Carlos Julio tras las rejas, por Gregorio Salazar
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Duele, y mucho, ver nuevamente al joven periodista y luchador social Carlos Julio Rojas perder su libertad, esta vez bajo más graves acusaciones que en anteriores oportunidades. Su figura de manos esposadas y flanqueada por dos represores de armas largas y rostros encapuchados es la triste imagen de una Venezuela cuyas libertades continúan en plena degradación.
Duele pensar que Rojas ha sido uno de los tantos jóvenes venezolanos que durante el último cuarto de siglo ha debido tener oportunidades para dedicarse plenamente a su desarrollo profesional, a crecer en cualquier orden de la actividad humana que él hubiera elegido de acuerdo a sus aprendizajes y a sus capacidades. Lamentablemente no ha sido así.
Desde su más temprana juventud Carlos Julio Rojas escogió el camino de la lucha social, del reclamo popular, de la organización para la participación. Lo hizo desde sus tiempos de estudiante de Comunicación Social y lo ha continuado haciendo, cada vez con más vehemencia, en un país de libertades restringidas y en defensa de los intereses de su querida parroquia Candelaria y el norte de Caracas.
En sus tiempos de dirigente estudiantil en la UCV fue objeto de un ataque nunca bien aclarado y del cual resultó con un balazo que le fracturó un brazo. Ni siquiera a raíz de ese episodio de violencia, Rojas decidió portar armamento alguno. Así se ha mantenido, como nos consta a todos quienes lo conocemos.
Y es que Carlos Julio puede ser vehemente, incansablemente retador del poder e incluso desafiarlo temerariamente, pero no es un hombre que haya hecho de la violencia su forma de lucha. Lo de él es la palabra, el grito acusador, su denuncia implacable contra el poderoso, su rosario al cuello y como acompañante la figura siempre solidaria del Señor del Papagayo y su valientemente cuestionador escudo de papel.
A ambos se les ha visto durante los últimos años acompañando el reclamo de los vecinos aquejados por la falta de electricidad o del agua, por la acumulación de la basura, por el asedio de los invasores, por los abusos represivos o por los derechos de los jubilados. A plena luz del día, dando la cara por las redes, dejando su testimonio de inconformidad y de rebeldía en un país que, en plena época electoral, cierra cada día más las posibilidades para el ejercicio pleno de los derechos civiles y también para las de protestas cuando se busca exigirlos.
Cundo fue detenido en 2017 cayeron sobre él los consabidos cargos sobre todo aquél que protestaba en la calle: instigación a la rebelión militar, sustracción de objetos militares y traición a la patria. ¿Quién ha traicionado a la Constitución?, es la pregunta. El 12 de julio de ese año fue ingresado en la principal prisión militar del país, la cárcel de Ramo Verde.
Fueron días muy duros. Encerrado en una celda de unos 20 metros cuadrados padeció rigores con más de cien detenidos. Alguna vez lo contó a sus colegas y amigos: «Perdí más de 12 kilos en prisión. Más que presos políticos éramos presos del hambre y de la mayor tortura que fue la sed. En aquella celda no había lugar ni para caminar. Apenas se dormía, de a tres por colchón, intercalados en posiciones invertidas».
Cuando reclamó a gritos por el maltrato de los guardias, fue trasladado a una celda de aislamiento, de las conocidas como «El tigrito». Primero por 48 horas, después por 15 días. En ese cubículo infame de 2×2 metros, llegaron a amontonarse hasta once personas que dormían parados por turnos, orinaban en una botella y defecaban en una bolsa de plástico, si podían. «Yo estuve cinco días sin evacuar y, cuando conseguí que me llevaran a un baño, mis músculos estaban tan contraídos que tampoco lo logré», recordaba Rojas.
Tras cuarenta y nueve días en prisión fue llevado ante el tribunal militar para enterarse que el fiscal había desistido de los cargos. ¿Cuáles cargos? Quien los creó los desapareció sin dar explicaciones. Allí recuperó su libertad.
Ahora Carlos Julio es acusado de instigar y de ser operador logístico de un supuesto atentado contra Nicolás Maduro. Lo que resulta inexplicable es que después de haber sido anunciado el desmantelamiento del supuesto complot y la detención de supuestos cómplice que habrían sido dotados de pistolas e instruidos por Carlos Julio, él permaneciera haciendo su vida normal, sin ausentarse de su residencia, en vez de emprender la huida, como hubiera sido lo lógico. Fue detenido en la misma calle donde vive. Es, claro está, la conducta de quien no tiene nada que temer.
Donde quiera que esté, pues ni eso han revelado sus captores, hacemos llegar nuestra palabra de solidaridad a Carlos Julio Rojas, seguros de su inocencia y confiados de que volverá a la calle para incorporarse a una Venezuela que gracias a luchadores como él está viendo cada vez más cerca la salida de este largo túnel de atraso, pobreza, regresión y opresión.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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