Carnevali y Pompeyo, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
De cómo se produjo la singular entrevista entre Carnevali y Pompeyo, los dos líderes en ese momento más perseguidos del país, dio un pormenorizado testimonio Homero Arellano. La iniciativa había partido de Alberto y su enlace fue Simón Alberto Consalvi. Esa reunión dio lugar a otra, esta vez con la presencia de URD en la persona de Domínguez Chacín. La idea unitaria había avanzado tanto que Carnevali y Domínguez Chacín no tuvieron el menor reparo en encomendar al jefe de los comunistas la redacción del primer manifiesto de la unidad.
Antiguo militante de AD posteriormente incorporado al PCV hasta su separación de ese partido, Homero Arellano tenía estrecha relación con la dirección clandestina de los comunistas. Incluso el mítico Pompeyo estuvo enconchado en su casa. Yo lo conocí en 1957.
Estábamos presos en la cárcel de El Obispo y hablando con él descubrí importantes campos nuevos de reflexión. Me dio pormenores de la unidad, desconocidos por mí. Rememoro los cambios que asomaban en la situación política de Venezuela. ¡Cuántos ángulos y matices nuevos a partir del fraude de 1952! La dictadura destruía las estructuras de los partidos de la resistencia, pero el espíritu de la unidad descendía sobre ellos. Eran sombras ocupando espacios destruidos. Lo que perdían físicamente comenzaban a ganarlo espiritualmente. A última hora el intento, lamentablemente, se frustró.
-Nos encontrábamos reunidos –escribe Pompeyo- Guillermo García Ponce, Eloy Torres y yo dándole los últimos toques al documento, cuando oímos por la radio la noticia de la detención de Carnevali
Un esfuerzo de esa magnitud solo volverá a materializarse años después, con la creación de la Junta Patriótica. La diferencia es que esta vez la iniciativa partirá del PCV.
Esta fue la segunda y definitiva prisión del estupendo estratega. Dos años antes había caído en manos de la Seguridad Nacional. En esa ocasión la respuesta de AD fue fulgurante. El 26 de julio de 1951 una limpia operación organizada por el aparato especial del partido lo rescata en forma espectacular del Puesto de Salas de Caracas, donde sus carceleros lo habían trasladado para atenderle algunas afecciones de salud. La operación de comando la dirige en forma airosa el sindicalista Salom Meza Espinoza, estrecho amigo de mi familia, más tarde capturado y sometido a una tortura que soportó sin doblegarse.
Con esta fuga, Carnevali logra un elevado prestigio en AD y en las organizaciones de la resistencia. La acción ha afectado hasta cierto punto la moral del aparato represivo y simultáneamente levanta la de su propio partido, angustiado como estaba por la muerte de Leonardo y la enfurecida persecución política.
Pero Carnevali no puede poner en práctica su viraje. Apresado de nuevo cuando no ha cumplido los 40 años, es remitido a la penitenciaría de San Juan de los Morros.
En 1953 muere en prisión, víctima de un cáncer avanzado. A su deceso siguió el bárbaro crimen cometido contra el poeta y secretario general sustituto, Antonio Pinto Salinas, hombre de gran sensibilidad humana y de procedencia religiosa. Había estudiado Teología en Roma. Me interesa resaltarlo para indicar cómo se había alejado AD del marxismo y del comunismo. Un hombre de la inclinación nada marxista de Pinto Salinas ejercía ahora la secretaría general del partido de Betancourt. El policlasismo del que se ufanaba AD no solo era una realidad social sino también ideológica.
De Nueva York a Montreal
En 1951 viajé al exterior por primera vez en mi vida. Era un descanso turístico sin implicaciones políticas que no venían al caso porque yo no era un político ni me pasaba por la sesera serlo. Mi hermana la “Nena” estudiaba en Montreal. La veríamos allá, iría con nosotros a Nueva York y de allí regresaría a Canadá. La expedición la conducía María y su tripulación la integrábamos Luis Antonio, la “Nena”, José, Lupita y yo. Por compromisos de trabajo, Lucho se quedaría esa vez en Venezuela.
¿Qué era en ese momento la política para mí?
Nada, absolutamente nada. Lucho esperaba verme graduado de arquitecto y logró inculcarme esa, mi primera aspiración. Me había comprado libros sobre estilos arquitectónicos, pero pese a mi entusiasmo nunca los leí completos y por desgracia mi padre lo supo.
En Nueva York sucedió algo inesperado. Un exiliado venezolano nos frecuentó. Estábamos en el hotel Robert Fulton, no lejos de Riverside. Un día me llama aparte y me entrega un libro de la resistencia. En la portada, el retrato de Ruíz Pineda. No recuerdo si sería Venezuela bajo el signo del terror ni si me dijo bajando la voz o fui yo quien lo imaginé después:
-Es el Libro Negro contra la dictadura.
Pero sea esa u otra obra editada por fuentes amigas de los exiliados de AD, la traeré escondida debajo de la correa y el pantalón. Y ahora me pregunto: ¿por qué se dirigió a mí y no a mis hermanos mayores?
Ese inesperado contacto me reconectó de nuevo con la política pero solo momentáneamente. Cumplí el encargo de traer el libro a Venezuela con la emoción de un adolescente creyéndose en trance de correr un peligro histórico. Y quizá hasta fuera cierto.
Américo Martín es abogado y escritor.
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