Cese pacífico de la usurpación, por Simón García
El optimismo en el cambio, un modo de ser rebelde, nace de la convicción en el triunfo de la libertad sobre el despotismo, como dijera Roscio. Esa energía irrumpió y recorrió todo el cuerpo de la sociedad cuando, con la velocidad de muchas luces, se cristalizó la unidad en torno a Juan Guaidó y a la Asamblea Nacional. Se produjeron cambios de cantidad y calidad en las luchas democráticas.
La palabra esperanza abarca deseos y esperas. El primer sentido exige trabajar para realizarlos. El segundo, un afán de prosperidad en los propósitos, que también supone ser actores y no sólo sentarse a mirar a que pase el cadáver del autoritarismo. Son muchos los factores que hay que esperar y desear, pero entre todos, tres deben observarse con tesón: unidad, perseverancia estratégica y nueva cultura ciudadana en los partidos, en las organizaciones de la sociedad, en las instituciones y por supuesto, en la gente de a pie.
Hay que derrotar, día a día, la ciénaga invisible de la desesperanza. Uno de sus bordes está en ignorar que la transición es un proceso, no una fecha. La impaciencia, la iracundia que exige tránsitos precoces nos empuja a sus arenas movedizas. El abandono de la estrategia, la prisa perpetua que nos impulsa a los atajos, han fermentado, ya varias veces, la derrota. Es como dejarse esponjar por la falsa creencia de que en esta transición puede haber ganadores únicos
Una señal de calle ciega es la aparición de la política extremista. Ser eficientes en la transición es ir a cambios de fondo, no al manotazo tan atractivo como reductor de fuerzas, de arrasar al adversario. No hay aliado pequeño ni experiencia que aconseje acorralar y cerrar puertas, en vez de sumar y proponer una nueva forma de unificar al país. El secreto del vamos bien de Guaidó es demostrar que ser radical es una postura superior a la vocinglería extremista del todo o nada. Especialmente en un momento en el que hay que concentrar todos los esfuerzos en cerrar la primera fase de la ruta hacia elecciones libres.
Extremismo inútil y en vía contraria al fin de que Maduro se haga a un lado es la decisión, adoptada desde un órgano en el exilio, de anular la elección de concejales del 2018. Es contradictoria con el espíritu de unificar al país y asegurar los mismos derechos democráticos a todos los que cumplen la ley. Una presentación de la transición como amenaza de revancha y exclusión. Acto de caída y mesa limpia en el que rebrota el error del carmonazo.
El dilema está claro. Por un lado un Presidente de la República (e), actuando para restablecer la vigencia efectiva de la Constitución, apoyado por el consentimiento explicito de una Venezuela que está por encima de parcialidades y reconocido por la comunidad internacional. Por otro, un expresidente sin pueblo, que se niega a restablecer la Constitución y que, a partir del 10 de enero, es el tapón que impide que Venezuela recobre la democracia, rehaga el mercado y la producción, construya con trabajo calidad de vida y vuelva a ser la gran nación que fuimos.
Lo que se dilucida estos días, ante el despropósito de impedir el ingreso de la ayuda humanitaria, es si nos dedicamos a estirar el hambre y apresurar el genocidio que se nos viene encima o si encontramos una forma de entendernos para superar el empecinamiento de perpetuar la condición de usurpación de un hombre. Nadie, entre opositores y chavistas, quiere violencia y guerra
La transición debe ser obra de venezolanos, acción conjunta de todos para cambiar en paz.