Con la guerra no se juega, por Teodoro Petkoff
Tiene que estar muy preocupado, diríase, incluso, que desesperado, el señor Presidente, para ponerse a tocar, enloquecido, los tambores de la guerra con Colombia. Es una típica operación de diversión, una cortina de humo. No le faltan razones para tratar de hacernos voltear hacia otro lado, porque lo que está ocurriendo en nuestro país es gravísimo y cualquier gobernante estaría con las manos en la cabeza. Pero, Su Excelencia la Reencarnación de El Libertador, tiene un motivo adicional para mesarse los cabellos. Por más que se menea, no logra que los venezolanos, todos, pierdan de vista que la culpa de lo que está pasando es suya y exclusivamente suya. Su irresponsabilidad, su incompetencia y la corrupción de su régimen han lanzado sobre el país cuatro crisis simultáneas, cada una tanto o más grave que la otra.
Seguridad, electricidad, salud pública, economía y, en Caracas, agua, son áreas en las cuales el desmadre alcanza niveles sobrecogedores. Nadie escapa a las consecuencias de la peor gestión administrativa que haya conocido el país en su historia contemporánea.
Lógicamente, lo que venía siendo un lento, aunque sostenido, descenso del apoyo al gobierno en los últimos tres años, se está convirtiendo en una barrena. A menos de un año, en principio, para las elecciones parlamentarias, razones le sobran a Chacumbele para sentir un frío en la espalda.
De allí que ya esté en campaña electoral. No lo oculta; actúa con el desparpajo y la desfachatez de quien sabe que nadie en el Estado le va a llamar la atención. Pero el domingo elevó los decibeles y prácticamente llamó a zafarrancho de combate. Se necesita una carencia total de escrúpulos para hacer de un tema tan delicado, de vida y muerte, materia de campaña electoral. Cree que puede recoger el respaldo que se le escurre entre los dedos, tocando la fibra patriotera de sus conmilitones.
Fracasará, porque ya se le ven demasiado las costuras. Es tan burda la maniobra electorera que cualquier mandatario que hablara en serio de una posibilidad de guerra, llamaría, ante todo, a la unidad de la nación contra el «enemigo».
Pero Chacumbele no. Su guerra no es contra Colombia sino contra más de la mitad de sus propios compatriotas. Es tan obvia y, al mismo tiempo, tan torpe su jugada, que no vacila en agredir a una supuesta «quinta columna», que sería la de sus adversarios políticos. Estamos ante una estratagema electorera de vuelo gallináceo. No son las bases militares en Colombia las que le quitan el sueño sino las bases del pueblo venezolano. Para aquellas, la diplomacia suramericana ya ha venido colocando muros de contención y tanto Uribe como los gringos se han visto obligados a dar garantías a sus vecinos.
De hecho, el propio Correa, desmarcándose de Chávez, avanza en el camino del restablecimiento de relaciones con Colombia, a pesar de las bases.
Pero Chacumbele necesita la conflictividad permanente, hacia adentro y hacia fuera. Por eso no se pueden subestimar los niveles que podría alcanzar su carencia de escrúpulos.