Celac: una radiografía contundente, por Félix Arellano
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Lamentables, pero aleccionadores para la región, los resultados de la VI Cumbre de Jefes de Estado de la Celac, efectuada en la Ciudad de México el 18 de septiembre, que confirmó, entre otros, la fragmentación y polarización que enfrenta la región, lo que limita la posibilidad de avanzar en proyectos de unidad, cooperación e integración; el fortalecimiento del populismo autoritario y su anacrónica visión del mundo, que se mantiene anclada en el pasado; el menosprecio por las libertades y los derechos humanos y, las profundas contradicciones del gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien se posiciona como líder del autoritarismo en la región.
La organización de la Cumbre correspondió al gobierno de México, en su carácter de presidente en ejercicio de la Celac, institución creada en el 2010, que progresivamente ha perdido relevancia, entre otros, por la fragmentación que ha generado los fanatismos ideológicos, la proliferación de instituciones de cooperación e integración en la región, el desinterés de sus miembros y las complejas consecuencias de la pandemia del covid-19.
A la Cumbre el gobierno mexicano asignó especial importancia, propiciando altas expectativas, sobre las potenciales transformaciones que podían ser aprobadas. Bien pudiéramos afirmar que el nivel de atención y esfuerzo, evidencia una transformación en la política exterior de AMLO que, desde sus primeros días de gobierno sostenía la tesis que: “la mejor política exterior, es una eficiente política interna”; lo que limitó el papel de México en el escenario internacional. Ahora el gobierno, en particular el presidente, confieren mayor relevancia al papel de México y su política exterior.
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El presidente AMLO y su Canciller Marcelo Ebrar, asumieron personalmente la promoción de la Cumbre, resaltando que se convertiría en el principio del fin para la Organización de Estados Americanos (OEA) y su secretario Luis Almagro, pero también para el liderazgo de los Estados Unidos en la región. Desde esa perspectiva, los resultados han sido un fracaso. Los debates en la reunión plenaria de jefes de Estado no abordaron las iniciativas del gobierno anfitrión y, por el contrario, evidenciaron las profundas diferencias que enfrenta la región, confirmando el enfrentamiento entre las democracias y los autoritarismos obsesionados en perpetuarse en el poder.
Para desdicha del pueblo mexicano, su presidente está resultando un promotor de la corriente autoritaria. La invitación a la dictadura cubana a participar, previo a la Cumbre, en los actos conmemorativos de la independencia mexicana, con un total menosprecio por la sistemática violación de los derechos humanos del pueblo cubano, constituye un duro golpe para la democracia y los valores libertarios del pueblo mexicano.
El ataque a la OEA y su secretario, ni formó parte del debate general de los jefes de Estado, ni aparece en el texto de la Declaración final adoptada. La dinámica de la Cumbre reprodujo un complejo mundo kafkiano, varios planos contradictorios funcionando simultáneamente. Por una parte, el áspero enfrentamiento en las intervenciones de los jefes de Estado, que contó con el afortunado arrojo de los presidentes de tres países pequeños en tamaño, grandes en fortaleza para defender la institucionalidad democrática y las libertades, como fue el caso de Paraguay, Uruguay y Ecuador.
En otro nivel kafkiano, las iniciativas fantasiosas de los anfitriones, concentradas en atacar el sistema interamericano, particularmente su institucionalidad de defensa de los derechos humanos y la democracia; incluso, la peregrina iniciativa de construir, desde la Celac, un proyecto de integración como la vieja Comunidad Económica Europea, lo que evidencia su desvinculación con la larga y compleja historia de integración económica en la región.
En otro plano del cuadro kafkiano, se encontraban los técnicos de esos gobiernos, que se atacaban en la plenaria, pero que redactaron un texto de Declaración final impecable, al mejor estilo de las Naciones Unidas, que incluye un amplio número de temas de la agenda internacional, repitiendo los lugares comunes, que han logrado amplios consensos previos, sin asumir los debates de sus jefes, pero tampoco las manipuladoras propuestas del gobierno anfitrión, que no contaban con el apoyo de la gran mayoría de los países miembros.
Luego del fracaso de la Cumbre, el gobierno mexicano debería estar en la fase de reparación de los daños; empero, dado su creciente talante autoritario, debe estar cerrando el capítulo sin mayores explicaciones y, obviamente, definirá como traidores a la patria o lacayos a quienes opinen diferente, en el mejor estilo que viene ocurriendo en las conferencias matutinas del presidente AMLO, que se han convertido en la trinchera para la descalificación y la manipulación.
Ahora bien, resultará difícil construir éxitos, en una reunión que en el plano formal evidenció desorganización y débil poder de convocatoria, de los 32 Jefes de Estado invitados, llegaron 17, con la notoria ausencia de Brasil, que se ha retirado de la organización y del gran aliado de AMLO, el presidente Alberto Fernández de Argentina, que está enfrentando un insondable crisis con su vicepresidenta Cristina Kirchner, quien lo seleccionó como candidato presidencial y, ante la monumental derrota en el reciente simulacro electoral del PASO, pareciera que mueve los hilos para lograr su renuncia.
Pero más que los aspectos formales del fracaso de la Cumbre, el complejo giro en la política exterior mexicana debería ser el tema de mayor preocupación y, en ese sentido, son varios los factores para la reflexión. Asumir el liderazgo contra el sistema y, en consecuencia, la conducción de la corriente autoritaria en la región, en estrecha vinculación con la dictadura cubana, es una posición irresponsable y peligrosa.
Recordemos que durante la fase de los ásperos ataques del presidente Donald Trump contra el pueblo mexicano, que llegó a calificar de “delincuente”, el presidente AMLO optó por un silencio táctico, pero aterrador, por lo sumiso y complaciente. Ahora, que se encuentra con un presidente prudente en la Casa Blanca, asume el agresivo y manipulador discurso antisistema, seguramente para complacer radicales (¿con objetivos electorales?). El discurso antisistema resulta contradictorio y peligroso para México, que concentra el 80% de sus exportaciones al imperio y, además, tiene varios años disfrutando de una balanza comercial superavitaria con los Estados Unidos.
Seguramente el presidente mexicano asume que cubre las formas, pues en sus discursos destaca que existen “instituciones lacayas”, sin mencionar al imperio, todo parece indicar que busca retomar el anacrónico discurso de sus largos años de candidato, manipulando a la población pobre, que es mucha, repitiendo falsos discursos con el objetivo fundamental de controlarla.
Desde que asumió la presidencia AMLO, amparándose en la vieja y rígida interpretación de la soberanía absoluta -que minimiza la gobernabilidad internacional y menosprecia los derechos humanos- ha justificado su banalización del autoritarismo. Sin juzgar los asuntos internos de otros gobiernos, termina apoyando los autoritarismos, en detrimento de la posición de México en el contexto internacional y la Cumbre ha confirmado esa tendencia.
En este inquietante panorama también debemos registrar que en la Cumbre se desaprovechó la oportunidad para realizar un exhaustivo debate sobre la intrincada institucionalidad internacional de la integración regional y la necesaria reingeniería para superar, entre otros, los solapamientos, ineficiencias, burocratismo. Pero de nuevo el fragor ideológico está nublando los objetivos y limitando la capacidad de razonamiento, muchos continúan anclados en el pasado y en el rito del culto a la personalidad, perdiendo oportunidades para generar prosperidad y bienestar para los pueblos.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.