Con una pasión digna de mejor causa, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
Un debate por el cual habría que felicitarse que es el de la manera como las fuerzas democráticas deberían enfrentar un eventual proceso electoral y un acuerdo político sobre el mismo, ha terminado convirtiéndose en una amenaza para lograr ese objetivo. ¡Vaya paradoja!
¿Por qué?
Pues, porque inexplicablemente, se ha desatado una furia incontenible, una tormenta pasional digna de mejor causa, para atacar a uno de los posibles métodos para llegar a un acuerdo.
Veamos:
Es evidente que no hay millones de formas para ponerse de acuerdo tanto en una candidatura, como en un programa, como también en un equipo que pueda liderar el proceso.
De hecho, hay solo tres maneras de hacerlo: 1. Por consenso; 2. Por encuestas o consultas y 3. Por primarias, en el caso de que las dos anteriores no funcionen.
*Lea también: La tentación totalitaria, por Marta de la Vega
Incluso, esta suerte de «protocolo» es el que, en la práctica, la unidad opositora ha usado desde que se ha planteado la necesidad de hacer frente electoralmente a las fuerzas del chavismo y sus aliados.
¿Entonces, de donde viene la intención de descalificación a priori de las primarias?
Esta «primariofobia» que se ha desatado en algunos círculos políticos en el país, es verdaderamente incomprensible. Es obvio que no se puede obligar a estar de acuerdo en todo y a juro, sino, porque lo repetimos, se trata de uno de los mecanismos para lograr un acuerdo. ¿Por qué lapidarlo? ¿De dónde se sacan las versiones apocalípticas de que ocurrirá un Armagedón final en la oposición si se hacen las primarias? ¿De dónde sacan la conclusión de que Maduro impondría su candidato en unas primarias?
Valdría la pena escuchar respuestas a esta y a otras preguntas sobre el tema.
Es comprensible y legítimo que quien no se sienta con fuerza para ganar las primarias, no esté de acuerdo con ellas. Nadie está obligado a pelear enchiquerado y siempre es más cómodo elegir la cancha. Eso es lo que hacen los capitanes de los equipos cuando se sortean las porterías al inicio de un partido.
A nadie hay que criticarlo por intentar estar en el terreno en el que se sienta mejor. Lo que no se entiende es que antes de dar un debate con cierta formalidad, entre los interesados, abominemos de un mecanismo que es perfectamente razonable y uno de los que tenemos a la mano para enfrentar los desafíos que del futuro cercano.
¿Hay otros? Claro, ya decíamos que el consenso y las consultas o las encuestas. Es de Perogrullo que el consenso es el mejor de todas las opciones. Es la ruta más corta y expedita y además, la política se trata esencialmente de llegar a acuerdos, de tender puentes y de hacer alianzas en torno a un objetivo común.
¿Pero qué tal queridos amigos que no aparezca ese hombre o mujer justos que Diógenes buscaba con su linterna? ¿Qué tal que no sea posible ponerse de acuerdo, porque cada quien piense que el suyo es el mejor?
¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos de brazos cruzados esperando que algún día, salgamos, como los angelitos de las madonas renacentistas, agarraditos de las manos con un acuerdo?
Vamos a debatir, sin demonizar ninguna alternativa y, obviamente, mucho menos unas primarias abiertas, incluyentes, donde voten todos los venezolanos, se encuentren donde se encuentren.
Se trata de una tarea inmensa que no se hace sola. Hay que trabajarla, ganar simpatías para ella, enamorar a nuestros electores de nuevo. Esa, por cierto, es una labor que demanda un gran consenso.
Si en el camino vemos que aparece un nombre; un programa, un equipo que nos ponga de acuerdo a todos, pues bienvenido sea.
Lo que no podemos hacer es plantarnos en una sola opción y denostar de las otras. Lo que nos está prohibido es que nos agarre el catarro de una elección sorpresiva, sin el pañuelo de todos los deberes hechos.
Julio Castillo Sagarzazu es Maestro
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo