Chávez y el otro Ortega, por Teodoro Petkoff

Hablando de la posibilidad de que sea creado un «grupo de amigos» de Venezuela, el canciller de Brasil, Celso Amorim -quien, por cierto, no es ningún tirapiedras sino una de las más respetadas figuras de la diplomacia latinoamericana- dijo: «La idea es crear un grupo que sea efectivamente de apoyo al secretario general de la OEA, pero al mismo tiempo ofrezca una perspectiva que hoy parece que no existe, o que no está clara, de una solución negociada, consensuada, con base en la Constitución, sin rupturas en Venezuela». Está claro, pues. No se trata, como inmediatamente quiso interpretar la óptica talibana, de un grupo de países «izquierdistas» para «sustituir» a la OEA y a Gaviria en la búsqueda de una solución para la crisis venezolana, sino precisamente de todo lo contrario: un grupo para respaldar y fortalecer el apoyo a la gestión de Gaviria y de la OEA, en la búsqueda de una solución que los venezolanos debemos negociar. Las palabras claves son «solución consensuada». Amorim apunta hacia la necesidad de que las partes se pongan de acuerdo. Cualquier solución que no surja del acuerdo entre las partes no es solución. Es lo que hemos venido sosteniendo pertinazmente desde hace meses.
Existe un precedente sumamente exitoso en cuanto a la participación de la comunidad latinoamericana en la solución de crisis políticas en alguno de nuestros países: el grupo Contadora (al cual luego se unió el llamado grupo Esquípulas), que tanto contribuyó a una solución democrática para la crisis nicaragüense a finales de los 80. Fueron varios países del continente, entre los cuales se contó en rol estelar el nuestro, que lograron diseñar una salida para la guerra entre los «compas» y los «contras». Contadora no sólo facilitó la recuperación de la paz sino que zafó a la pequeña Nicaragua del mortal dilema bipolar de la época, que hacía de los Estados Unidos y de Cuba protagonistas de excepción de la crisis.
Hoy la situación mundial es otra y también la del continente, hasta Estados Unidos podría participar. Pero experiencias como las de Contadora y Esquípulas son convenientes de recordar porque hablan de la capacidad de Latinoamérica para enfrentar y resolver sus crisis regionales con una eficiencia que ya quisieran países de otros continentes, incluyendo Europa.
Del caso nicaragüense hay una lección que también puede extraerse a propósito de nuestra situación. En Nicaragua la solución fue consensuada. «Compas» y «contras», con la ayuda de Contadora, se pusieron de acuerdo en una solución democrática y electoral, que allá se produjo mediante un adelanto de las elecciones. Es bueno recordar que la democracia llegó a Nicaragua con el sandinismo, tras la dictadura somocista, y a pesar de los gruesos errores que cometió en sus años de gobierno, construyó una plataforma democrática que hizo posibles dos procesos electorales. El sandinismo ganó el primero y perdió el segundo, el anticipado, y entregó el poder. Pero, precisamente porque el conflicto podía contar con un cauce electoral, por tanto democrático, la derrota no significó la muerte política del FSLN. De hecho, y a pesar de la terrible guerra que precedió a las elecciones, el inapelable veredicto popular dejó «vivos» a los contendores y el sandinismo es hoy la primera fuerza política de su país. En cualquier paso de luna vuelve al poder, esta vez por elecciones. Es un espejo en el cual vale la pena mirarse.