Colaboracionismo y dictadura (y 2), por Rafael Uzcátegui
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Bajo la dictadura de Jorge Rafael Videla en Argentina, entre los años 1976 a 1981, la clase política e intelectual del país sureño también tuvo que decidir posturas frente a un gobierno no democrático. Uno de los ejemplos más conocidos de ese posicionamiento se dio en el campo de los escritores, teniendo a Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato de un lado, mientras que Julio Cortazar, Osvaldo Bayer, Osvaldo Soriano, entre otros, se encontraban en la acera opuesta.
«El deporte no debe politizarse», ¿dónde habremos escuchado eso? En 1978 Argentina fue seleccionada como sede del Mundial de Fútbol. La dictadura de la Junta Militar, encabezada por Videla, había convertido el país en un gran recinto carcelario, con desapariciones forzadas, torturas y asesinatos por razones políticas. Apenas se conoció aquella designación, en 1977 aparece en el diario Le Monde un llamado a boicotear el certamen.
Se crea el Comité de Boicot a la Organización del Mundial de Fútbol en la Argentina (COBA), promovido por exiliados en la llamada ciudad de las luces, centrando su labor propagandística en la denuncia de las violaciones de derechos humanos.
Una de las figuras centrales en la exigencia de libertades para Argentina desde París era Julio Cortazar, quien una década atrás había publicado «Rayuela» y se había exiliado debido a la persecución de los gorilas.
Una de las primeras y más conocidas consignas de COBA fue «¿El Mundial, previsto en la Argentina para junio de 1978, tendrá lugar entre campos de concentración?». Para algunos, el boicot era una estrategia «demasiado radical». Amnistía Internacional lanzó una campaña intermedia bajo el lema «Futbol sí, tortura no». Años antes, ante la pregunta de un periodista de las razones por la que denunciaba fuera de su país y no dentro, Cortazar respondió: «No seamos ingenuos: la lucha contra el mal se está llevando a cabo en escala planetaria, y los reclamos de orden nacionalista, por respetables que sean, deberían tener en cuenta que algunas instancias de esa lucha deben cumplirse muy lejos de las bases locales».
La junta militar reaccionó acusando las demandas de respeto a la dignidad humana como una «Campaña antiargentina». Desde la capital porteña el escritor Ernesto Sabato se unió a las críticas contra el activismo transfronterizo: «Boicotear el mundial no sólo hubiera sido boicotear al gobierno, sino también al pueblo de la Argentina, que de veras, no se lo merece». El autor de El Túnel fue invitado de honor en el acto de premiación de los campeones, finalmente el equipo local, donde entregó un reconocimiento al técnico Cesar Luis Menotti: «Yo fui uno de los argentinos que gozó, sufrió y se alegró con los partidos del Mundial (…) Yo quise aceptar esta invitación porque las penas de mi pueblo son mis penas. Y también las alegrías». Tres años después, cuando la transición a la democracia era irreversible, afirmaría sobre aquellos eventos donde había sido protagonista: «Nos hizo olvidar de los angustiosos, de los trágicos acontecimientos que hemos vividos en estos últimos tiempos».
Sin embargo, había sido dos años antes del Mundial de Fútbol que un evento marcaría a Sábato, y al propio Jorge Luis Borges, para siempre. Dos meses después del golpe contra María Estela Martínez de Perón, Jorge Rafael Videla es el anfitrión de un almuerzo al que acuden, además de los dos escritores, el sacerdote Leonardo Castellani y el presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, Alberto Ratti. Ocurrió el 19 de mayo de 1976. A la salida Borges eludió a los medios, siendo Sabato el que daría las declaraciones: «El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente». Con el tiempo Sabato justificaría su asistencia a la reunión con el argumento que, por petición de familiares, iba a interceder por personas que estaban desaparecidas.
Sin embargo, aquello era contradictorio con la versión de Castellani, el único que daría detalles de lo conversado en el encuentro: «quienes más hablaron, en vez de preguntar, hicieron demasiadas propuestas. En mi criterio, ninguna de ellas fue importante, porque estaban centradas exclusivamente en lo cultural y soslayaban lo político». Ratti entregó por escrito a Videla una lista con una decena de escritores que se encontraban «a disposición del poder ejecutivo». Por su parte Castellani preguntó por la situación del ex seminarista Haroldo Conti, desaparecido: «Anoté su nombre en un papel y se lo entregué a Videla, quien lo recogió respetuosamente y aseguró que la paz iba a volver muy pronto al país», señaló.
Sabato, un hombre de luz para la ficción, erraba constantemente en sus análisis sobre la realidad. En 1966 opinó sobre el también dictador Juan Carlos Onganía: «Ojalá la serenidad, la discreción, la fuerza sin alarde, la firmeza sin prepotencia que ha manifestado Onganía en sus primeros actos sea lo que prevalezca, y que podamos, al fin, levantar una gran nación». Aquel almuerzo con Videla fue muy exitoso a nivel de propaganda del gobierno. Tanto así que, poco después, la dictadura de Augusto Pinochet repite en Santiago de Chile el ágape, aunque solamente teniendo a Borges como invitado.
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Cortazar nunca refutó directamente a Sabato o a Borges, cosa que sí hizo Osvaldo Bayer, autor de «La Patagonia Rebelde», exiliado en Europa a partir de 1976: «En un país en el cual desde el año 30 ha habido 14 dictaduras, al señor Sábato jamás se le prohibió un libro, jamás estuvo preso ni tuvo que exiliarse. En las peores épocas se le ha premiado y ha tenido reportajes. Mientras Cortázar hablaba del genocidio cultural, Sábato decía que él siempre podía trabajar en su casa». El poeta Juan Gelman, por su parte, agregaría: «Daniel Moyano, ese gran escritor argentino exiliado en Madrid, me mostró en 1978 una carta que le dirigiera Sábato en que éste le decía que su sola presencia en el exterior alimentaba la campaña antiargentina (…). Sábato invitaba a Moyano a regresar –y en plena dictadura militar– le ofrecía trabajo y seguridad personal, algo difícil de prometer sin alguna anuencia o caución militar previamente conversada. Moyano ha muerto, pero hay escritores argentinos vivos que pueden dar fe de lo que digo: recibieron una carta parecida».
En 1981 Videla sería reemplazado por el también militar Roberto Eduardo Viola, que dio paso a Leopoldo Galtieri, bajo cuyo mando ocurrió la Guerra de las Malvinas, un desastre militar y político que significó el fin de los años de dictadura.
Con el regreso de la democracia en Argentina, Ernesto Sábato encabezaría la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), cuyo informe «Nunca más» fue un importante documento de memoria y verdad sobre los crímenes contra la humanidad cometidos por los militares.
Sabato hizo gala de su pluma para prologar el informe, donde hizo una aseveración polémica que dio cuerpo a la llamada «teoría de los dos demonios»: «Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países (…) A los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido”.
Aquella introducción generó tanta animadversión que fue eliminada de una reimpresión del libro realizada en el año 2016, apagando el fuego con gasolina. Luego, el libro sería de nuevo publicado con el prólogo original, más un texto explicativo.
Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (Gapac) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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