Cercando al SARS-CoV-2, por Rafael Henrique Iribarren Baralt
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Hace más de una década Sergey Brin, cofundador de Google, analizó (tal vez impelido por los antecedentes de la enfermedad de Parkinson en su familia) su código genético y descubrió que él poseía la mutación en el gen LKRR2, lo cual elevaba la posibilidad de que sufriese mal de Parkinson en un futuro. Fue entonces cuando decidió llevar a cabo un proyecto de investigación con miras a ganarle a la enfermedad antes de que esta eventualmente se apoderase de él.
Su proyecto consistió en hacerle una prueba genética a un grupo de 10.000 personas, reclutadas online, que padecían del mal de Parkinson, y hacerles contestar un cuestionario en el que había una diversa gama preguntas relativas a la exposición ambiental, al historial familiar, al avance de la enfermedad, a las respuestas al tratamiento, etc. Algunas de las preguntas de este cuestionario aparentemente no guardaban relación con el mal de Parkinson; pero en realidad sí estaban relacionadas, como por ejemplo: ¿es usted miope?, ¿ha tenido problemas manteniéndose despierto?, etc. Todo esto fue hecho con un objetivo último: buscar con el auxilio de las computadoras, en el universo de datos obtenidos de los pacientes, un patrón que arrojase luz sobre los misterios de esa enfermedad.
Sergey Brin utilizó la historia de la aspirina para ilustrar el potencial descubridor de su proyecto de investigación, y es de manera resumida la siguiente: la aspirina fue descubierta por científicos de la Bayer en 1899 y se usó para aliviar el lumbago, el malestar de la gripe, los dolores en las muelas, etc.
La aspirina aplacaba con éxito el dolor; pero no se supo por qué sino hasta los años 60 y 70 cuando se descubrió que la aspirina inhibía la producción en el cuerpo de las prostaglandinas, que son unos ácidos grasos que producen inflamación y dolor. Este conocimiento fue clave para otro descubrimiento que tuvo lugar en 1988, a saber: los que tomaban aspirina con cierta regularidad tenían menos probabilidades de sufrir un infarto, en comparación con los que no la tomaban. La razón de ser de esto es que la inhibición de la producción de las prostaglandinas disminuye la producción de coágulos en la sangre y, en consecuencia, hay menos posibilidad de que ocurra un infarto (considero, por diversas razones, que el consumo regular de la aspirina debe ser recetado por un médico. Considero igualmente que la suspensión del consumo regular de la misma también debe ser consultada a un médico).
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Lo importante de esta historia de la aspirina es que muchísimos fueron los que tomando con cierta regularidad aspirinas recibieron beneficios cardiovasculares sin saberlo y si se hubiesen correlacionado los datos de dolencias y medicamentos de un universo de participantes en una investigación (cosa difícil durante gran parte del siglo pasado ya que no se contaba ni con Internet ni con las computadoras de hoy), se habría descubierto mucho antes que la aspirina reduce el riesgo de infarto.
Las bondades de este método adelantado por Sergey Brin a la hora de investigar, método que es útil para develar no solo los misterios del Parkinson sino los de cualquier otra enfermedad misteriosa, las vemos más claramente cuando tomamos en cuenta, por ejemplo, que el medicamento vendido bajo la marca Viagra fue inicialmente desarrollado para la angina de pecho, y fue en la etapa de experimentación que se descubrió que era útil para la disfunción eréctil.
Otro ejemplo, entre muchos, de lo que el análisis masivo de datos puede descubrir lo vemos en la relación existente entre la enfermedad de Gaucher (una condición genética que hace que se acumule grasa en ciertos órganos) y el mal de Parkinson. A los investigadores les ha tomado tiempo arribar a esta relación entre estas enfermedades, cosa que el equipo de Sergey Brin comprobó mediante el método mencionado en cuestión de minutos.
El Covid-19 es una enfermedad harto misteriosa. Tanto así que la comunidad científica no ha logrado explicarse cabalmente por qué, por ejemplo, la mujer más longeva de Europa, una monja de 117 años, sobrevivió a esta enfermedad mientras que jóvenes sanos han sucumbido a ella.
A pesar de que la pandemia en Venezuela es mucho más grave que la ya catastrófica situación que el gobierno presenta, necesario es destacar que es un verdadero misterio, dada la irresponsabilidad de la población, de la masiva desnutrición, de la falta de equipos e insumos y de la falta de autoridad, que en Venezuela no hayamos tenido que enterrar a los muertos en largas hileras de fosas, tal y como lo han tenido que hacer en otros países. Este misterio que envuelve al Covid-19 nos dice a gritos que una masiva correlación de datos puede ser muy útil para descubrir sus secretos.
El hecho de que medicamentos que ya existían antes de la pandemia que nos agobia sean útiles para el tratamiento del Covid-19, como por ejemplo el Remdesivir (antiviral), Baricitinib (para el tratamiento de la artritis) y la Dexametasona (antinflamatorio ), entre otros medicamentos (todos los cuales solamente deben ser usados con supervisión médica), no hace sino confirmar la necesidad de emprender un macro proyecto de relación de datos en el cual bien se pueden preguntar, juntos con algunos exámenes médicos y estudios genéticos, lo siguiente: historial de salud familiar, historia de enfermedades del encuestado, todas las vacunas recibidas, medicamentos que usa o ha usado, hábitos alimenticios, exposición a químicos, vicios, actividades deportivas, etc.
