Carta a un inmigrante, por: Orlando Chacón
Los venezolanos hemos sufrido las peores humillaciones en los últimos años, viviendo en un país convulsionado por la corrupción de una cúpula y sus amigos que se aferran al poder sin importarle las millones de vidas que hoy sufren, las miles de vidas que se ven desesperadas ante la ausencia de un sistema de salud de calidad, aunado a la incertidumbre de regresar o no a nuestro hogar producto de la inseguridad o los cuerpos represivos que de forma bestial reprimen a sus hermanos.
Producto de toda la aberrante crisis, los venezolanos han debido huir de su hogar, dejando atrás su familia, su trabajo, su patria, llevándose solo la historia de su pasado, la esperanza de tener un mejor presente y volver en un futuro.
Nuestros venezolanos se han convertido en inmigrantes por necesidad, incluso por obligación para que su familia pueda sobrevivir. Nuestros venezolanos se han convertido en desplazados, en refugiados, en asilados, en exiliados, pero todos, todos, venezolanos.
Por 20 años, países y pseudolíderes cómplices de Chávez, disfrutaron más que los venezolanos de su bonanza petrolera, succionaron de nuestro país cantidades escalofriantes de petrodólares, hicieron negocios con corruptos, instalaron empresas en nuestro país, firmaron acuerdos energéticos a cambio de votos en la OEA, callaron a cambio del bozal de arepa.
No levantaron su voz contra las violaciones de derechos humanos, la persecución y asedio político, la represión, solo llamando a un conveniente diálogo interno a través de una diplomacia cobarde y complaciente.
Hoy, nuestros hermanos venezolanos se ven forzados a tocar la puerta de sus fronteras, con la esperanza de construir en su país un hogar, de progresar junto a él y vivir con calidad de vida.
En un acto de humanidad, de solidaridad, de compromiso democrático, pedimos que a nuestros venezolanos se les respete su dignidad, se respete su condición de refugiados y al igual que Venezuela recibió a millones de migrantes en nuestros mejores tiempos, hoy veamos como un acto de reciprocidad que nuestros venezolanos puedan ser recibidos en tan difícil momento por el que estamos atravesando.
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Muchos de ellos con la necesidad de atenderse alguna enfermedad que lo aqueja y que en su patria no puede tratar.
Como países hermanos, deben reafirmar su compromiso con la democracia y la libertad, pues el cambio en Venezuela significa también la estabilidad para todo el continente.
Frente al hambre atroz que sufren millones de venezolanos, las muertes en hospitales por falta de medicamentos y las deplorables condiciones de vida ante el colapso de los servicios públicos, es el momento de con firmeza hacer frente a un régimen de hambre, miseria y corrupción.
Las historias de nuestros compatriotas son desgarradoras y esto nos indigna, ver como se han separado tantas familias nos causa un profundo dolor, pero también se convierte en fuerza, en esperanza, en fortalecer nuestra convicción y reafirmar los valores que nos mueven para dar la cara sin miedo, porque nos han robado tanto, que acabaron robándonos el miedo.
A nuestros hermanos venezolanos que hoy luchan por construir un hogar fuera de nuestras fronteras, es nuestro deber dejar el nombre de nuestro país en alto, levantando un tricolor que representa a gente honesta, trabajadora, respetuosa, de valores, de familiaridad, de solidaridad. Demostremos que nuestro país es grande también por su gente.
Quienes hacemos política en Venezuela no escapamos de esta realidad, sufrimos la crisis económica que nos asfixia al no encontrar como subsistir con nuestras familias. Solo que debemos sumar las detenciones, persecuciones bestiales, torturas y ataques de un régimen que le teme a su pueblo.
Muchos de nuestros dirigentes también se han visto forzados a huir. A ellos en particular me dirijo.
El hacer política en Venezuela en los últimos años se ha convertido en sacrificio. Es terrible lo que vivimos quienes nos quedamos a luchar, unos con mas crueldad somos atacados vorazmente y seguimos de pie.
Es tan valiente quien se queda a dar la cara, tragar gas, sufrir el constante miedo a lo que pueda pasar, como quien se va con la incertidumbre de cuál será su destino. Otros, bajo la comodidad, los pactos y el respaldo de un teclado, se asumen como vampiros de la verdad, pero son minoría.
Todos debemos estar convencidos que el único, único enemigo es Nicolás Maduro. Y nuestra prioridad es impulsar un cambio. En este camino no podemos seguir en la constante diatriba del ataque, del vicio que por años nos hundió como oposición y que en nuestros mejores tiempos de lucha personeros hipócritas pretendieron revivir.
Es el momento de las convicciones, de los valores, de la coherencia. Es el momento de las definiciones. Aquí no puede haber espacios para opositores radicales que no son más que un disfraz que oculta la ambición de poder y que incluso le han hecho tanto daño a nuestro país como el régimen de Maduro y sus secuaces.
Como joven, espero que la dirigencia que me representa esté a la altura de la coyuntura por la que atraviesa la tierra que nos vio nacer. Como ciudadano, exijo que quienes se asumen hoy como el/la mesías para liderar la transición primero saquen a Nicolás y luego en unas elecciones libres que el ciudadano decida quién debe conducir el destino de nuestra nación.
Venezuela es un gran país, con gente trabajadora y echada para adelante. Juntos, debemos asumir el compromiso de rescatarla y convertirla en un país de oportunidades que reciba de nuevo a nuestros hermanos, que nos reencontremos para reconstruir ese país que soñamos, de progreso, libertad, de familiaridad, donde no cometamos de nuevo el gran error de llevar un populista vendedor de ilusiones al poder.
Dios bendiga a Venezuela.
Dirigente político