Chile: la democracia no necesita espejismos, por Enrique Gomáriz Moraga
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El resultado de las pasadas elecciones presidenciales en Chile ha levantado debates conexos de algún calado. Pero hay uno que parece central: ¿La victoria de Gabriel Boric, un joven que lidera una plataforma considerada radical, es una demostración que ha llegado la hora de superar la democracia representativa? Por supuesto que algo así nunca se lo oiremos decir al propio Boric, sobre todo después de que haya logrado ganarle la competencia por el voto moderado al oponente Kast. Más bien en su primer discurso Boric ha enfatizado que será un presidente que resguardará la democracia en vez de ponerla en riesgo.
Pero la idea de superar la democracia representativa comienza a aparecer en algunos medios latinoamericanos por diversas vías. En primer lugar, claro, en los círculos políticos del populismo regional.
La forma en que los gobiernos de Maduro y Ortega han felicitado a Boric, trasluce esa perspectiva. Incluso desde Cuba se insinúa que Boric refleja bien el cansancio de la juventud con una democracia que no da de comer.
Otra vía que conduce al coqueteo sobre la superación de la democracia representativa es la que refiere a un análisis erróneo de los resultados electorales. Y esa interpretación equivocada parece capaz de arrastrar a los medios periodísticos progresistas, incluyendo al diario madrileño El País. Según esa interpretación lisonjera, Boric ha obtenido un apoyo enorme, el mayor de la democracia, que expresa el espíritu de las protestas del 2019 y le permite apoyarse en una amplia base social sobre la que impulsar su gobierno.
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Es decir, la victoria de Boric habría resuelto en los hechos el problema que acuciaba la política chilena hasta el 2020: la reducida participación en las elecciones desde que se estableció en voto voluntario. El hecho de que esta participación incluyera a los tres cuartos del electorado cuando el voto era obligatorio, y que, con el voto voluntario, oscilara entre un 40% y un 50%, preocupaba a todos los medios progresistas chilenos, que se estaban planteando el regreso al voto obligatorio (también Boric). Entre otras razones, porque al ser tan baja la participación, el voto propio en que se asentaban las autoridades electas rondaba solamente el 25% del electorado (Piñera fue elegido por el 24%).
¿Eso ha sido resuelto con la victoria de Boric?
Rotundamente no. Boric ha conseguido sólo el 56% del 55% que ha votado; es decir, sigue siendo un apoyo acentuadamente minoritario, en torno al 27% del total del electorado. Pero además sucede que, entre la primera y la segunda vuelta, Boric apenas ha logrado halar una pequeña proporción del voto abstencionista. El estudio más reconocido, realizado tras las elecciones por la empresa Unholster, que ha desarrollado un algoritmo que procesa la información de las mesas que entrega el servicio electoral chileno (Servel), muestra que los votos nuevos que ha recibido Boric en la segunda vuelta, han procedido sólo en un 28% de nuevos votantes que abandonaron la abstención, mientras más del 70% restante proviene de quienes votaron por otras fuerzas políticas, principalmente de la Concertación (un 42%) y un 26% (sorpresa) procedente del voto al candidato Parisi, además de un 5% que ha logrado atraer de quienes votaron a Kast en la primera vuelta.
Supone un desconocimiento de la dinámica política chilena, pensar que esos votos van a quedarse en el apoyo al nuevo presidente; lo más probable es que, tras la disyuntiva forzada de tener que elegir entre dos candidatos que no son de su preferencia, esos votos vuelvan a sus cabañas políticas tradicionales. Sobre todo, teniendo en cuenta que la correlación de fuerzas en el poder legislativo no es favorable a Boric.
En suma, del minoritario 27% adquirido, hay que descontar una proporción importante del voto que regresará a sus tiendas previas, lo cual hace que el voto propio de Boric oscile en torno al 20% del electorado.
La amplia base de apoyo que se sugiere y de la que se hace eco el diario El País (editorial 21/12/2021) es, en realidad, algo que tendrá que ganarse Boric con su forma de gobierno y no la plataforma real de la que parte, que no es muy distinta a la minoritaria de presidentes anteriores (en torno a un cuarto del electorado).
En realidad, el problema de fondo, que tanto preocupó a los líderes democráticos hasta ahora, sigue en pie: ¿por qué mas de los dos tercios de la población chilena no está interesada en la elección de sus autoridades de gobierno? Los estudios sobre cultura política en Chile señalan varios segmentos de esa población. El más numeroso refiere a las personas que rechazan o son refractarios a la política, una actitud heredada del régimen pinochetista, que aconsejó a la población abominar de la política.
El otro segmento, minoritario, refiere a las generaciones que han llegado a la política sin conocer la dictadura y la transición y hoy buscan la sustitución de la democracia por la búsqueda de decisiones colectivas a través del activismo en las calles.
Ahora bien, si es cierto que Boric no está dispuesto a poner en riesgo la democracia, deberá enfrentar el reto estratégico de incorporar a los abstencionistas de uno u otro tipo a la vida política nacional. Y eso será lo que permita halar de un país que sigue dividido y todo apunta que continúa siendo mayoritariamente conservador. Tratar de tirar del país, con un apoyo directo minoritario, en medio de una proporción tan alta de personas que no están interesadas en la política, puede conducir a tensiones insostenibles.
Un desafío en el plano sociopolítico que irá acompañado del otro fundamental en el plano socioeconómico: lograr una modificación del modelo productivo que aumenta la desigualdad, pero todavía tiene complacida a una parte notable de empresariado nacional.
Pero, para enfrentar esos retos estratégicos, un buen punto de partida es no equivocarse con el análisis del resultado electoral. Es así aconsejable evitar un espejismo consistente en imaginar un apoyo masivo al nuevo presidente (que sólo ha obtenido el voto de algo más de un cuarto del electorado) procedente del espíritu directo de las protestas de 2019 (cuando más bien ha estado presente el temor a que se repitan en la mayoría de los votos obtenidos de otros partidos) y basado únicamente en el apoyo de sus propias fuerzas (cuando la negociación con las fuerzas de la Concertación seguirá siendo decisiva). Habrá que ver cuánta fuerza tiene ese espejismo en los círculos próximos al nuevo presidente.
Enrique Gomáriz Moraga preparó su doctorado en sociología política con Ralph Miliband. Participó en Zona Abierta y la refundación de Leviatán. Trabajó en FLACSO Chile y ha sido consultor internacional de agencias como PNUD, FNUAP, GIZ, IDRC, BID.
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