Ciencia de lo infinito y lo infinitesimal, por Gioconda Cunto de San Blas
Twitter: @daVinci1412
El 20 de julio de 1969, 530 millones de terrícolas compartimos asombrados por televisión una hazaña científico-tecnológica histórica, el viaje de la nave Apolo 11 a la luna y la caminata de dos de sus tres tripulantes, Neil Armstrong y Edwin Aldrich, sobre la superficie lunar. “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad” dijo entonces Armstrong. Tenía razón.
La revolución científico-tecnológica que significó ese viaje, los avances en astrofísica, matemáticas, comunicaciones, por citar unos pocos, derivaron en tecnologías para la vida diaria. Los alimentos liofilizados, la TV satelital, los equipos médicos de imágenes, los controles remotos, los GPS son apenas unos pocos ejemplos de aplicaciones terrestres nacidas de los desarrollos necesarios para ese viaje a la luna.
El pasado jueves, 18 de febrero de 2021, los terrícolas volvimos a maravillarnos. Perseverance, el vehículo lanzado el 30 de julio de 2020, llegó a su destino en Marte luego de viajar 470 millones de kilómetros, amartizando en el cráter Jezero donde los científicos creen que, hace 3.500 millones de años, hubo ríos que acogieron alguna forma de vida.
De nuevo, los progresos científicos para hacer posible ese viaje y su exitoso final resumen un nuevo salto tecnológico que, al igual que el viaje del Apolo 11, trae novedades de aplicación para la vida diaria en nuestro planeta.
“La ciencia se nos adelantó demasiado, con demasiada rapidez” dijo alguna vez Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas. No solo en el espacio infinito, como vemos. En el polo opuesto de lo microscópico, mientras Perseverance viajaba airosamente hacia su destino interplanetario, aquí en la Tierra los científicos de lo diminuto rompían barreras.
Las urgencias de la pandemia —que desde principios de 2020 puso a la humanidad en una encrucijada de vida o muerte y que para el momento en que esto escribo contabiliza 114 millones de contagiados y 2,54 millones de muertes— han hecho posible que, en menos de un año, los científicos sirvieran a la humanidad con varias vacunas que harán posible en corto tiempo la inmunidad requerida para que la trasmisión del coronavirus SARS-CoV-2, agente de la covid-19, disminuya en tiempo récord.
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En paralelo con los avances tecnológicos en el desarrollo de los viajes espaciales, la “nueva normalidad” impuesta por el ultramicroscópico virus también está obligando a una transformación digital acelerada, que abarca la dependencia cada vez mayor de ancho de banda de alta velocidad para la educación y el trabajo remoto, la automatización de procesos empresariales y la inteligencia artificial en ellos, el internet de las cosas, big data, impresiones 3D, robótica, edición genética, nanotecnología… Son avances generados en pocos países, aquellos con un índice de preparación (readiness index, RI) favorable (en una escala de 0 a 1, RI Norteamérica 0,95; Europa occidental 0,90), contra el rezago de países menos desarrollados (RI América Latina 0,37; África del Norte 0,30).
Estar a tono con esas metas requiere un enorme esfuerzo en la preparación de las nuevas generaciones en las fronteras tecnológicas que desde ya forman parte de la sociedad del conocimiento.
Formar a los niños para hacerlos competentes en ocupaciones inexistentes hoy, en un mundo dominado por la cuarta revolución industrial (4RI), resulta así un desafío formidable.
¿Está Venezuela preparada para ese salto tecnológico? Mucho me temo que no. La involución vivida en los últimos 22 años nos da pocas esperanzas de salir airosos en el mundo de la 4RI, por lo menos en el corto plazo. Salvo reducidos grupos en universidades e institutos de investigación y pocas empresas, es poco lo que Venezuela está haciendo para garantizarse un futuro a la par de los avances tecnológicos mundiales. Cuando retomemos la senda del progreso, no bastará con los científicos locales que con gran esfuerzo se superan en medio de condiciones rudas de trabajo.
Es de esperar que los científicos y tecnólogos venezolanos insertados en países desarrollados tengan la generosidad de contribuir, así sea por vía digital, en la fundación de ese país moderno que espera por nosotros.
Para ingresar en la atmósfera martiana, el Perseverance tuvo que abrir un paracaídas. A la vista de todos quedó su cara interna luciendo un diseño en rayas naranjas y blancas, en realidad dos mensajes en código binario que, descifrados, leían las coordenadas GPS del laboratorio de la NASA y una frase de Theodore Roosevelt, “atrévete a grandes cosas”, como invitación a soñar y hacer realidad tales sueños. Eso mismo nos tocará hacer a nosotros, los venezolanos de estos tiempos, para llegar al futuro que espera por nosotros.
Gioconda Cunto de San Blas es Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Investigadora Titular Emérita del IVIC.
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