Con ciencia progresamos (I), por Rafael A. Sanabria Martínez
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Los países se esfuerzan por su progreso científico y tecnológico, porque el que no lo haga arriesga su estabilidad económica y su independencia, su mera existencia. Pero en Venezuela, ignorantes y despreocupados, vamos en retroceso, convirtiéndonos en dependientes (aun más) de otras naciones como si diéramos por sentado que no podemos.
Hay decadencia y desinterés, que están arraigados en nuestro sistema de valores. No llegamos aquí por casualidad y será difícil sobreponerse a esto, pero tenemos que superarlo.
Recuerdo desde la secundaria que se hablaba de «las marías», las materias “coco”: matemáticas, física, química y algunos incluían inglés. Esto ha formado parte de nuestra cultura desde hace mucho, una mezcla de provincianismo cultural, complejo de inferioridad y mala praxis docente. Es hora de resolverlo más que de buscar culpables.
Un profesor, cuyos libros eran material de texto en post grados extranjeros, hacía la comparación en ingeniería, Venezuela vs la URSS, nada menos. En Venezuela se ha acostumbrado tener «materias filtro», cuya función más que formar es restringir el número de graduandos con el pretexto de profesionales de más alta calidad, en cambio en la URSS graduaban más de 200.000 ingenieros cada año. En ese lote iban los que construirían sofisticados aparatos aeronáuticos y los que vigilarían la construcción de alcantarillas. Porque todos son necesarios.
Después que en 1957 el Sputnik 1 pasaba cada 90 minutos sobre Estados Unidos, atormentándolos con su «bit bit», Estados Unidos reaccionó socializando su educación hasta secundaria y aligerando el acceso a las universidades. A mayor cantidad mayor calidad. Sí, igual que en el deporte: al masificar las prácticas deportivas, no solo dedicándonos a los mejor dotados, tenemos más y mejores atletas.
Esas guillotinas selectivas no aumentan el nivel. Los exámenes con «conchas de mango», preguntando material que fue muy ligeramente impartido o restringiendo inútilmente las formas de presentación, por no hablar de la atroz manera como suele entenderse la tesis final. Todo esto convierte la evaluación en solo una treta para bloquear la formación, no para hacerla mejor sino elitesca.
Un amigo que por error inició un diplomado en comunicación digital pero que era graduado en comunicación social, me refirió que él no tenía el conocimiento para saber de qué hablaban profesores y alumnos. Quienes sí se desempeñaban muy bien eran los ingenieros en electrónica. En su primer (y único) examen, de selección múltiple, los ingenieros manifestaban en voz alta que estaban perdidos, qué no habían visto eso. Él hizo el examen confiando en su «viveza», sin saber siquiera que le preguntaban, obteniendo un resultado similar al de los que sí sabían. Es decir, la evaluación no evaluaba. Muchos confunden buen profesor o buena enseñanza con un bajo nivel de aprobados. ¡Debe ser al contrario!
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Un allegado fue asistente en el IVIC, todos los investigadores (física y química) eran extranjeros, especie de mercenarios de la ciencia. Una jefa intermedia, investigadora con deficiente desempeño, nunca tuvo frutos que mostrar. Pero años después, su antiguo jefe en el IVIC le otorgó un reputado premio nacional en ciencias. Porque aquí también rige el amiguismo.
Ya desde la secundaria vimos multitud de profesores, especialmente de matemáticas, que aplazaban muchos alumnos para luego aprobarlos en reparaciones, después claro de pagarle un curso de reparación. Un peaje al aprendizaje, a la honestidad y al desarrollo.
El ministerio les exigía a los maestros ayudas tales como modelos y diapositivas especialmente para explicar las ciencias. Eso les era costoso y era práctica corriente que los maestros los adquirían y nunca los usaban, solo los sacaban cuando venía la supervisión.
No se hace esfuerzo por desarrollar la ciencia y menos para valorizarla. Ejemplo de la auto desvalorización nacional es el caso de un emprendedor venezolano que quiso hacer el mejor lubricante y obtuvo fue el mejor desinfectante, producto altamente reconocido internacionalmente. Buscando capital para industrializarlo encontró quien se asociaría con él. El empresario al final descubrió, con horror, que era un invento venezolano y no continuó. Así como la discriminación racial es una actitud negativa que debe ser rechazada, la discriminación al saber criollo también debe ser enfrentada.
Hay que sembrar ciencia para el progreso, para resolver nuestros problemas, para vivir mejor o simplemente por el placer del conocimiento, o controlamos la tecnología o ésta nos controla a nosotros. El país debe tener otras miras más allá de rematar sus recursos y mostrar sus mujeres. Nuestra gente es inteligente, pero debemos extinguir algunos conceptos anticuados, de perdedores, que perviven en nosotros. Con ciencia lo haremos.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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