Como un día domingo, por Gustavo J. Villasmil Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
“Eu preciso te falar.
Te encontrar de qualquer jeito…”
Tim Maia y Gal Costa, “Um dia de Domingo” (1986)
Río de Janeiro, tarde de viernes en un mayo maravilloso, hace muchos años. «Pode ser perigoso», me advertía preocupado el atento ujier del hotel sede de aquel evento, un negro inmenso uniformado como un mariscal de campo. «¡No se preocupe, amigo!», le contesté como mejor pude, «¡yo vengo de Caracas, donde las balas las lanzan con liguitas!». El tedio, esa poderosa fuerza que con los años se le revela a uno, me había impuesto la necesidad de salir en volandas de aquel insufrible programa de conferencias de última jornada de algún congreso médico al que asistí y del que ya no me acuerdo.
Confieso que suele ocurrirme en ese tipo de reunión, en las que los sucesivos conferencistas se afanan en impresionar a la aburrida audiencia con el relato de hazañas médicas sin iguales en los que jamás se hace mención a fracaso o falencia alguna, como si el ejercicio de la medicina en la vida real fuera así. Y no se diga del agobiante enjambre de casas farmacéuticas y sus insufribles «speakers», que atiborran a todo el que ven con kilos de literatura gris en la que sus mercadólogos no se ahorran en piruetas gráficas para convencerlos de la «no inferioridad» de su producto, ¡no importa si la única variación introducida haya sido el cambio de una sal sódica por otra potásica!
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Serían las seis de la tarde cuando decidí poner «pies en polvorosa» y salvarme del naufragio de fastidio en el que terminaría ahogándome en aquella sala de hotel de cinco estrellas repleta de gente que probablemente no podía pagarse un café con leche en los exclusivos «lounges» del sitio. Siguiendo algún mágico hilo de Ariadna fui a dar a un lugar de coordenadas perfectas: la Rua de Vinicius du Moraes, en pleno corazón de la antigua capital imperial del Brasil. Con la tarde que se convertía en noche se iban llenando poco a poco los pequeños bares de «caipirinhas» baratas y jóvenes cantantes y músicos que amenizaban la velada haciendo versiones – ahora las llaman «covers»– de lo mejor del repertorio de la música popular brasileña de todos los tiempos.
Entré en uno de ellos y me apuré en instalarme en una mesita cercana al «stage». La audiencia escuchaba atenta la música en medio de la atmósfera cálida del sitio, sin los típicos escándalos y estridencias de bar. Un algo especialísimo se respiraba en el ambiente, mientras los presentes extasiados acompasaban con suaves movimientos de sus cabezas aquel «soul» suramericano tan hijo del fado portugués como de los ritmos cadenciosos de los cariocas. Una joven intérprete ofrecía al público su versión de la vieja canción popularizada años antes por el dúo que integraban Tim Maia, que había muerto recién, y Gal Costa, que se ha ido apenas hace poco:
«Necesito hablarte, verte de cualquier manera.
Para reír y conversar
Y caminar de cara al viento».
Así más o menos decía. Hoy he vuelto a recordarla, a tantos años de aquella tarde-noche fluminense en la que corrí a ponerme a salvo del mundo como es y qué tan distinto resulta del que debería ser. Recordar aquello desde un bar caraqueño, frío y lleno de disonancias, en el que no cabe poesía alguna. Porque los que aquí mandan son el poder y sus pistolas. Aquí no hay atmósferas cálidas sino la que impone el aire frío que emana de un «split» empotrado en la pared, como tampoco «saudades» porque nunca fue esa la lengua que habló el billete.
Desde aquí te recuerdo en esta tarde sin alegrías, bebiendo a sorbos el trago que en otro tiempo habríamos compartido. La gente presa de una euforia infantil se regala bombones, «valentines» de cartulina y citas de hotel en nombre de una versión descafeinada del amor.
Amor sin épica, sin ética y sin estética como el que ahora se prodiga: sin épica porque no está dispuesto a batirse en lucha ni a sufrir herida alguna; sin ética porque nunca se compromete a nada y sin estética porque ha preferido lo sensual antes que lo genuinamente bello.
Murió Tim Maia, el del «vibrato» grave. Y murió también Gal Costa, la de la cálida voz de terciopelo. Aquí ya no hay sitio para amores profundos como el que te guardo. Porque han triunfado la estolidez y la materia y no ha quedado espacio para el espíritu. Habría sido bueno verte hoy. Para reír y conversar un poco, no importa de qué. Y caminar de cara al viento. Como si fuera un domingo.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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