Cómo hacer callar a Katty, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Salió de su casa a las once y trece de la mañana. Nerviosa y desaliñada en su forma de vestir. Así la describió Meche a nuestra amiga Raiza, quien el martes nos contó por fin con relato pormenorizado acerca de la misteriosa desaparición de Katty, la amiga a quien tanto admiramos y cuya vida estuvo rodeada de un halo de misterio.
Seguro que la gente de El Valle, con la que se topó aquel mediodía de julio camino a la parada del autobús, no se fijó en ella o le prestaría escasa atención. «Por eso nadie supo explicar qué pasó después», sostiene Raiza, de manera no conclusiva. No incurriré en la ligereza de especular que Katty yace en esa colina de barro en el cementerio general del sur donde tiran los cadáveres que nadie reclama en la morgue y que para mayor deshonra denominan La Peste.
Raiza asegura que por mucho tiempo siguió la pista de Katty Arteaga o al menos su evanescencia, aprovechando que trabajó en la antigua Policía Técnica Judicial, primero como sumariadora de expedientes; y luego, cuando egresó de la UCV como jefa de prensa, aunque brevemente porque se vino a trabajar con nosotros. Fue aquella noche que le aventamos a su apartamento en la segunda transversal de Altamira, cuando nos preguntó si conocíamos a Katty. Tras el silencio pautado involuntariamente en la conversación, le respondimos que sí y en ese frío torrente donde flotan los recuerdos recuperamos fragmentos de vivencias compartidas. Raiza sacudió la cabeza y bajó la mirada. Como llegamos justo al edificio donde residía nos prometió contarnos al día siguiente algo que a ella le daba vueltas y quería compartirla.
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Pero no hubo días siguientes. Nosotros debimos salir del país y refugiarnos en esta ciudad hermosa, adosada a una franja de mar y nubes que se condensan en las mañanas y luego se escabullen hacia las montañas. Pero hasta aquí también ha llegado Raiza, con quien no conversamos más sobre la desaparición de Katty, o ella, por razones de seguridad, se negaba a tratarlo en los intercambios de mensajes. «A mí tampoco me gustaría olvidarlo», respondió a manera de reclamo porque hemos incluido, entre los abrazos y la bienvenida, el tema.
Pero Raiza es alguien dotada de una paciencia generosa. Hasta que relata el triste final de Katty. «Tú sabes que ella se exhibía como periodista, revolucionaria y chavista, lo que no le impedía denunciar las injusticias». Katty se enteró de un acto de corrupción, confesado por el propio ejecutante, y fiel a sus ideales pidió audiencia en el Palacio de Miraflores donde fue atendida por un coronel de la guardia presidencial que le prometió que le llamarían para una reunión estrictamente confidencial con el Presidente.
Una condición: no debía mencionar el tema a nadie y Katty guardó silencio, hasta que ese mediodía de julio, cuando después de tanto esperar, decidió reunirse con un colega a quien le confió todo sobre la gran estafa cometida en el BCV a nombre de la revolución.
El periodista le aseguró a Raiza que Katty nunca llegó al restaurante donde la esperó por dos horas. «Hace un mes en una celebración familiar mi hermano me presentó al coronel que atendió a Katty en Miraflores y le aconsejó esperar a que la convocaran a la reunión… me pidió que no indagara más sobre Katty, porque él mismo se asustó cuando supo que nuestra amiga había sido confundida con una mujer que hallaron con un tiro en la frente», explica Raiza, temblorosa al pensar que ella también pudo haber estado en la mira por preguntar tanto por Katty. Su rostro se contrae y sus ojos tornan un brillo similar al que otorgan las lágrimas. Había en el aire que respirábamos un ambiente semejante a la frustración y a la tristeza. Nada de lo que dijéramos serviría para recuperar a Katty.
Ojos y oídos abiertos al espeluznante sosiego que inundaba el lugar donde nos reunimos, escuchamos a Raiza poner punto final a la conversación. «Hace doce días, el coronel le confió a mi hermano que se marchaba a México y de allí viajaría a Miami, donde lo contactaría alguien para reunirse con la DEA y solicitar protección. Esta semana me tocó a mí. Salí hacia Bogotá y tomé un avión con rumbo a España». Los familiares siguen pensando que Katty anda desaparecida, recluida en un asilo. Entonces volví a pensar en La Peste.
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España