jenner acababa de inventar la primera “vacuna” de la historia *.
Francisco J. Balmis (1753-1819) era el cirujano y médico personal del rey Carlos IV de España. Cuando supo sobre el logro de Jenner le propuso al monarca mandar una expedición a los territorios españoles de ultramar, donde la viruela estaba haciendo estragos, con el propósito de erradicar el terrible mal. El rey, cuya segunda hija la Infanta María Luisa había muerto a la edad de 5 años víctima de la enfermedad apoyó y financió la expedición. Balmis juntó a siete médicos, personal asistente con equipo sanitario y organizó la travesía. Pero antes Balmis debió resolver con gran ingenio un gran problema.
La vacuna no existía como tal, solo se conocía la técnica de Jenner de inocular el virus, pero no era posible cruzar el Atlántico durante semanas conservando el fluido infeccioso. La solución fue embarcar 22 niños huérfanos de entre 3 y 9 años, la mayoría obtenidos en un orfanato de La Coruña regentado por la enfermera gallega Isabel Zenda que también fue incorporada a la expedición, aportando a su propio hijo. Durante la travesía se les iría inoculando de uno en uno para mantener la infección activa hasta llegar al Nuevo Mundo, donde se comenzaría a inmunizar a la población a partir del niño que llegó contagiado.
El 30 de noviembre de 1803 zarpó de La Coruña el barco “María Pita”, comenzando aquella extraña expedición, la primera con fines sanitarios de la historia. Trasladaron la “vacuna” a las Canarias, y ya en América a Venezuela, Colombia, Perú, y México con formidables resultados.
En Venezuela la expedición se dividió con diferentes destinos y el Dr. Balmis permaneció en Caracas, donde hasta Andrés Bello compuso una “Oda a la vacuna” como agradecimiento. Fueron fundando centros donde se adiestraba a personal y médicos locales para administrar la vacuna.
Luego Balmis siguió hasta Cuba y México donde una vez cumplida su misión tomó a otros 26 niños huérfanos y el 8 de febrero de 1805 partió desde Acapulco con la enfermera Zenda a bordo del “Magallanes” hacia Filipinas, atravesando el Océano Pacífico. Después siguió hasta Macao y luego a China eliminando a su paso los brotes de la peste. Hacia 1816 regresó a España, no sin antes parar en la isla de Santa Elena donde sus habitantes británicos fueron inmunizados y posiblemente a Napoleón Bonaparte que andaba por allí.
El rey Carlos IV para asegurarse el éxito de la expedición redactó un reglamento que tendrían que cumplir los miembros de la expedición. Asimismo, el 1 de septiembre de 1803 emitió un edicto dirigido a todos los funcionarios de la Corona y autoridades religiosas de los dominios de América y Asia, en el que anunciaba la llegada de la expedición de vacunación ordenando que le dieran todo el apoyo necesario para: vacunar gratis a las masas; enseñara a preparar la formula antiviruela en los dominios ultramarinos; organizar juntas municipales de vacunación para llevar un registro de lo realizado; mantener suero con virus vivo para futuras vacunaciones (sic).
Edward Jenner descubridor de la vacuna al conocer de la expedición de Balmis dijo: “No puedo imaginar que en los anales de la historia exista un ejemplo de filantropía más noble que éste”. Así como Alejandro Humboldt reseño en 1825: “Este viaje científico perdurará como el más memorable de la historia”.
El 8 de mayo de 1980, La OMS certificó la erradicación de la viruela. La viruela es una de las dos únicas enfermedades infecciosas que el ser humano ha logrado erradicar, junto a la peste bovina, oficialmente eliminada en 2011.
Venezuela fue el primer país de América en terminar con una mortífera pandemia. Y cabe preguntarse: ¿Y entonces?…
* El término “vacuna” proviene de vaca, ya que fue gracias a la enfermedad que padecía ese animal lo que ayudó a descubrir su curación. En 1881, un siglo después, fue cuando Louis Pasteur decidió acuñar el término “vaccine” (vacuna) en honor de Edward Jenner, el primero que había utilizado dicho vocablo (viruela vacuna) al incluirlo en el título de su investigación.