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Carta a un joven médico venezolano inmigrante, por Gustavo J. Villasmil-Prieto



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Xabier Coscojuela | marzo 10, 2018

Autor: Gustavo J. Villasmil-Prieto | @gvillasmil99


“Venimos de la noche y hacia la noche vamos”

Vicente Gerbasi. Mi padre, el inmigrante

Querido joven colega mío:

Colgada del perchero quedó una bata blanca con tu nombre bordado en el bolsillo. Los dos caramelos que encontramos en él nos los comimos, para serte franco. Por allí hemos visto también, abandonadas por tu pies, el par de “cholas crocs” de imitación china con las que por años anduviste buscando a Dios por los rincones de este hospital, angustiado por tanta carencia, tratando de hacer lo que se pudiera y hasta un poco más por el enfermo de esta o de aquella otra sala. Nada ha vuelto a ser igual desde que te fuiste; ni la revista de lunes por la mañana, ni la preparación para los exámenes o de los casos clínicos. Ya casi nadie cuenta chistes ni nos pide préstamos invariablemente impagos para poder invitar a un café a la bonita residente del servicio de al lado. Contigo y con tu generación se marchó la alegría, esa fuerza vital capaz de mover montañas con tal de hacer posible la cirugía o el tratamiento que cambiaría el drama del enfermo a tu cargo en esperanza real de curación.

No tienes que explicarte conmigo. Te marchaste porque ni vida ni sueños eran ya posibles para ti en una Venezuela en la que cualquier dadiva del Gobierno a los portadores de un carnet es de lejos superior al mísero salario que recibías por 60 horas semanales de trabajo intenso en el hospital; de día y de noche, lo mismo un lunes que un domingo, en Navidad, el natalicio del pillo de Ezequiel Zamora o en cualquier otra efeméride. La cotidianeidad del hospital, la presión no pocas veces insoportable que impone el cuidado de tantos enfermos sin tan siquiera un mínimo de medios, la inseguridad incluso aquí dentro, la precariedad; esa precariedad que hacía para ti de una empanada para el almuerzo a las tres de la tarde un verdadero lujo sibarita… ¿Cómo entender la vida así a tu edad, con tu talento, con tus proyectos trazados tras años de estudio y trabajo duro? Tenías que irte, no cabía otra cosa.

Allá donde vayas levanta siempre la consigna de ser el mejor y destacar por la calidad de lo que haces. Antes que su conmiseración, gánate a pulso el respeto de tus pares. Haz lo más y mejor que puedas por todo aquel que te pida ayuda. Nunca dejes a nadie a merced de su dolor, sea quien sea, haya dinero de por medio o no. Que de ti se diga como del gran Aníbal Santos Dominici, quien “jamás se llevó la lágrima de un pobre al bolsillo”. Como cuando estabas aquí, sé siempre el primero en llegar y el último en irte. Aún entre nevadas y temperaturas bajo cero, se tan cálido con tus pacientes de allá como lo fuiste siempre con los de aquí. Ese mirar a los ojos del enfermo angustiado, esa mano posada sobre el hombro en la hora difícil, fueron muchas veces lo único que pudiste ofrecer cuando del hospital se iba la luz, no había ni aspirina o el pobre enfermo moría esperando la transfusión de sangre que no llegaría nunca. Haz de ese ejercicio de piedad cotidiana tu mejor guía ahora que tienes a tu alcance los medios y recursos de los que siempre careciste aquí.

Lleva siempre a Venezuela en tu corazón. Nada peor debe haber que ir por esos mundos de Dios como un paria. Pero no te las des de vienés si naciste en Judibana, de bostoniano siendo oriundo de Puerto La Cruz o de barcelonés si eres de Calabozo (¡mira que se han visto casos patéticos!). Tampoco vayas por ahí hasta con los calzoncillos vinotinto o como guacamaya vestido de tricolor, pues el ser venezolano no es una expresión folclórica sino un estado del espíritu. Recibe agradecido la hospitalidad que se te otorgue donde vayas y hónrala dando lo mejor de ti, como cuando estabas aquí. Pasa de largo frente a expresiones de xenofobia pues, como sabrás, la ignorancia es más global que la internet. Trabaja, estudia, esfuérzate el doble, el triple de lo que aquí: recuerda que el residente de cualquier hospital público venezolano, como el tubo de pasta dental, ¡siempre puede dar más si la circunstancia aprieta!

Nunca pero nunca olvides a los que aquí quedamos. Nuestra opción de permanecer aquí nada tiene que ver con fallas “testiculares”, ineptitud o conformismo. Nos quedamos porque como generación anterior a la tuya estamos llamados a constituirnos en guardianes del gran acervo médico del que eres hijo. Casi tres siglos de tradición médica venezolana no pueden quedar a la intemperie en tu ausencia. Aquí, en medio de esta noche larga de la que escapaste, permaneceremos; entre los muros carcomidos de la Facultad, los anaqueles vacíos de la farmacia y las salas sin bombillos de nuestros hospitales de enseñanza, nos instalaremos a vivir como sus últimos custodios. Deja saber de ti de cuando en vez al viejo maestro a quien tanto debes y a la ancianita que quedó en el balcón de tu casa con el rosario entre las manos, regando la noche caraqueña con padrenuestros, avemarías y glorias en permanente oración por ti. Hónralos, hónranos. Que a tu paso por ese bonito y pulcro hospital que hoy te recibe se diga ¡ése joven y competente médico que va allí es venezolano!

Y quiera Dios que algún día, cuando puedas pronunciar el nombre de Venezuela sin dolor, pienses en volver. Quizás todavía alcances a encontrarte con algunos de nosotros, quién sabe. Ese día, mi querido y joven colega, será mi generación la que rinda cuentas a la tuya por lo que supimos defender con lo mejor de nuestras fuerzas y capacidades. Yo te juro solemnemente que te habremos de devolver, no aquel campamento del que hablaba José Ignacio Cabrujas, sino un país del que vuelvas a sentirte orgulloso.

Que el Señor te ilumine y guíe por donde vayas.

En Caracas, a 10 de marzo de 2018, Natalicio de José Ma. Vargas, médico y repúblico.

 

 

 

 

 

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