Compensaciones, por Carolina Gómez-Ávila
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Twitter: @cgomezavila
Para millones de venezolanos políticamente independientes, la memoria es un lujo que nos depara internet porque —a pesar de que la prensa irresponsable o comprada por la dictadura decidió borrar lustros de sus hemerotecas virtuales o desaparecerlas del todo— todavía se puede encontrar información verificable. Y esto es necesario porque siempre corremos el riesgo de no recordarla cabalmente.
Para ser honestos, también en el corto período del siglo XX en el que tuvimos la dicha de vivir en una república democrática, se atentó contra ella por la vía del olvido y con la colaboración de medios de comunicación. Impedir que se recordaran las promesas de campaña era un trabajo comunicacional prioritario. Los gobiernos y los medios parecían haber pactado evitar que fueran referidas, copiadas o retransmitidas, especialmente cuando los pueblos estuvieran más insatisfechos.
Si usted se pregunta qué hubiera pasado en ese tiempo, de haber habido redes sociales que nos recordaran a diario las promesas incumplidas, creo que nada.
Porque nada es lo que pasa hoy, cuando nos recuerdan las descaradas y delirantes promesas que Chávez y Maduro quebrantaron. Tal parece que a los pueblos no les molesta que cambiaran el oro por espejitos.
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A nadie parece importarle que los juramentos hechos sobre el nombre y la vida propios, se hayan ido por el bajante. Más bien pareciera que lo que les importa es ver qué obtienen a cambio de tolerar la burla de la inobservancia. Una compensación.
No es difícil imaginar los planteamientos que no se atrevieron ni atreven a pronunciar: «Ya que no hay cupo en dólares, déjame robármelos», «ya que no hay forma de comprar lo que quiero comer, regálame algo de comer», «ya que no hay progreso, invéntame un cargo de poder», «ya que no me pagas un salario digno, dame impunidad para rebuscármelas ilegalmente».
Creo que, por esto, es por lo que protestan. No tienen luz, agua, gas, transporte, comida suficiente ni salario digno. Pero en el fondo, ese no es el problema porque son capaces de seguir viviendo sin luz, agua, gas, transporte, comida suficiente ni salario digno, siempre que reciban alguna compensación.
Si se las dan —exclusivamente a quienes pueden motorizar las protestas, claro— disminuirán en frecuencia y asistencia. De no haber este canje, no habría protestas por lo que escasea sino porque no sigan gobernando quienes provocan la escasez.
El problema es que los manifestantes que no reciben lo que en justicia les corresponde ni contraprestación alguna, no se han dado cuenta de que están siendo usados.
Una lástima, porque podrían protagonizar la única protesta con sentido en estas circunstancias: si el Gobierno nos sumerge en la miseria, en vez de pedirle que nos compense, exigirle que haya unas verdaderas elecciones presidenciales y parlamentarias libres y justas en las que, como pueblo soberano, nos demos otro Gobierno pacífica, democrática y constitucionalmente.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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