Cinco Temas: Alternativa, por Fernando Luis Egaña
Los militares están cavilando sobre una alternativa: que Maduro se quede o que se vaya. Lo primero se dificulta por la catástrofe nacional que, sin duda, tiende a profundizarse y extenderse en todas direcciones. Lo segundo depende de que haya suficiente fuerza que sustente el cambio a través de la movilización popular, así como también que haya personas que tengan siquiera la mínima capacidad de conducirlo. Como se podrá apreciar, se trata de una alternativa muy complicada.
Pero complicaciones aparte, al menos en teoría, al conjunto del país le conviene que se inicie una nueva etapa política, económica y social, que deje atrás a la hegemonía roja, y que permita la reconstrucción integral de Venezuela, así sea muy gradualmente. Con esta valoración en mente, aprecio que la opción válida de la alternativa es clara: que Maduro se vaya.
Sin Estado y sin Derecho
Un Estado de Derecho puede funcionar bien o puede funcionar mal, y hasta muy mal. Pero incluso en esa situación hay un mínimo de institucionalidad que les permite a las personas tratar de hacer valer sus derechos, ante otras personas y ante el Estado mismo. Nada de eso ocurre cuando el Estado de Derecho deja de existir en la práctica del poder. Este, por tanto, se torna vandálico y destructivo. Es el caso de Venezuela bajo la bota de la hegemonía roja.
Pero cuidado, no me refiero al vandalismo o la barbarie como las características exclusivas de la imposición hegemónica del poder. No. Me refiero a algo todavía más siniestro: a un proceder general o la exhumación de una «cultura» política tribal, o lo que se conoce como la «ley de la jungla», en los más distintos niveles, comenzando por el pranato como fuente de poder criminal. Cuando un país se queda sin Estado y sin Derecho, no puede pasar otra cosa.
La marcha del 23
Crecen las expectativas sobre la marcha convocada para el venidero 23 de Enero. Hasta el momento de escribir estas líneas, se considera que tendrá una masiva concurrencia. Ojalá que sea así, y que de la marcha se multipliquen las iniciativas de protesta social en contra de Maduro y los suyos. Se trata de un reto principal para Juan Guaidó, quien en estos momentos representa a los sectores de oposición y, más allá, de descontento o agobio nacional.
Espero que no se deje intimidar, entre otras razones porque su vida política empezó en las calles del año 2007, y en todos estos años ha enfrentado con valor a la represión oficialista. La convocatoria para el 23 de Enero era obligante y puede ser una jornada eficaz en este proceso de lucha para impulsar un cambio político de fondo.
Pena ajena y propia
Un «discurso» patético, mucho más penoso que de costumbre. Ahora resulta que Maduro «promete» que el 2019 será el año de la recuperación económica… El pronunciamiento de las palabras fue tan farragoso como el contenido del pretendido mensaje. Ni sus más estrechos colaboradores podían ocultar el desaliento ante semejante actuación. Es muy probable que el señor Maduro sea la persona que más irritación les cause a los venezolanos, incluyendo a buena parte de los que alguna vez apoyaron a su predecesor.
Ya no tiene absolutamente nada de credibilidad. La metralla de consignas que integran sus intervenciones públicas, no convencen a nadie de nada ni remotamente positivo. No fue sólo una «mala tarde» la que tuvo Maduro en su más reciente «discurso», fue un síntoma de la descomposición que ya no puede ocultar.
El frente internacional
Maduro se ha hecho impresentable para la mayor parte de la comunidad internacional de carácter democrático. No le reconocen lo que no tiene, es decir, legitimidad para estar en Miraflores. Eso no significa que esté desamparado. China y Rusia no lo abandonan. Otros países menos relevantes, tampoco. Y el combo del Alba sigue dedicado a la depredación venezolana.
Pero ese frente está creciendo en cantidad y en la firmeza de sus planteamientos. Lo más llamativo es que se incorporan –a sí sea de manera declarativa–, gobiernos extranjeros que hasta hace poco eran simpatizantes de Maduro, o por lo menos hacían el aguaje de una supuesta neutralidad.