Comunas sin poder, por Teodoro Petkoff
Chacumbele ha hecho de la conformación del Poder Comunal una de sus principales banderas. El concepto tiene una profunda raigambre socialista, del mejor socialismo, del libertario y democrático, hundidas sus raíces en la gran tradición revolucionaria, que centraba en las formas de organización a nivel de la base social, la columna vertebral de un nuevo poder, capaz de avanzar democráticamente y conforme a la voluntad del pueblo, hacia la superación de las miserias e injusticias de las sociedades dominadas por los grandes poderes económicos, sociales y políticos. Era la utopía, con una gran fuerza movilizadora.
Precisamente por lo mismo, apenas la gran revolución rusa de 1917 adquirió la forma de dictadura, se apuró a anular todas las formas de poder popular de base, expresadas en los soviets, palabra rusa que significa, precisamente, «consejos». Los había de obreros, de campesinos y de soldados. El poder, para los bolcheviques, desde muy temprano, pero sobre todo bajo Stalin, estaba arriba, en la cúpula política, no abajo, en el pueblo. Con la liquidación de la democracia desapareció la fuerza de los soviets . Estos fueron transformados, lo más rápidamente que pudieron los bolcheviques, en meros adornos del discurso revolucionario, completamente castrados de poder real. De su agenda fue eliminado todo lo relativo a las grandes cuestiones políticas, a las cuestiones de la conducción del Estado.
La consigna «Todo el poder a los soviets«, que llevó a las masas obreras de Petrogrado a tomar el cielo por asalto, al poco tiempo no era sino un nostálgico recuerdo de los tiempos heroicos de la revolución. La utopía fue asfixiada por el pragmatismo.
Chacumbele, que es un maestro de la demagogia, ha rescatado la idea de los consejos comunales. Pero de una vez les quitó todo poder real, al hacerlos depender directamente de la Presidencia de la República y no permitir su articulación con las instancias intermedias del Estado, gobernaciones y alcaldías (cada vez más reducidas en sus atribuciones, por cierto), lo cual sería una de las maneras para hacerlos viables, al darles la capacidad para abordar proyectos locales, sobre todo de construcción de infraestructura, que desborden los estrechos límites del barrio. La dependencia de la Presidencia es también financiera, lo cual lleva derechito al clientelismo y a la manipulación electorera. A su vez, el PSUV intenta –y no siempre fracasa– imponer los dirigentes y confiscarle el control del consejo de su propia base popular. Pronto, los consejos comunales correrán la suerte de los soviets y del «poder local» cubano. Podrán, si sobreviven más allá del discurso, abordar asuntos de interés local, pero la política nacional, el debate sobre la conducción del país, les estará vedado. Peor aún, en lo inmediato, se pretende hacer de los consejos comunales nidos de sapos, espías de sus propios vecinos, mecanismos de control político del vecindario, lo cual, inevitablemente, los alejará aún más de su entorno social. Ahora bien, el concepto mismo es fecundo. El horizonte de una democracia realmente participativa, que combine la representatividad con la participación directa en los procesos de toma de decisiones, debe tener en cuenta las diversas formas de organización y poder popular. Es un tema para hoy y para mañana.