Comienzan las clases, por Tulio Ramírez

No sé si por estas fechas, pero retrocediendo a hace unos 3 mil años, los muchachos aristócratas de la antigua Mesopotamia, que estaban siendo formados para ser los futuros escribas, saltaban en una pata por la alegría que les generaba el reinicio de las clases en las «Edubba» (casa de las tablillas), para seguir aprendiendo la escritura cuneiforme.
La verdad, cuesta imaginarme a Adad, Marnuk y Akil, angustiados por preparar con suficiente tiempo el uniforme, el bulto y los útiles para comenzar las clases, presionaban a sus padres para regresar a casa y suspender las vacaciones en el resort que alquilaron en el puerto de Uruk, a las orillas del río Éufrates.
Tampoco creo que Dafne, Perikles y Aristos, estudiantes de filosofía y retórica en el Liceo de Aristóteles por allá por el 335 A.C., se hubiesen encadenado en los banquitos del Ágora, protestando porque las clases no habían comenzado, siendo que el mes de las vacaciones había llegado a su último día.
También estoy seguro que la cosa sea muy diferente en el otro lado del mundo. Los chinos, tan modositos, disciplinaditos y trabajadores, no perdían oportunidad para hacerse los locos con el inicio de clases en la Academia Jixia (357 a.C.) ubicada en la provincia de Shandong, en el este de China.
Hao, Jing y Wei, ligaban a que el inicio de clases, coincidiera con el Festival de Primavera, el Festival de la Linterna o el Festival del Bote del Dragón. Esos festivales suponían días festivos que decretaba el Emperador en el momento del año que le viniera en gana, suspendiéndose todas las actividades, incluyendo las clases. Los ancestros de los actuales camaradas, apostaban por esa coincidencia. Unos días extras de vacaciones no le vendrían mal a nadie, por muy chino que sea.
Más recientemente en el siglo XIV, época en que la educación en la Europa Medieval estaba casi exclusivamente en manos de la Iglesia, las vacaciones eran algo pecaminoso. La formación de los futuros clérigos, monjes, y también de algunos nobles con billullo y pedigrí como para ser formados en profesiones más liberales, era exigente y esclavizante. En los tiempos libres se estudiaba o se rezaba, no había tiempo para el ocio por ser pasto fértil para el demonio.
En esos tiempos no había un calendario escolar aprobado por el ministerio de educación. No había ni inicio ni final de períodos escolares. Los pichones de curas se matriculaban, iniciaban las clases y luego iban choleados hasta que se ordenaban. Ese encierro prolongado y sin intermedios para la rumba o el descanso, trajo algunos problemas de locura sin cura, para muchos curas. Lean la novela de Umberto Eco, «En Nombre de la Rosa», se las recomiendo.
Ya en la modernidad, la educación dejó de ser asunto de privilegiados y se convirtió en laica y obligatoria para todos. A partir de ese momento, el estrés por el inicio de las clases se democratizó. Ya no era un problema exclusivo de los sectores pudientes de la sociedad.
Mientras tanto, en América Latina, con tanta playa, tanto sol y tanta rumba, el inicio de clases se convirtió en una fecha de expectativas positivas. ¿Sorprendido?, le explico. Aplicando la máxima de ver el vaso medio lleno, en vez de pensar en el comienzo de un año de duro estudio, se pensaba que, a partir de ese fatídico inicio, se comenzaban a descontar los días que faltaban para el comienzo de las próximas vacaciones escolares.
Esta manera tan tropical de ver las cosas, siempre hizo que los muchachos se fajaran a estudiar para salir bien, y así poder disfrutar las próximas vacaciones de agosto sin castigos por haber reprobado el año escolar, ni fastidiosas reparaciones en septiembre que las arruinaran.
*Lea tam,bién: Fin de mundo, por Aglaya Kinzbruner
Por supuesto, estamos hablando de los años en los que éramos felices y no lo sabíamos. Años en los que la única preocupación era dónde conseguir la caja de creyones Prismacolor más barata, verificar que el morral no estuviera roto y dar con la costurera que le agarrará el ruedo al pantalón de caqui de Goyito, el hijo mayor que va para sexto grado, y entregarlo a Nelsito, el menor que va para tercero.
Hoy, percibo que el inicio del año escolar ya no es lo que era antes, una mezcla de alegría, expectativas y nerviosismo por el inicio de clases, por ser un paso más para salir de la pobreza.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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