Ciudad exilio y cuarentena, por Carlos Alberto Monsalve

¿Qué empatía puede establecerse entre un ciudadano y su ciudad? Es horario de cena y su mirada distraída lleva días cargando sus pupilas, a través de la ventana que da a la calle, de edificios semi oscuros, recreando una escenografía de sombras. Siempre en la memoria aparece de primero la última fotografía y en el fragor de muchas noches el revelado es el de una silueta con el fondo de una montaña y un valle, por falda, de tímidos puntos luminosos.
La cuarentena hace más evidente lo evidente, sobre todo en las noches, en la noche se hace más claro lo evidente.
Se es habitante de una ciudad desde algún punto cardinal, eso nos hace habitantes de la ciudad desde diferentes perspectivas. Convivir en una ciudad es convivir con múltiples sueños de ciudad, que la cotidianidad va amalgamando con el quehacer de sus ciudadanos. Eso, en un accidente como el de una cuarentena, se ve violentado, con lo que las diferencias aparentemente nimias, en relación con la visión de la ciudad, dejan de ser nimias. El usuario del metro y el usuario del vehículo propio tienen un aprendizaje del distanciamiento social totalmente diferente. También lo tienen el usuario de la moto, en una ciudad afamada porque los semáforos no son para los motorizados, y el afanoso transeúnte que busca inútilmente señales peatonales en una vía donde debiera de haberlas, pero no las hay.
La cuarentena tiene diferentes canales, diferentes apuros, diferentes urgencias. Sus señalizaciones también pueden ser violentadas.
¿Por qué canal va el hambre?, ¿por cuál canal va el desempleo?, ¿cuál es el canal de la inseguridad?, ¿cómo está el camino de la educación?, ¿qué ruta toman los servicios básicos? Hay tantos letreros en la vía como miedos existentes. Si las rutas de la cuarentena están asfaltadas de carencias todas conducen al extrañamiento, lo exacerban, lo magnifican.
Las circunstancias nos impelen a la búsqueda. En ese sentido, es oportuno recordar que, en la cuadratura original de esta ciudad, en su momento fundacional, en el centro estaba la plaza. Quizás sea propicio en estos días de cuarentena oficial, reivindicar la idea de la ciudad construida alrededor de la plaza. Quizás sea nuestra tarea de estos días reclamar la heredad de la plaza.
En aquel entonces, la ciudad se expandió más allá del rio, más allá del valle, sobre la falda de los cerros y más allá.
Sobrevivió a los embates de las guerras, las epidemias, los terremotos y otras calamidades, y la siguieron llamando por su nombre de fundación.
Sufrió las veleidades de un presidente de turno afrancesado, los celos de un caudillo rural, los ímpetus de la modernidad petrolera, sobre sus hombros pesaron charreteras militares. Soportó tanta egolatría del poder.
Asimiló de una manera estoica y doliente el mestizaje rural y parieron los cerros. Resistió impávida el sincretismo de emigrantes extranjeros y se hizo habitación de varias lenguas.
Se convirtió en ciudad de particularidades, capaz de vivir un siglo teniendo como referente un lugar llamado El Silencio.
Casi cinco siglos van de movimientos de tierra, planos, urbanismos, ubicaciones y reubicaciones, zonificaciones, vías, calles, autopistas, edificios, casas, acueductos, escalinatas, infinitas ideas puzzles moldeándola, encajando diversas piezas en diversos espacios.
Miles de paredes venidas abajo por la fuerza de mandarrias de acero manejadas por brazos fuertes, ansiosos de comida, miles de bolas de acero derrumbando edificios, al paso del lucro y quizás de la corrupción. Y la memoria de la ciudad sufriendo, llenándose de orfandad. Entonces las ocurrencias del desagravio y los desvaríos del complejo de culpa dejando su legado a la posteridad, denominando espacios como Paseo Los Próceres, donde cada cinco de julio lo militar le recuerda a lo civil la deuda perenne que con ella tiene.
El barniz de lo militar asfixiando los poros de la civilidad, la esencia de toda ciudad desde tiempos inmemoriales.
A la otrora comarca a donde habían llegado caudillos con sus huestes, irrumpió el siglo XXI adherido con los ojos del comandante, vigilantes desde los techos de edificios que tienen su rúbrica y que ostentan el nombre marcial de Misión Vivienda.
A esta ciudad con su catastro de ¨zonas de paz¨, de ghettos para el ejercicio político ciudadano, con una autoridad de dudosa legitimidad de origen, en esta ciudad exilio, distraída por una ornamentación de luces navideñas, sobre el cauce del rio que recoge sus aguas negras, cual postal de una fingida normalidad, llegó la alarma de la pandemia.
Entonces se oficializó una cuarentena que ya existía, que estaba instalada en la vida de una ciudad llena de calamidades y penurias. Se le dio rigor oficial, carta blanca para un gobierno que, desde que dice ser tal, lo hace amparado en el estado de excepción y la emergencia nacional.
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Oficializada la cuarentena, nuestra cuarentena socialista del siglo XXI solapada con la pandemia universal, la fanfarronería de lo castrense indexó a la guía de la ciudad la categoría de hospitales centinelas, la preminencia de la propaganda política sobre el rigor científico. Una ciudad con crisis hospitalaria adornada con inútiles oropeles para atender una calamidad que se teme de proporciones dantescas.
La cuarentena hace más evidente lo evidente, sobre todo en la dinámica del día, allí la luz revela sus sombras.
¿Qué empatía puede establecerse entre un ciudadano y su ciudad? Se ha lavado la cara con la poca agua que pudo recoger en una ponchera. Su deber le dice que debe bajar los cientos de escalones que usualmente baja para buscar su sustento, vendiendo la poca mercancía que tiene en alguna calle de la ciudad. Mientras cierra, cautelosamente, la puerta de su rancho, en sus oídos todavía retumban los sonidos de los disparos que acompañaron su dormir durante toda la noche. Abajo hay cuarentena oficial y un día incierto.
Atrás ha quedado la ciudad de la memoria derruida, cambiada por esta ciudad de extrañamiento, por esta ciudad exilio, con un futuro lleno de incertidumbres.
Millones de venezolanos han emigrado y, entre ellos, muchos citadinos que abandonaron esta ciudad sobre la cual aún vuelan las guacamayas.