Chapuzón caribe, por Javier Conde
Twitter: @jconde64
Dejo la cama con el primer rayo de luz que se filtra por la ventana entreabierta. Me preparo un café negro y me siento frente al ordenador, porque me revolotean fechas y lugares en la cabeza.
Mi hija más pequeña, que ya se siente grande, muy grande, a los seis años, casi siete, lleva un montón de horas rendida. Tuvo una tarde de chapuzones en la piscina municipal de Sarria. Una tanda infinita de juegos con otra niña, que, como ella, ensaya lanzarse estilo bomba, palo y de barrigazo.
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La mirada del padre de esta amiga de verano y ya para siempre de mi hija, un moreno robusto y elegante, se cruzó con la mía y, en unos segundos, nos estrechamos la mano, que ya se puede, reconocimos acentos y compartimos unas mandarinas que son el deleite de mi pequeña.
Gajo a gajo, recorrimos las calles festivas del Vedado habanero en tiempos olvidados, que conocí a vuelo de pájaro, y las autopistas que cruzan de lado a lado Caracas, que, a él, aún a principios de siglo, lo dejaron deslumbrado. Tanto como los jugos tropicales que hacen combo con las arepas.
- Qué guay, gritan las niñas con cada bombazo sobre el agua donde reverbera el sol de este mediodía sediento.
- Aprenden rápido, me dice, con la vista fija en ellas.
Pienso en decirle que más nos cuesta a nosotros, aunque me contiene la mirada limpia de este hombre, que me hace saber, con escasas palabras, que el verdadero exilio quedó atrás.
- Vaya, tanto mar alrededor y se te va la vida para darte un chapuzón y salir a flote.
Javier Conde es periodista hispano venezolano y es articulista del diario El Progreso de Lugo (España)
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