Como Pilatos, por Carolina Gómez-Ávila
El miedo de corta duración no es igual a aquel con el que hay que vivir. El primero apenas da tiempo para escoger entre huir o luchar, el otro implica un enorme esfuerzo de relación que, si es productivo, nos permite ponerle algunos límites.
Eso de vivir con el propio miedo es una categoría de coraje con mala prensa. Enfrentarse todos los días al pequeño monstruo y verlo desde distintos ángulos hasta entender su alcance y comprender qué lo refuerza para no alimentarlo, no es un valor socialmente aceptado y convendría que lo fuera por sus beneficios.
Por ejemplo, a un virus nuevo que todavía no ha sido suficientemente estudiado y del que no sabemos si habrá mutaciones más agresivas, se le debería tener más miedo que a quedarse en casa con poca comida.
Si pasa a la inversa es que no se tiene conciencia del riesgo. Y si hay algo que puede ser manipulado con intenciones políticas, es el nivel de conciencia del riesgo.
Si por una parte nos insisten en la importancia de lavarnos las manos antes de tocarnos la cara y por la otra el planeta se lleva las manos a la cabeza porque “no hay camas suficientes” para atender a la población que lo requerirá, es posible que –por mal entendida solidaridad– usted prefiera clamar por camas disponibles y presionar a quienes tienen el poder para que aumente el número de ellas, en vez de hacerlo por agua suficiente para que todos nos lavemos las manos cuantas veces haga falta para no contagiarnos.
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Lo peor es que, para la mayoría, la palabra “cama” sólo es un mueble y no la tecnología que necesariamente debe asociársele para que alguien pueda curarse en ella, tampoco el personal que debe atender a quien esté en esa cama, que no sólo son médicos y enfermeros sino muchos otros profesionales y trabajadores de la salud además del personal especializado en limpieza de áreas con riesgo biológico. Pero quizás a usted se le ha inducido a creer que, con el dinero suficiente, en 10 días tendríamos uno o varios hospitales chinos prefabricados y el mandado estaría hecho, todo listo para salvar vidas.
Es posible que no piense que, cualquiera sea el número de hospitales y camas, cada uno de ellos representa una gigantesca demanda de agua potable, de electricidad y de otros servicios que no se les pueden proveer si no hay medios de transporte funcionando y para eso se necesita gasolina. Más dinero, dirá alguno.
Pero reducir el problema del sistema de salud a un problema de dinero es una estafa a la población, un miserable engaño con fines políticos y una mentira vil porque usted no se lavará las manos con dólares que salgan por la tubería sino con agua que debe ser bombeada con máquinas que necesitan electricidad para activarse y que deben ser instaladas y mantenidas con procesos que requerirán siempre, en varios puntos, gasolina.
Usted puede tener todo el dinero pero, para hacer funcionar las cosas, necesita un recurso que no se compra con él: tiempo. Quienes están gestionando dinero no están gestionando tiempo, sólo dinero y a cambio obtendrán dinero para sí mismos, de manera transparente sólo en el mejor de los casos.
Me dirá entonces que, por eso, los recursos deben ponerse a disposición de los mejores y más honestos y yo le diré que para cuando los hayamos seleccionado y hayan logrado darnos agua potable, electricidad y gasolina de manera estable, podría no quedar alguien vivo para llevar la cuenta de los muertos por la pandemia.
Esa es mi mortificación. Es tarde para garantizar los servicios que necesitábamos en óptimo funcionamiento para que la embestida al sistema de salud no fuera brutal, pero es temprano para que usted asigne culpas y a eso se dedican los operadores de opinión pública, a nada más. Quiero insistir: a nada más.
En cuanto a la vida, lo único que cabe es cuidarnos individualmente para no aumentar la demanda hospitalaria y cuidar a los profesionales de la salud para que no se enfermen y haya quien nos cuide o, con suerte, nos cure. Porque la verdad es que nadie puede hacer con dinero lo que no hay tiempo de hacer.
Esto no es agradable. Ni para usted ni para mí. Y en tiempos de miedo las verdades no son bien recibidas, por eso he estado recordando tanto aquella reacción de Poncio Pilatos al ver que sus argumentos sólo lograban aumentar el alboroto del gentío. Tomó agua y se lavó las manos delante de todos diciendo “soy inocente de la sangre de este justo, allá ustedes” y el pueblo respondió “que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Sí, la verdad es que quisiera decir y hacer lo que Pilatos en esta hora, pero soy del pueblo y no tengo agua.