Celebración: verdad y libertad, por Ángel R. Lombardi Boscán
Twitter: @LOMBARDIBOSCAN
Preferimos mentir y simular escondiendo los dolores como cuchillos afilados que laceran el alma. Así somos la mayoría. Tanto en los ámbitos privados y familiares como los públicos y sociales. En cada hogar y familia hay trapos sucios. Unos más que otros.
Cuando vi esta película por primera vez hace 24 años atrás me conmocionó. Hoy, que la he vuelto a ver: me conmocionó aún más. El tiempo te lacera de una u otra forma. Y las experiencias vitales también. La autocompasión es una especie de infierno que procura disculpar los agravios sin que se le pueda dar cabida al perdón redentor.
Las convenciones familiares, sobre todo las celebraciones, son básicamente una alegría fingida. Representan rituales para espantar el sinsabor. Cuando son auténticamente genuinas casi nadie las apercibe o se da cuenta en el momento. Hay que esperar que se maceren para distinguir lo genuino de lo falso.
En Celebración, película danesa de Thomas Vinterberg del año 1998 acudimos a la revelación de un crimen. Atroz, como todo crimen, sólo que éste es más atroz que cualquier otro porque se produce dentro de la «fraternidad» familiar y bajo la complicidad de muchos. El patriarca, todopoderoso, asume que sus actos están más allá del bien y del mal, y que posee la capacidad de dañar impunemente. Su riqueza es su bastión junto a unas relaciones jerárquicas sin resquicios para la debilidad o la cortesía.
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El cine de Dogma fue en su momento una bocanada de aire fresco dentro de un cine caracterizado por la impostura barnizada de belleza artificial. Dogma, apela a un naturalismo trágico para entender las dialécticas humanas sumidas en una oleaje sin cesar entre lo cómico y trágico.
Revelar la verdad, casi nunca es suficiente. Y vivir en la verdad es una apuesta diríamos que imposible. La falsedad de los actos humanos nos delata como imperfectos y diabólicos. En Ceremonia hay todo un exorcismo para espantar la maldad e intentar seguir viviendo a pesar de los muchos dolores, decepciones y caídas. «Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros». Juan 8:37
Celebración no es un cine para disfrutar o pasar un buen rato. Es un cine para adultos requeridos de ayuda psiquiátrica, emocional y espiritual como le sucede a casi todo adulto. Nacer es un dolor que la infancia disipa por momentos si se tiene la suerte de atravesar unas circunstancias más o menos sanas. Lo normal es el sufrimiento por las carestías en los afectos. Y ya de adultos, de acuerdo a las teorías freudianas, somos lo que somos por esas experiencias del inicio.
La partitura de Celebración como película es una partitura del dolor más íntimo que socava la confianza en los valores familiares y humanos. Sólo la verdad, ruda y vengativa, termina siendo terapéutica. Una forma de Justicia sin Ley aunque requerida para restablecer un Juicio Final justo.
Los hermanos son testigos de la tragedia y poco a poco van sacando una valentía domada. Lo mismo hacen los sirvientes, testigos silenciosos del crimen, aunque con ojos cerrados y oídos sordos, no están dispuestos a una complicidad sumisa. «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Juan 8:31
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia.
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