Con Putin solo vale la fuerza, por Gonzalo González

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Saludamos la decisión de Trump de reanudar el suministro de armas a Ucrania; ayuda que nunca ha debido de ser suspendida porque la colocaba en una situación vulnerable que solo favorecía a Rusia como ha quedado demostrado y sin que facilitara avance significativo alguno para abrirle camino a una solución justa y sustentable que diera fin a la guerra.
Los Estados Unidos y la Unión Europea han debido, desde el comienzo de la agresión rusa a Ucrania, actuar con más diligencia y visión de largo plazo – sin dejarse condicionar por el chantaje ruso de recurrir a las armas atómicas – armando a Ucrania con todo lo necesario no solo para defenderse y repeler la invasión sino para adquirir la capacidad de dañar la infraestructura y capacidades bélicas y de servicios públicos rusos dentro de su propio territorio.
A Putin había que hacerle pagar desde el principio costos internos por la agresión y generarle problemas en la retaguardia.
Putin y su particular nomenclatura han demostrado ser impermeables y reacios a cualquier negociación que signifique respetar la soberanía e integridad territorial de Ucrania. En estos días, aprovechando que las miradas del mundo estaban centradas en el Medio Oriente, ratificó que su objetivo es apoderarse de Ucrania porque la consideran parte integral de Rusia. Incluso se atrevió a desairar y exponer al ridículo a Trump al intensificar los bombardeos contra Ucrania cuando estaban en progreso las gestiones promovidas por Estados Unidos para alcanzar un alto al fuego; iniciativa apoyada por otros países importantes y claves de la zona como Turquía; quienes saben y temen lo que supone una victoria rusa.
El problema de fondo en todo esto es la intención expresa del putinismo de reinstaurar a cañonazos, si fuese necesario, el dominio e influencia rusa en Europa Oriental y en los países ribereños del Báltico. En otras palabras, reeditar de alguna manera el statu quo imperante en la era soviética no desde la ideología comunista sino desde una visión reaccionaria que mezcla el nacionalismo plan ruso del zarismo con el cristianismo ortodoxo.
Putin no ha usado los ingentes recursos proporcionados por la exportación de petróleo sus derivados y el gas para diversificar la economía y generar prosperidad en Rusia y ganar influencia internacional cómo si lo han hecho los comunistas chinos en el post maoísmo usando el soft power, sino para armarse, comprar lealtades, recurrir al chantaje y la extorsión e infiltrar gobiernos, y organizaciones de todo tipo en occidente y África.
Rusia se ha convertido en una especie de Estado forajido y en una amenaza para el orden internacional y la paz mundial. Sin incurrir en exageraciones e injusticias se puede homologar su rol en el concierto internacional al del Irán de los ayatolas.
Contener a Putin y obligarlo a desistir de sus propósitos expansionistas, empezando por Ucrania, es una necesidad estratégica desde el punto de vista geopolítico que trasciende el ámbito europeo y que supondría una poderosa señal desde las democracias a aquellos Estados que pretendan socavar la integridad territorial de otros Estados. Esa poderosa señal es clave en el caso de China y sus pretensiones con Taiwán.
La contención de la que hablamos tiene su escenario central en Ucrania. Si Estados Unidos y la Unión Europea permiten que ese país corra la misma suerte que la Checoslovaquia de 1938 con el Pacto de Múnich estarán facilitando un escalamiento cualitativo del caos internacional y creando condiciones para una posible III y última guerra mundial.
Esperamos que la decisión de Trump sea firme y sostenida en el tiempo – y no la de las idas y venidas, hoy una cosa mañana la contraria– hasta lograr en conjunto con la Unión Europea y la firmeza y valentía ucraniana torcerle la mano a Putin y hacerle desistir de su inaceptable e inviable objetivo de aumentar su influencia internacional mediante la violencia y el expansionismo territorial.
Gonzalo González es politólogo. Fue diputado al Congreso Nacional.
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