¿Cómo va la vaina?, por Teodoro Petkoff
Entrando ya en la segunda semana del segundo mes de campaña vale la pena hacer una revisión de lo actuado hasta ahora por ambas candidaturas. No es un balance de fondo sino más bien un recorrido superficial por varios de sus episodios. Vamos en primer lugar con el candidato continuista. Contrariamente a lo que él mismo pensaba de sus facultades físicas, es obvio que la enfermedad, cualquiera sea su estado, le he producido limitaciones en su desempeño. Ha hecho una campaña pobretona, con escasas salidas al campo, y varias de ellas con una asistencia escuálida, muy lejos de sus triunfales mítines de otrora. Sin embargo, el punto es que la asistencia tiene poco que ver con sus dolencias. La presencia rala de sus partidarios tiene que ver, obviamente, con el progresivo y sostenido declive de su capacidad de convocatoria. Vientos de derrota soplan por las comarcas chavistas. Catorce años han sido más que suficientes para comprobar que el fulano «proyecto» no es más que una patraña y que Chávez ha sido, de alguna manera, más de lo mismo, pero peor.
Es más, el propio candidato da muestras de malhumor y de intolerancia propias de quien sabe que su cuarto de hora está por finalizar. En Carabobo, cuando anunció el cambio de Maduro por Ameliach, como candidato a la gobernación de ese estado, la gente, «su» gente, se dio a gritar «No» sostenidamente y a corear rítmicamente el nombre del alcalde de Puerto Cabello, Lacava, quien al parecer goza de las preferencias de la base chavista. Bastó esto para que a Chacumbele le diera una rabieta feroz, vociferando que el candidato lo escogía él y sólo él y reafirmando, en tono brutal de «no me discutan más», la candidatura de Ameliach. No digamos el tono que han adquirido sus insultos y agravios personales a su rival. Buena parte del tiempo de sus peroratas se le va en descargar sobre Capriles los más feroces y desconsiderados denuestos. El Chávez sobrado de otros tiempos ha sido suplantado por uno nervioso e inseguro, es decir, por un perdedor.
Por el otro lado, está un Capriles cuyos recorridos por Venezuela han venido adquiriendo la tesitura de una marcha triunfal. Por donde pasa, pueblo chiquito o grande, ciudad grande o pequeña, son miles las personas que se suman a su cortejo, generando un ambiente de esperanza y, más que de ello, de seguridad en la victoria. Capriles ha creado un clima que cada vez se parece más al que acompañó a Chávez en su campaña de 1998. El hartazgo del país era tal que descartó la candidatura de Irene Sáez, por la cual, en su rechazo a lo conocido, estuvo a punto de votar hasta que apareció la que tenía la presencia y el verbo de Hugo Chávez. Hoy ocurre algo parecido.
Los casi catorce años seguidos de Chacumbele han ido modificando el ánimo popular y la aparición de Capriles, ha proporcionado el factor que permite, como en 1998, cambiar de régimen.
Es lo que va a suceder. Cuando a una idea le llega su tiempo no hay fuerza que pueda con ella. En los venezolanos ha hecho presa la idea de que ya está bueno de Chávez. Incluso entre quienes lo han seguido hasta hace poco se respira la necesidad de un cambio político. Eso lo condena a la derrota.