Cinco Temas: El llegadero, por Fernando Luis Egaña
Esa palabra: llegadero, puede tener varios significados. En la realidad venezolana, desde las aspiraciones de reconstrucción nacional, llegadero quiere decir el punto de quiebre del poder establecido, y la oportunidad que se abra una etapa distinta hacia un cambio tan efectivo como democrático. Objetivamente hablando hemos debido de alcanzar ese llegadero hace tiempo. Las catastróficas condiciones sociales y económicas así lo explicarían. Pero al llegadero antes mencionado no hemos arribado todavía.
Pero nos estamos acercando. El anuncio de fechas es un terreno resbaladizo que no quiero pisar. Se suelen crear expectativas que, de no cumplirse, se convierten en un bumerán para los que promueven el cambio. En esta materia el criterio debe ser claro, cuanto antes mejor…
Como que no se salva nadie
El torrente de denuncias, acusaciones y destapes en materia de mega-corrupción en los más poderosos círculos de la hegemonía roja, no es nuevo. Pero sí lo es que dicho torrente esté desembocando en una multitud de procesos judiciales –todos en el exterior, desde luego– en el que detienen, enjuician y condenan a los mega-corruptos. Un factor los vincula a todos: su cercanía política y hasta familiar con el señor Chávez y su sucesor, el señor Maduro. ¡Nada menos!
Es posible, e incluso probable, que algún personaje importante de estos regímenes no se haya enriquecido. Pero lo que es casi imposible y harto improbable, es que no supieran lo que estaba pasando con la mega-corrupción amparada desde Miraflores. Al fin y al cabo se trataba de hechos públicos, notorios y comunicacionales, así los protegiera la impunidad bolivarista. En este sentido, como que no se salva nadie.
Loco el de Filipinas
En el mundo hay una abundante cosecha de mandatarios desequilibrados, que se han hecho famosos por escandalizar con hechos y, sobre todo, con palabras. Pero creo que en esta materia no hay quien le gane al presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte. Algunos le podrán llegar cerca, pero no lo alcanzan. La última de Duterte es el insulto a lo religioso y en particular a la Iglesia Católica. Lo cual de por sí es un despropósito, porque Filipinas es uno los países católicos más importantes del mundo.
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Duterte declara, por ejemplo, que la gente no debería ir a las iglesias y mucho menos dar dinero a «esos curas idiotas»… No es muy articulado o denso ese abogado que llegó a la presidencia en el 2016, y que ha sido denunciado por violar derechos humanos y ufanarse de eso. No debe ser un signo auspicioso el que tantos locos estén en el poder. Pero loco lo que se llama loco, el de Filipinas.
Y la «economía» venezolana también
No creo que en el mundo moderno haya existido un caso como el de la Venezuela del siglo XXI, que en medio de la bonanza petrolera más prolongada y caudalosa de todos los tiempos –con sus picos y algunos bajos, desde luego–, un país petrolero haya sido transmutado en una ruina económica, postrado socialmente, depredado hasta más no poder, y auto-relegado como un paria de la comunidad financiera internacional, que nadie, ni siquiera los chinos, ya le dan el beneficio de la duda.
Nada puede haber algo peor que esto. En teoría digamos que sí, pero en la práctica digamos que no. Ni Zimbabue, ni Somalia, y cuidado si ni siquiera Corea del Norte. Esos son países agobiados por totalitarismos ideológicos-dinásticos, o por guerras y devastaciones raciales, o por fragmentaciones territoriales imbricadas con la criminalidad organizada, incluyendo el terrorismo. La locura de acá es una patología única y esperemos que curable…
El viejo Bush
Cuando George Bush sucedió a Ronald Reagan en la Casa Blanca y en sus primeros años de gobernante, yo estudiaba un post-grado en EEUU, y en una universidad no precisamente afín a Bush, Harvard. Era imposible, por tanto, evadirse del polémico interés que suscitaba el presidente gringo, en un medio académicamente hostil. Quizá por ello me simpatizó el personaje, cosa distinta de algunas de sus políticas. El más importante de sus logros fue la prudencia con que manejó el colapso definitivo de la Unión Soviética y de la Guerra Fría.
Su principal propagandista, curiosamente, terminó siendo quien lo derrotó en las elecciones presidenciales de 1992, Bill Clinton. Cuando ambos eran ya ex-mandatarios, forjaron una amistad que tuvo aspectos paterno-filiales. Clinton ha hablado in extenso al respecto. El homenaje que su país le rinde, luego de su muerte a los 94 años de edad, es de justicia histórica.