Conceptos, por Gisela Ortega
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-El oro, según todas las probabilidades, es el primer metal con el que los hombres han adornado y fabricado los objetos para su uso. Ningún otro requiere, además, para su manipulación, un utillaje tan sencillo. Esta simplicidad explica, durante muchos siglos, el instrumental de los orfebres se ha diferenciado tan poca cosa del que empleaban sus predecesores, los artesanos de la prehistoria. Pero es muy difícil precisar, ni aun haciendo las más liberales concesiones a la cronología, la época en que sucedió todo esto.
Los documentos más antiguos relacionados con esta ardua cuestión, se remontan a la plurimilenaria civilización de Egipto. Pertenecientes a una época, que se sitúa alrededor del año 4.100, antes de Jesús, han sido encontradas algunas inscripciones en las que aparece el signo con que los antiguos egipcios representaban el oro. En Abydos, en la tumba del Kendenes-Djer, tercer monarca de la primera dinastía que reino hacia el año 4000 antes de nuestra era, este oro aparece ya materializado en forma de unos brazaletes incrustados en piedras semipreciosas, de un cuidado y fino trabajo, dentro de la tosquedad del estilo.
-Uno de los países donde el oro antiguamente abundaba, era Etiopia. Sus minas continúan produciendo metal aurífero, mientras que sus contemporáneas de Nubia y Egipto han sido abandonadas hace siglos a causa de su progresivo empobrecimiento. El oro era allí tan corriente, que se empleaba en los menesteres más triviales. Salvio habla de una montaña de polvo aurífero de varios metros de altura, y Herodoto, refiere el asombro del conquistador Cambises, rey de Persia, al ver que eran de oro las cadenas que empleaban los etíopes para sujetar a los prisioneros.
Fuese con motivo de esta abundancia o por cualquier otra causa, los nativos concedían a este metal un valor secundario en relación con la plata. Así en las antiguas inscripciones de los etíopes aparece siempre invertido él orden de enumeración de ambos, colocándose el oro después de la plata.
-En el manuscrito del siglo XII o XIII Tractatus Lombardicus, que celosamente se guarda en Cambridge se encuentra esta receta para la fabricación de lo que el monje Teófilo llama “oro español”. Teófilo Lombardo se llamaba, debió ser el nombre que adopto al vestir los hábitos y el lombardo sólo indica que en Lombardía vivió. Fue un gran artista, un teórico de la pintura, pero no supo sustraerse a las seducciones de la alquimia, como le sucedía a todos los espíritus de su época.
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“El oro español, –advierte el monje Teófilo–, se compone de cobre rojo, polvo de basilisco, sangre humana y vinagre. Los gentiles –España se hallaba entonces bajo la dominación árabe- se procuran los basiliscos de la siguiente manera: colocan bajo la tierra, dejando un conducto para la ventilación, una jaula en la que encierran dos gallos de doce a quince años, a quienes se alimenta con largura. Cuando estos animales están bien cebados, con el calor que les proporciona sus propias carnes, se acoplan y ponen huevos. De estos huevos salen unas crías macho, a los que al cabo de siete días le crecen colas de serpiente. Se encierran entonces en grandes vasos de cobre, cubiertos de agujeros y se les entierra durante seis meses, dejando que se nutran con la tierra que penetra por los orificios. Se retiran entonces los vasos y se les somete a fuego vivo hasta que los basiliscos quedan convertidos en cenizas. Cuando se han enfriado, se les mezcla con un tercio de sangre de varón. Se pulveriza bien la pasta y se le añade vinagre fuerte. Se toman entonces láminas muy delgadas de cobre bien pulidas y se aplica por cada lado, una capa de esta preparación. Cuando la tintura haya penetrado en el cobre de parte a parte, el metal adquirirá el peso y el color del oro. Este oro –termina Teófilo-, es propio para todos los casos.”
-En enero de 1848 se descubrió el oro en California. La sensación fue enorme…y la emigración también. El 19 de mayo de ese mismo año, el periódico The Californian, de San Francisco, anunció que iba a cesar en su publicación por falta de operarios. Todos los de la imprenta, y todos los redactores emigraban a las minas. El director escribió su último editorial y siguió su ejemplo.
La población del territorio, en un año y medio paso de 1500 a 100.000 almas. Aquello hervía de ladrones, bandoleros de la peor especie. Los tiroteos, los asesinatos, los desvalijamientos y las batallas campales estaban a la orden del día. Era el imperio del más fuerte, y del revólver del calibre 45.
El Gobierno federal mejicano envió una fuerza armada con instrucciones para restablecer el orden, pero la atracción del oro era tal, que los soldados abandonando armas y bagajes, huyeron a las minas. El Gobierno mando entonces un barco de guerra. La cosa fue mucho mejor. El comodoro desembarco una compañía, y ya no volvió a echar el ojo a ninguno de sus marineros. Al día siguiente estos estaban ya filtrando arenas auríferas. Ni la paga de quince dólares diarios había conseguido retenerlos.
-Soñar con oro: afán de poder y dominio. Personalidad muy ambiciosa. En este caso la ambición entra en la fase “la codicia rompe el saco”, o sea, del que todo lo quiere y a la larga todo lo pierde.
Gisela Ortega es periodista.
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