¿Cómo entender el descontento social?, por Diego M. Raus
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De manera relativamente imprevista se desató en los últimos años una intensa movilización social en gran parte del mundo. Nada nuevo, excepto las formas y contenidos de esta nueva protesta social. En ciudades y países alrededor del planeta, masivas movilizaciones salen a las calles enfurecidas, y violentas muchas veces. Pero lo llamativo de estas movilizaciones es que son resistentes, permanentes. Empiezan pero no dan señales de cuándo o cómo terminan. Ni siquiera sabemos si concluirán.
La primera hipótesis para entender esta rabia social es que se trata de un formato de movilización y protesta que es política en sí misma, pero no se dirige a la política.
Es decir, no tiene ni pretende tener expectativas de que la política tradicional y representativa dé cuenta, administre, gestione o satisfaga esas demandas, ese descontento. No se les pide nada a los sistemas políticos institucionales, pues no se cree en ellos. Más aún: son parte del problema, no de la solución.
Ese es el motivo de la rabia, la violencia y la presunta anarquía. El descontento va dirigido al sistema, no a una de sus partes. Por lo tanto, no hay solución posible dentro del sistema. ¿Significa esto que es revolucionario? Sí y no. Sí, en cuanto se quiere ir al fondo del asunto, al cambio estructural en las formas políticas de gestionar la vida. No, porque no propone una acción revolucionaria, al menos en los términos clásicos, y, menos todavía, constituye un sujeto revolucionario.
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Para vastos sectores sociales, constituidos por edades, géneros, etnias, clases, culturas, religiones, gustos, percepciones o autopercepciones sexuales, la relación política-sociedad, propia de la segunda modernidad, como se conoce al proceso en el que la individualización de la sociedad alcanza su máxima expresión, llegó a su fin. No los interpela. Mucho menos dialoga con sus imaginarios, experiencias y expectativas de vida, de formas posibles de vida.
La segunda tesis, a mi entender, es fundamental por fundacional. Ya las identidades sociales no parecen configurar las individualidades (objetividades más subjetividades). Son las individualidades (preferencias por formas de vida) las que dan formas a colectivos sociales por ese mismo basamento, inestables, inesperados e inciertos. Entre la primera y la segunda hipótesis está el hilo conductor para entender la cuestión social y, por ende, la política actual.
Pero, además, es necesario definir el combustible de este enojo, expresión del descontento, la esencia misma que hace incontenible la manifestación de la rabia. No hay movilización sin una última razón, una razón que contiene en sus diversas maneras de expresión al descontento de la época.
En este sentido, la tercera hipótesis es que la fuerza esencial que impulsa la expresión de la rabia contemporánea es una incontenible pulsión de libertad. No es la libertad filosófica del derecho natural; no es la libertad política del desarrollo histórico de la democracia. Es el resurgir violento de la necesidad de libertad propia para mostrar las formas de vida preferidas, innegociables, incontenibles. Es la libertad de necesitar y poder visibilizar sentidos metaforizados en formas y expresiones de vida a partir de las cuales podamos seguir hablando de lo que hace siglos hablamos: justicia, igualdad, derechos.
Emerge un gran descontento social. Es enojo, y por eso persiste y se violenta. Una de sus novedades es que no se dirige a la forma en que la política resolvía las protestas, es decir, a favor o en contra de quien gestionaba los conflictos. Parecería que este descontento está dirigido a cuestionar por qué alguien/algo ―la política institucional― tiene que administrar y resolver los conflictos.
Está dirigido a la legitimidad de la política institucional contemporánea para hablar en representación de los actores y las personas sociales. «No hablen más por nosotros. Siempre lo hacen mal».
La sociología contemporánea tiene un campo nuevo, amplio, necesario para tratar de decodificar las formas nuevas de lo social. La política contemporánea tiene la obligación de mirar a la sociedad, sus nuevas expresiones, formas de organización y de acción colectiva, constitución de demandas, nuevas subjetividades, percepciones del deber ser de la vida humana en sociedad.
Decir que la política tiene que mirar a la sociedad y sus movimientos parece una obviedad. El tema es que mucha política se hace y desenvuelve en sí misma, sin mirar lo social o, peor aún, pensando que la sociedad y lo social siguen desenvolviéndose de manera inmutable.
Diego M. Raus es director de la Licenciatura en Ciencia Política y Gobierno de la Universidad Nacional de Lanús. Profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Licenciado en Sociología por la UBA y en Ciencia Política por Flacso-Argentina.
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