¿Círculo vicioso?, por Marco Negrón
@marconegron
Hoy nuestras ciudades enfrentan una encrucijada que, sin exagerar, sólo puede definirse como dramática: bajo el socialismo caribe ellas han conocido 20 años de decadencia ininterrumpida pese a que en ese lapso el ingreso petrolero, la columna vertebral del crecimiento y el desarrollo de Venezuela por más de un siglo, ha conocido su estación más prolongada de altos precios.
Aunque el discurso oficial se refiere insistentemente a su intención de superar el modelo petrodependiente, la realidad es que, bajo este régimen, él se ha exacerbado: hoy no solamente el petróleo ha alcanzado un tope, representando ya el 95% del valor de las exportaciones, sino que esa dependencia se ha duplicado porque, debido a las políticas oficiales, hoy también depende de sus precios en los mercados internacionales.
Pero resulta casi increíble que desde 2014 hasta ahora la economía venezolana haya caído en más de un 60% pese a que entre 1998 y aquel año, gracias a los altos niveles alcanzados durante un período excepcionalmente largo, el ingreso petrolero promedio anual cuadruplicó el de los últimos 5 años de la república civil.
Aunque el tema es controversial, hoy parece muy remota la posibilidad de que la renta petrolera pueda seguir siendo el sostén del crecimiento del país, sobre todo si, como todo parece indicar, ya se ha iniciado el ciclo de decadencia de los hidrocarburos como fuente predominante de energía a escala mundial.
En la actualidad hay un amplio consenso en cuanto a que el motor de las economías, pero también del cambio social, son las ciudades, entendidas, desde luego, no como fenómeno físico o simple aglomeración de personas sino, como las describió el historiador Fernand Braudel, suerte de transformadores eléctricos, que “aumentan las tensiones, precipitan el intercambio, entremezclan hasta el infinito la vida de los hombres”.
La interrogante que hoy se nos plantea es si, en la Venezuela actual, es posible construir esa ciudad cuando todo indica que es indispensable un cambio de rumbo hacia una economía diversificada pero en condiciones en que lo que existe es un aparato productivo desmantelado y obsoleto y, como consecuencia del éxodo generado por la misma crisis, una monumental pérdida del talento que eventualmente haría posible su recuperación.
Esa nueva economía requiere de una nueva ciudad, diferente de la que hoy tenemos y que sólo será posible en la medida en que se le inyecten recursos económicos, ¿provenientes de dónde?, ¿de ese mismo modelo rentista, hoy además insuficiente y que en la medida en que se lo alimenta se convierte cada vez más en obstáculo a la diversificación?
El riesgo que hoy se corre es el de entrar en un círculo vicioso que termine por enajenar el futuro de la nación. Romperlo dependerá de nuestro talento para diseñar estrategias que permitan recuperar la ciudad en un contexto de precariedad económica extrema, pero nadie parece estar reflexionando sobre el tema ni sobre las instituciones que para ello se requieren: el pensamiento urbanístico venezolano parece anclado en un pasado que no volverá.