Chavoburguesía, por Teodoro Petkoff
La verdad es que la expresión «burguesía bolivariana» o «boliburguesía», no define con precisión el fenómeno y más bien lo enmascara y mistifica. La irónica manera que el país ha encontrado para denominar a la banda de sanguijuelas que ha hecho fortuna, en complicidad con gente de muy arriba en el gobierno, termina metiendo en el guiso a un Simón Bolívar que nada tiene que ver con él. Esa famosa «boliburguesía» no es otra cosa que la burguesía de Chávez: «burguesía chavista» o «chavoburguesía» y así es como debería apelársela.
Ha sido a la sombra de Chávez como ha nacido y prosperado ese sector empresarial emergente.
Aún en el supuesto negado de que el presidente no estuviera enterado de los detalles más pequeños de los manejos de sus burgueses, han sido su política económica y su política a secas, las que han impulsado ese escandaloso fenómeno de corrupción. Chávez ha potenciado males estructurales de nuestra sociedad, que conocía muy bien. Chávez diagnostica la «economía rentista» y la «sociedad rentista».
Se debe haber cansado de oír a Giordani y a Alí Rodríguez referirse al mismo tema y sabe perfectamente bien que esa economía y esa sociedad segregan corrupción tal como el hígado segrega bilis. Sabe perfectamente bien que el «estado rentista» favorece la conchupancia entre trajinadores económicos y altos funcionarios públicos, con miras a apoderarse de la mayor porción posible de la renta petrolera. Es nuestra historia y Chávez la conoce.
Pero, durante su gobierno ha acentuado hasta extremos demenciales la condición rentista de nuestro país. Esta horrenda corrupción que hoy nos estremece es hija legítima de la política de Hugo Chávez. Esto no es apenas un «tumor», algo que pudiera pasar hasta en las mejores familias, y que pretendería estar extirpando, sino una gangrena que lacera todo el cuerpo de su gobierno, de su partido, de sus poderes públicos y de su Fuerza Armada.
Pero, más allá de esto, que atañe a la estructura del poder político nacional, el presidente sí sabía, hasta en el detalle, de todo lo que en su entorno ocurría.
Ahora quiere hacerse el loco, fingirse campeón de la lucha contra la corrupción y, además circunscribir los «daños» a dos grupos chavoburgueses y a un solo funcionario público.
Sin embargo, el presidente no ignora el fuerte cotilleo que vincula estrechamente a Adán Chávez con Ricardo Fernández; tampoco ignora el añejo lazo que une a Perucho Torres y a José Vicente Rangel; sus oídos deben estar tupidos con las consejas que corren sobre la fortuna de Diosdado Cabello; sin duda alguna se enteró de los grotescos guisos con los bonos argentinos y las notas estructuradas, atribuidos a sus ministros Merentes e Isea; no se le escapa la bola de plata corrupta que se hace en la piñata que es Pdvsa, manejada por Rafael Ramírez.
El presidente, quien se jacta de saber hasta donde comen arepas los dirigentes de la oposición, sabe de todo esto y más.
¿A la chavocracia, a la alta burocracia chavista, no se la investigará? ¿Jesse va a ser el pagano de todos los platos rotos en el alto gobierno? ¿Hasta cuando cree Chávez que podrá engañar a toda la gente todo el tiempo?