¿Cómo volver a la «normalidad»?, por Griselda Reyes
Twitter: @griseldareyesq
La pandemia del covid-19, sin duda alguna nos obligó a replantearnos la vida, en todos los aspectos.
Primero, nos obligó a adaptarnos a una normalidad que llegó de golpe para sorprendernos e, incluso, improvisar para cumplir con nuestros deberes de forma remota –menos para los sectores considerados esenciales–.
Cuando ya parecíamos acostumbrados a esa rutina, nos disloca de nuevo la cotidianidad y nos devuelve a una que nos parece, a muchos, ajena y muy lejana.
En Venezuela, como siempre bien distante de la realidad mundial por la catástrofe que ya atravesamos mucho antes de contagiarnos, el retorno a la «normalidad» pre pandemia, resulta un abismo para cientos de miles de ciudadanos.
Un simple ejemplo: El pago del transporte público. ¿A cuántos empleados realmente les alcanza el salario para cubrir los gastos de transporte? No importa que a partir del 15 de marzo entrara en vigencia un ajuste salarial. En Venezuela, ningún ingreso es suficiente para hacerle frente a la inflación.
Esta semana, por solo citar un caso, Nicolás Maduro decretó el retorno a las aulas de clases para todos los niveles de educación, obligando a los maestros y profesores peores pagados del continente a tener que escoger entre llevar algo de comida a su mesa o saldar el traslado hasta los colegios para cumplir con sus horarios laborales.
También pusieron entre la espada y la pared a cientos de padres y representantes, para quienes la no presencialidad en la escuela significó un ahorro significativo durante estos dos años.
No debían pagar uniformes ni zapatos, tampoco comprar útiles escolares, ni saldar transporte. Ojo, no estoy justificando que los niños no volvieran a las aulas. Solo alerto sobre las dificultades que supone para cualquier ciudadano venezolano la escolaridad de sus hijos en el sistema «público» oficial, incapaz siquiera de garantizar servicios básicos óptimos en los planteles y menos el Plan de Alimentación Escolar (PAE), casi desaparecido.
Por otra parte, a diario me llegan noticias de madres que acuden a sus puestos de trabajo solo para saciar el hambre. Mujeres que se dedican al oficio doméstico, o empleados de cafeterías o restaurantes, para quienes no resulta factible permanecer en casa, pues, el pago real por las horas laborales es la comida que pueden ingerir en sus puestos de trabajo y que les permiten llevar a casa. Volvimos a los tiempos de la esclavitud donde la paga por jornada trabajada se traducía en un plato de comida.
Es la crisis humanitaria y la inflación que siguen golpeando a los ciudadanos más vulnerables de nuestra sociedad.
Saquemos una cuenta muy sencilla. Un pasaje, un solo viaje, ronda hoy 0,40 centavos de dólar. Esto supone cada día $0,80 (si es ida y vuelta y no requiere otro traslado adicional), y a la semana equivale $4. Al mes son $16, es decir, más de la mitad del recién incrementado salario mínimo que roza, a duras penas los $30, incluido en este monto el ticket de alimentación.
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Pero también aclaro que a esta fecha no todos los sectores han recibido el citado aumento.
Con esa sencilla operación nos damos cuenta que, con la dura crisis que nos golpea a todos –a unos más, a otros menos–, se hace imposible retomar la realidad pre pandemia. No somos ingenuos, sabemos que el grueso de la población no pudo, como en otros países, quedarse cruzado de brazos esperando cheques del Ejecutivo.
Pero tampoco es menos cierto que la gente se reinventó y resolvió en función de los dividendos que les produjo su propio entorno. En comunidades menos privilegiadas fuimos testigos de cientos de emprendimientos. Vecinos vendiendo tortas, haciendo helados, montando bodeguitas, y un largo etcétera.
La clase media tampoco se quedó atrás y de ahí surgieron muchos de los negocios que hoy inundan las redes sociales.
Cada quien, en su escala, buscó prosperar para surfear la ola del encierro y sobrevivir a los embates de la dura crisis económica.
Por eso hoy pido reflexionar sobre ¿cómo devolverlos a una rutina de ocho horas preso detrás de un escritorio, sin producir lo que les permitió alimentar a sus familias durante estos dos largos años?
Un caso claro son los motorizados. Son diversas las empresas de delivery que arroparon a estos trabajadores cuando las oficinas se vieron obligadas a cerrar sus puertas para protegernos del virus. Son contados quienes hoy puedan dejar de cobrar por carrera para cumplir con el rol de mensajero por un sueldo fijo.
Planteo todo esto pensando en que desde el poder deben actuar en función de los intereses de los más vulnerables. El problema no es falta de lealtad de ningún empleado, el tema central es la falta de poder adquisitivo del salario.
Siempre lo he dicho, desde el poder están obligados a diseñar políticas públicas que permitan a los venezolanos mantener a sus familias y garantizar las necesidades básicas de alimentación, educación, vestido, salud, vivienda, recreación y esparcimiento. Que haya real bienestar social
Urgen políticas para que desde el motorizado y el obrero, hasta el profesor universitario y el jubilado tengan calidad de vida. Los diálogos deben servir para eso. Ya basta de un pueblo cobrando migajas el 15 y último, los trabajadores venezolanos merecen calidad de vida y eso empieza por salarios que tengan verdadera capacidad adquisitiva y permitan saldar las necesidades básicas.
Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.
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