Un macro proyecto como el sugerido sería tanto más efectivo cuanto mayor sea la información recabada y más amplia sea la población encuestada. Es importante apuntar que el error que implica la imprecisión en las respuestas por parte de los encuestados tiende a mitigarse tanto más cuanto mayor sea el número de encuestados (considero que lo que en una respuesta un encuestado subjetivamente aumenta estadísticamente otro de manera análoga la reduce y de ese modo los errores se promedian). Esto nos lleva a pensar en grandes universidades, o en entidades como la Organización Mundial de la Salud, como los organismos que eventualmente lleven a cabo esa empresa.
A nivel local, a efectos de esclarecer los misterios del Covid-19, también se pueden realizar investigaciones, pero que no sean tan amplias y ambiciosas como las del macroproyecto sugerido, sino que por el contrario se dirijan a hipótesis puntuales. Considero útil ilustrar este punto mediante una hipótesis que empujada por mi intuición me he planteado. La hipótesis es la siguiente: ¿ayudará el consumo de yogurt casero, es decir, que no haya sido pasteurizado, a minimizar la posibilidad de contagio del Covid-19 ? El razonamiento que sustenta esta hipótesis es de manera resumida el siguiente:
Entre los múltiples beneficios para la salud del yogurt casero están los millones de bacterias benéficas que no solo ayudan a procesar los alimentos sino que fortalecen la primera línea de defensa de nuestro sistema inmunológico (es de destacar que el proceso de pasteurización mata esas bacterias benéficas, por esta razón para que en el yogurt estén presentes estas bacterias, este debe ser casero, o si se compra en el automercado debe ser de aquellos en cuyas etiqueta se especifica que estas bacterias están vivas ). Tanto fortalece el sistema inmunológico que, tal como lo revelan informes científicos, el consumo de yogurt casero puede ayudar a combatir la halitosis, las caries y las enfermedades en las encías.
La mencionada intuición de que el yogurt casero minimiza el riesgo de contagio se me fortaleció notablemente en días pasados después de que hube leído una noticia, según la cual unos investigadores habían descubierto que los que padecían periodontitis (también llamada enfermedad de las encías) tenían tres veces más riesgo de complicaciones con el Covid-19.
Mediante la correlación de datos mediante computadoras se puede avanzar en investigaciones, independientes del gobierno, de todo lo que se ha creído que pueda funcionar. Por ejemplo, se puede avanzar en la investigación de alimentos, como la implícitamente sugerida del yogurt o de extractos, tales como el Carvativir, el cual si bien ha sido pregonado por el insincero gobierno con el mote de «las gotas milagrosas», no por ello puede ser descartado.
Para finalizar, me gustaría aprovechar este artículo para hacer unos comentarios relativos a la lucha que contra el Covid-19 libramos los venezolanos:
Los centros de salud abarrotados de pacientes con Covid-19 son en realidad los gritos inaudibles de extrema desesperación de todo un pueblo que clama por unas autoridades, nacionales y regionales, que gobiernen con un mínimo de humanidad, lo cual supone, entre otras cosas, el concientizar y el hacer cumplir con un mínimo de eficacia las normas de prevención. ¿Cómo es posible que, tal como lo evidencian los videos, los jerarcas del régimen asistan a fiestas de centenares de personas apretujadas, en cerradas salas de fiesta, sin que nadie usase tapabocas?
Justo es decir que por doquier uno ve falta de conciencia. Permítanme ilustrar esto con un ejemplo, que considero grave por las consecuencias: si bien considero que en estos graves tiempos los templos deben estar cerrados, el otro día fui a una misa con ocasión de un novenario (me habían dicho que los feligreses se sentaban con la debida distancia, lo cual fue cierto). Alarmado, observé cómo el sacerdote entregó la comunión depositando la hostia en las manos de las decenas de feligreses que la querían, incumpliendo así flagrantemente la norma de distanciamiento social. Me pregunté: «¿ Se habrá lavado las manos y las uñas, tal como lo recomiendan los médicos?». Eso me pareció un riesgo muy grande y al propio tiempo evitable.
Como la comunión es clave en la celebración religiosa, y tal vez los templos no los cierren nuevamente (aunque la situación ahora es peor de cuando los cerraron), tal vez la alta jerarquía de la Iglesia pueda implementar un ritual sustitutivo de manera temporal, como por ejemplo: los feligreses que quieran comulgar pudiesen llevar a la iglesia su pedazo de pan y en el momento de la eucaristía los panes en la iglesia serían consagrados, tras lo cual los feligreses procederían a comulgar.
Algunos de pensamiento muy ortodoxo pueden ver con malos ojos esta idea. A ellos los invito a recordar que el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.
Por otra parte, bien se puede hacer la comunión espiritual en soledad.
Rafael Henrique Iribarren Baralt es ingeniero civil, egresado de la UCAB
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