Colombia: ¿en el primer mundo?, por Félix Arellano
El gobierno de Colombia ha impactado la región con dos noticias trascendentes, haber concluido su proceso de incorporación en la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), que inició en el año 2013; y la suscripción del acuerdo de socio global con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dos instituciones emblemáticas del llamado primer mundo. Si bien cada una de ellas tiene sus especificidades, las dos se suman para fortalecer el papel de Colombia en el contexto internacional. Ahora bien, para algunos, se pudiera estar avanzando en la conformación de dos Colombias contradictorias; una, que se moderniza significativamente y, otra que se empobrece y excluye. Para el vecino proceso bolivariano son noticias preocupantes que evidencian aún más sus fracasos y debilidades.
La incorporación en la OCDE, sumándose a México (1994) y Chile (2010), resulta interesante y compleja. Sobre la OCDE encontramos opiniones contradictorias; por una parte, los que la definen como una institución de excelencia, que fortalece las buenas prácticas de gobierno y apoya, asiste, asesora en la construcción de las políticas públicas orientadas a la eficiencia, la competitividad, la modernización y el bienestar social. Desde esta perspectiva, la OCDE es un importante soporte para avanzar en una eficiente labor de gobierno, una garantía para la continuidad y estabilidad de las políticas públicas, fundamental para generar confianza y estimular la atracción de inversiones extranjeras; lo que contribuye en una eficiente inserción en la economía global.
Por otra parte, los críticos la caracterizan como un “club de ricos”, que definen reglas para economías hiperdesarrolladas, con un sesgo comercialista, marcadamente economicista y muy baja sensibilidad social; poco atenta de los graves problemas que genera exclusión social en sus diversas manifestaciones; temas presentes y sensibles en Colombia, que aún tiene muy fresco un conflicto armado, que no se ha resuelto completamente y otros serios problemas sociales, que el Presidente Santos poco aborda y que la OCDE pudiera obviar y, en el peor de los casos, agravar.
Pero estamos conscientes de las positivas implicaciones que tiene la incorporación en la OCDE para la economía colombiana y, por otra parte, el reto que significa para la OCDE la presencia de un nuevo miembro tan complejo como Colombia. La organización deberá profundizar en temas posiblemente novedosos para ella e importantes en Colombia, entre otros, la presencia de grupos armados disidentes de los acuerdos de paz con la FARC y el ELN, las tendencias crecientes de pobreza, en particular en el sector rural, la enfermedad holandesa que caracteriza a la economía; las históricas desigual distribución de la riqueza y exclusión de sectores sociales.
Más recientemente, para hacer más compleja la situación, se debe incorporar el “efecto Venezuela”, particularmente en lo que respecta a la masiva migración de población pobre que altera todos los planes, proyectos y políticas públicas colombianas y que se agudizará en la medida que el proceso bolivariano se perpetua en el poder..
Como se puede apreciar el reto para la OCDE es grande; pero, afortunadamente, se trata de una institución con años de experiencia, creada en 1961; con una poderosa organización, tanto de recursos humanos especializados, como financieros; que durante varios años evaluó la petición colombiana y la trabajó arduamente en 23 grupos especializados. Estamos seguros que esto representa un enorme aporte para la capacidad de análisis y de innovación de soluciones para el gobierno colombiano y debería representar potenciales beneficios para su población, en particular para los más pobres.
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Por otra parte, el acuerdo de socio global o alianza estratégica con la OTAN, representa menores compromisos de carácter funcional, pero fortalecer significativamente la posición colombiana en la región, en particular frente a su complejo vecindario (Venezuela, Ecuador y Nicaragua). Tal asociación estratégica, además de apoyar la modernización y eficiencia de sus fuerzas armadas, debería representar una garantía de apoyo ante cualquier posible amenaza externa. La otra lectura de este tema tiene que ver con las preocupaciones y desequilibrios que genera para la región, en particular, para sus vecinos. Pero estamos seguros que la OTAN no promoverá ni apoyará ningún escenario de acción expansiva o agresora de Colombia frente en la región.
En lo que respecta al proceso bolivariano, ya imaginamos la agresividad del discurso oficial para descalificar tales decisiones, seguramente la repetida expresión “lacayos del imperio” será lo mínimo que escucharemos. Desde una perspectiva estratégica, las dos decisiones ilustran claramente el fracaso del modelo bolivariano. En el plano económico, la destrucción de la economía venezolana, promovida por el proceso para controlar la población, nos ubica en años luz de los estándares de la OCDE y, en lo que respecta al tema de la OTAN, no es la decisión colombiana lo que plantea el desequilibrio de seguridad con Venezuela, tal desequilibrio lo ha generado el gobierno bolivariano al destruir las fuerzas armadas, para contralarlas y transformarlas en una tropa pretoriana de apoyo incondicional al régimen