China y los desafíos de la “transición energética” en América Latina, por Valeria Puga A.
La agenda china en América Latina se ha diversificado en la última década, transitando de la llamada «diplomacia de chequera» y de la alta intensidad comercial hacia una apuesta, aún pragmática, pero más anclada en una ética civilizatoria global. Como país emergente, que mide sus fuerzas en un nuevo concierto de potencias, el gigante asiático ha acumulado un capital político –máxime en el Sur en desarrollo– que le permite marcar sus propias pautas de conducta y alejarse, selectivamente, de su característica neutralidad (o indiferencia) a cuestiones más normativas como la sostenibilidad.
No sin contradicciones, el apuntalamiento chino de una «civilización ecológica» (desde 2008) se ha materializado en América Latina a través del financiamiento de proyectos de infraestructura de energías renovables. Aquello ha representado el 6% de su Inversión Extranjera Directa (IED) anunciada entre 2018 y 2023. China ha identificado en este sector un punto de equilibrio entre desarrollo y cuidado del medio ambiente, sin contradecir la demanda de justicia ecológica que con mayor o menor vehemencia ha sido defendida por varios gobiernos de la región, sobre todo, del arco progresista.
La transición energética en la región entre saltos y estancamientos
La vastedad de recursos naturales de los países latinoamericanos les permitió en 2022 superar los 310 gigavatios de producción energética renovable. La matriz principal del continente ha sido tradicionalmente hidroeléctrica, pero en los últimos años, se ha observado un crecimiento de su capacidad eólica y fotovoltaica. De acuerdo al Índice de Transición Energética del Foro Económico Mundial publicado en 2023, Brasil es el primero en aparecer en el ranking en el puesto 14 –incluso más arriba de China que se ubicó en la posición 17–, seguido por Uruguay (23), Costa Rica (25), Chile (30) y Paraguay (34). No obstante, más allá de estos casos, como región, el porcentaje de fuentes renovables en la matriz eléctrica se ha estancado en el 59%.
La geometría variable de la «inversión verde» china
La inversión china en la región no ha sido ni homogénea ni estática, al menos cada cinco años ha tendido a recalibrarse ya sea por cálculo estratégico o por factores externos como la pandemia, las disputas con Estados Unidos o el cambio de gobiernos en la región. En tal sentido, se observa una marcada tendencia desde 2014 – 2019 hacia la estabilización de la inversión verde, aunque después de la pandemia hubo un repliegue general de las inversiones chinas, no solo en la región, sino en el mundo, debido también, a la moderación de «su ritmo de expansión económica».
China se ha posicionado como el líder global de inversiones en energía renovable, y en ese marco, la región se ha convertido en el destino de un tercio de sus inversiones en energía eólica y solar. De acuerdo con un estudio del Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (IPEA) de Brasil «la IED de empresas chinas en energía limpias se triplicó desde finales de 2018, ascendiendo de 960 millones a 3,8 billones de dólares en 2022. De ese total, es importante subrayar que el 55% fue en la modalidad de IED greenfield», un tipo de inversión destinada a la exploración de proyectos desde cero. Brasil, Chile, México, Colombia y Argentina han sido los mayores receptores de las inversiones chinas en proyectos de energía solar y eólica.
El problema de la fragmentación regional
A pesar de este panorama alentador, la disminuida integración regional y fragmentación política no favorece ni a América Latina, ni a China en la profundización de su alianza verde. El foro China – Celac ha intentado orientar las relaciones inter-bloques pero carece de una institucionalidad permanente que garantice la consecución y el cumplimiento de sus objetivos.
Por ello, China ha debido trabajar en sus vínculos a nivel bilateral, desde una perspectiva multidimensional, incluyendo a una diversidad de actores no estatales.
Aunque, la región no ha construido una arquitectura institucional robusta alrededor de los problemas medioambientales, lo ha hecho relativamente en lo energético. En 2023, la Olade publicó la «Estrategia para una América Latina y el Caribe más renovables», que destaca, en efecto, las significativas diferencias entre países, sobre todo en su relación de dependencia de los combustibles fósiles y en el nivel de liderazgo estatal. No obstante, dentro de la estrategia no hay una referencia directa al rol de China en este rubro.
La reacción estadounidense
A Estados Unidos ha comenzado a preocuparle el liderazgo de China en la inversión de proyectos de energías renovables en la región. A pesar de que, en febrero del año pasado, amistosamente, el enviado para el clima del gigante asiático, Xie Zhenhua y su par norteamericano John Kerry se comprometieron a triplicar la energía renovable en el mundo para 2030.
Meses después, en noviembre, la Secretaria del Tesoro, Janet Yellen insistió en la necesidad de implementar una estrategia de cadena de suministro resiliente que incluya áreas como las energías limpias y contenga la influencia china. El consenso de que fundamentalmente era la competencia por los recursos fósiles la que incrementaba los riesgos de seguridad y conflicto interestatales, y no aquella por los recursos renovables, parece encontrar aquí sus limitaciones.
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La tendencia es que tanto China como Estados Unidos –principalmente, a través del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)- instrumentalizarán la carta de las energías limpias en la región. Por su peso geopolítico, Brasil es una pieza clave que puede alterar la balanza de poder entre ambos actores y articular una agenda común continental en tanto fuerza motriz de la Celac y presidente del G-20. La deriva urgente de los países latinoamericanos es crear un ecosistema institucional de transición energética que les permita, a largo plazo, superar su patrón extractivista y, en el corto y mediano alcance, reducir su tendencia a la reprimarización económica.
*Este texto fue publicado originalmente en la web de REDCAEM
Valeria Puga Álvarez es PhD en Relaciones Internacionales por la Universidad Corvinus de Budapest, docente de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador e integrante de Redcaem.
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