“Charallave te extraño”, por Ariadna García
Autor: Ariadna García | @ariadnalimon
Sé que esto que escribiré levantará resquemores, pero ese es el precio de decir lo que uno piensa. Veo cualquier cantidad de veces, sobre todo en la red social Instagram, gente que se queja de las bajas temperaturas en las ciudades donde viven hoy, por supuesto, no hablamos de cualquier gente, sino de venezolanos, aquellos que han sido forzados a emigrar.
La captura de pantalla que marca el frío, puede ser compartida en la misma proporción en que bajan los grados, es una queja tras otra, que en el fondo no lo parece, sino más bien la necesidad de mostrar que ahora en el nuevo hogar no hay problemas así que hay que inventarlos.
Los lamentos se solapan, escriben en los parabrisas llenos de nieve “te extraño Cata”, uno fue tan osado en escribir “extraño Charallave”, nadie extraña Charallave. Así se repite una actividad egocéntrica que en el fondo dudo que sea genuina.
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La Venezuela que extrañan ya no existe, es en verdad un recuerdo, el recuerdo que todos llevamos dentro, el recuerdo del país que añoramos y que por lo pronto se aleja cada día más.
Los que nos quedamos también lo extrañamos y hacemos de los pedazos una gran fiesta. Realmente es una dicha toparse aún con un araguaney, con flores de apamates por los suelos, o con la sonrisa del panadero que, aunque haya perdido 20 kilos, aún mantiene la misma fuerza. A ratos son esas tonterías las que nos salvan del horror.
Pero qué pasa con lo que ocurre afuera y es allí donde les critico; las imágenes del clima me parecen mezquinas, dudo que esos lugares donde viven hoy, no posean también su belleza, sus matices y eso desconocido que se vuelve tan interesante al adentrarnos a una cultura que nos es ajena.
Hace un tiempo viví en Alemania, allí las temperaturas a veces bajaban a 3° o menos, pero más importante era probar las ocho mil cervezas, la historia, el fútbol y la gastronomía, que dilucidar sobre el clima. En eso se me iba el tiempo.
Percibo y esto es tan lamentable como lo que tenemos puertas adentro, que existe un comportamiento similar al “chavista boliburgués” pero en menor escala. Exhiben el carro, el festín y todo lo que esa nación les permite construir, pero al cabo de un rato viene la queja, la queja postiza, acompañada con todo el merchandising tricolor.
Puedo comprender lo duro que resulte el exilio, el tener los afectos lejos, extrañar la que fue tu casa, tu clima, tu gente. Este artículo no deja de lado eso, pero creo que es tiempo de agradecerle a la patria que nos recibe, darle una oportunidad -quejarnos menos- aprender de esta deportación que nos ha echado de casa a todos. Es probable que no se iguale a la tuya, pero hoy, hoy, te brinda una esperanza que puede más que todo: vivir