Chile, octubre de 2019, por Sergio Arancibia
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Piñera es un gobernante de derecha que no supo captar las aspiraciones más profundas que latían en el alma nacional chilena – como tampoco fueron sentidas ni muchos menos canalizas por el grueso de sistema político nacional – y que se canalizaron finalmente por la vía de frustraciones, rabias, y desesperanzas que se expresaron bajo la forma de protestas, destrozos, saqueos e incendios, que han sorprendido a Chile y al mundo.
Enfrentado a la crisis, el Presidente Piñera la ha gerenciado en forma sumamente equivocada, pues ha partido de la base de que trataba de una irrupción de facinerosos, delincuentes, terroristas y otras lacras sociales, a las cuales había que combatir por la vía de sacar a los militares a la calle, decretando estados de emergencia e implantando toques de queda nocturnos. Sin embargo- aun cuestionando con mucha fuerza las políticas seguidas por el Presidente Piñera – nadie cuestiona la legitimidad de origen que tiene Piñera como Presidente de la República. Nadie postula que está en ese cargo por obra y gracia de una triquiñuela política o de una maniobra reñida con la constitución y las leyes de la República.
Está en ese cargo porque ganó limpiamente una elección presidencial que contó con las garantías suficientes para tantos candidatos alternativos como quisieron participar en esa justa electoral. Esa es una diferencia gruesa con el régimen del Presidente Maduro, en Venezuela, cuya legitimidad de origen ha sido cuestionada por la mayoría de los ciudadanos venezolanos y por más de medio centenar de países del mundo contemporáneo.
Después de 17 años de dictadura, encabezada por Augusto Pinochet, Chile logró recuperar su democracia, por medio de grandes batallas políticas – como fue el plebiscito ganado por la alternativa anti pinochetista en 1998- y por medio de una serie de negociaciones políticas posteriores a ese evento, que ayudaron a ordenar el proceso de transición. Desde ese punto de vista, se dio una transición “ordenada”, en la cual estuvo ausente la venganza pura y simple, ajena a las resoluciones judiciales o la violencia fuera de control por parte de vencedores y vencidos.
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También la economía – durante los primeros 20 años de la naciente democracia – presentó tasas altas de crecimiento, altos grados de integración a la economía internacional y una sustantiva reducción de la pobreza y de la extrema pobreza dentro del país. Nadie quiere en las actuales circunstancias volver al período dictatorial, excepto uno que otro nostálgico carente totalmente de apoyo político. La gran protesta nacional es por más democracia y no por menos. Las protestas van encaminadas a generar una democracia más inclusiva y más generosa, y ni remotamente a generar formas dictatoriales de ejercicio del poder político.
Por el rechazo que la dictadura todavía genera en el alma nacional chilena, y por los fantasmas que todavía se despiertan al ver a los militares en la calle, es que los estados de emergencia y los toques de queda generan cuotas muy altas de rechazo ciudadano y ayudan a incrementar más que a calmar las protestas. No estamos, por lo tanto, en presencia de una confrontación entre democracia y dictadura – como antaño en Chile y hoy en día en Venezuela – sino ante una manifestación de que los frutos de la democracia y del crecimiento económico no han llegado por igual a toda la población, y que hay una cantidad grande de sectores que legítimamente esperan que sus condiciones materiales de existencia mejoren en forma sustantiva, y que la vida misma tenga una cuota mayor de esperanza y de alegría.
Corresponsal de TalCual en Santiago