Chispiao…, por Alejandro Oropeza G.
“Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos”.
Miguel Hernández, poeta español (1910-1942): “Elegía”, 1936.
“Falleció el profesor y político José Luis López,
conocido como Chispiao”.
El Nacional, junio 5, 2020.
Temprano corrió galopante el viento, un celaje en la letra desprevenida que apurada detenía la pupila sobre una luz medio amarilla que se apagaba. Un amigo, lamentaba el anuncio, por ahí, por entre los vericuetos luminosos con que la vida nos teje y desteje las esperanzas, los halagos y hasta las confrontaciones; con la propia vida y con los otros, a veces; hasta con nosotros mismos. Pero, ahí finalmente, la comezón del alma colgada en una línea, detuvo su hora y pudimos leer: “murió Chispiao”…
La vacilación y la pregunta, la ilusión y la certeza, el ahogo de un canal de aliento paralizó la primera hora y, vimos a través de una ventana prestada a la lluvia, también prestada y por tanto ajena, que regaba calles extrañas, en un acá lejano que se nos encabrita en la vida que se escurre en estas distancias. La seguridad, el aliento eléctrico que desde por allá viene y confirma las cosas, la hora y el dónde. Jamás el por qué. Eso trata de asumirlo cada quien, en la soledad entretejida de un suspiro que lanza una mirada a una isla que pasa por detrás de un barco anónimo que, quien sabe si va o viene. Un infarto… Allá en la gallardía, en las tendidas sabanas de Bogotá… Lejos… En el destierro… inacabado.
Lo regresé para verlo entre mis manos ateridas, aferradas al descuido a la baranda de un balcón que me mostraba una avenida con carros, semáforos, gentes, árboles, vientos y vida. Y vinieron mucho e insistentemente atrevidos, los acertijos a descender escurriéndose por las paredes de una memoria que se niega a olvidar, burlescos y casi traviesos. Fuimos juntos de nuevo a imaginar futuros, a trabajar por la posibilidad de que algo no quedase tan imposiblemente distante. Vimos, sentimos el divagar de vidas que, como todas las vidas, siempre valen la pena el esfuerzo, el pensar y el sentir más allá de un número y de una vela que emana un agradable olor a oración húmeda suplicante.
Ese era su trabajo, hacer que las esperanzas se convirtieran en realidad, por eso vivió y sin eso murió, en las sabanas lejanas y frías de una ciudad prestada, fría… hasta el cansancio.
Mil reclamos se levantaron, cientos de evocaciones acudieron a repensarse sobre una tibia brisa que no sabía por donde viajar de regreso. Se quedó aérea, perdida esa brisa por quien sabe que recoveco de un destino que se escondía debajo de una piedra cualquiera, puesta a la vera de un camino por donde ahora pasamos y pasamos como ánimas sin sueños, llevando la alegría en una talega que quizás abramos algún día para volver a vestirla. ¿Y por qué tan solitaria la partida? ¿Y por qué tan remotamente…? ¿Por qué todo esto y lo que queda atrás y lo que ya no será y no vendrá? ¿Por qué, otro sueño que se duerme sobre sí mismo, penetrándose en una pupila que se nubla entregando la última esperanza de volver, definitivamente?
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Te nos quedaste extraviado sobre un amanecer que decidió ese día no oler a café recién colado. Te detuviste, porque en un instante te atacó la certeza de que te quedabas sin cumplir el último sueño de todos los que andamos fuera de sí por ahí, con el país incrustado en el pensamiento.
¿Quisiera imaginar qué se siente al saber que nos marchamos y se nos queda la esperanza de mil colores, olores y miradas en el centro de una nada que no nos reparará el anhelo fracturado? Pero, al segundo siguiente, ya no quiero imaginar tu eco callado rebotando entre transparencias insomnes, inhalando las esperas que aguardan fuera de la carne, el calambre final de la partida. No te queremos, entonces, tan ausente en medio de las despedidas que nos asesinan el ánimo, una y otra vez. No, no sé cómo te esperamos ahora, detenidos en la costa de un marasmo que tiene sabores de nostalgia y que sacuden el pecho por dentro.
Quizás, te dio tiempo, en el tráfago definitivo de la partida absoluta, de mirar por alguna ventana a la libertad que bailaba afuera; de contemplar una pared y poder reconocer una mancha que semejara un mapa familiar. Tal vez, viste o imaginaste por última vez, la mole sempiterna y verde que pareciera siempre nos aguarda al norte, que trae y lleva los arcoíris fantásticos con que se visten los finales de tarde y que vuelan y que cantan; y, espero, que pudieses recordar y evocar el olor de la mujer hermosa de nuestra tierra. Quizás entonces, pudiste esbozar la última sonrisa de felicidad al recordar que por esa tierra te seguiremos esperando y, lo más importante, que siempre pertenecerás y serás de acá.
Esa mañana nos sorprendieron los miedos atávicos de sufrir en la piel sensible del espíritu, los tiempos; de sentir que pesan y duelen mucho los momentos que se escurren entre las horas y los días, lánguidos, viscosos. No quisimos imaginar la definitiva soledad crepuscular de tu mediodía final, pero lo hicimos. No podíamos entender el por qué, de todo lo que te llevó a la última sabana, a la postrera ciudad fría… y no lo entendemos ni lo comprenderemos jamás.
Solo puedo imaginar entonces, una nueva luz que, por allá por donde sale el sol en la tierra buena de nuestro Oriente, te acompañe cada mañana que decidas volver a amanecer entre nosotros.
Adiós… amigo y compañero de sueños buenos.
Vendrás… vendrás nuevamente cuando te avisen que nos visita y se queda con todos, en esta Tierra de Gracia: LA LIBERTAD.
Miami, FL.