Confesiones de un enchufado, por Aglaya Kinzbruner

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No es usual entrevistar una persona por teléfono sin el auxilio de una libreta de taquigrafía o una grabadora para garantizarse uno el «yo no dije eso» , pero, en cambio, yo ofrecí no hacer nombre alguno en todo el relato. «De acuerdo» me dijo. Para empezar me preguntó si yo sabía qué era un enchufado. Suspiré. ¿Quién en Venezuela no sabe qué es un enchufado? Con voz cansada y sabihonda dije que era un señor que fingía ser de oposición y se aseguraba una entrada por parte del gobierno. «¿Ve cómo no sabe nada? Me agredió una voz del otro lado del teléfono, «ése no es un enchufado, ése es un alacrán».
Me estaba hartando esa voz anónima del otro lado del auricular. «¿Y usted sí es un enchufado?» pregunté. «Sí señor, un enchufado con todas las de la ley, claro, pero fuera de la ley, usted me entiende, pero no un enchufado come gorgojo sino uno de verdad, a lo grande, con sus responsabilidades, su filosofía del trabajo que deja que los demás trabajen para luego con ese trabajo beneficiar el mayor número de gente posible. «Caramba – dije – me suena un poco como Candide, alumno favorito del profesor Pangloss, que llegó a la conclusión que lo mejor del mundo era hacer su propio jardín y vivir para cuidarlo.»
«Yo no la llamé para que me cuente sobre Voltaire sino para denunciar los problemas de los dobles enchufes. Resulta que en el New York Times, periódico que en el pasado, imagínese, fue fundado en el 1851 bajo el nombre de New York Daily Times, era totalmente confiable, no como hoy que uno no puede creer para nada en los medios, todos forman parte de esa guerra entre demócratas y republicanos y tuercen y retuercen las noticias, ha salido en estos días con la noticia que se perdió una valiosísima negociación de prisioneros venezolanos en el Salvador por prisioneros políticos venezolanos más otros americanos, españoles, italianos y argentinos por culpa de ¡imagínese! Un doble enchufe».
Por un lado se encontraba la negociación en pleno auge entre enviados del Departamento de Estado y hubiera podido perfectamente llegar a un acuerdo si no hubiese intervenido eso que le dije antes ¡un doble enchufado! Se lo digo con toda confianza para que se remedie esta terrible invasión de dobles enchufados en el campo de nosotros los enchufados tradicionales para echarnos a perder ¡honor, tradición y respetabilidad! Estaba totalmente perdida. ¿Quién era este misterioso doble enchufado?
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Pero mi interlocutor siguió hablando. Aparentemente podía, por algún extraño fenómeno de telepatía, leerme en la mente todas las preguntas que se me estaban acumulando. «Pues es un señor, admirador de Trump, enviado por él, para resolver el dilema, el busilis en que estamos viviendo aquí en esta Tierra de Gracia, que se fue por la libre y propuso no solo la liberación de los rehenes sino también la renovación de la licencia de una petrolera, supuestamente mal portada (los británicos dirían allegedly)». Se formó la sampablera, el Jefe del Departamento de Estado se molestó y las negociaciones se fueron al mismo sitio honorable al cual fueron todas hasta ahora, el trasto de la basura.
Y ahora queremos contar una anécdota antigua. Un estudiante de latín de hace muchos siglos atrás se encontró con una referencia in rebus illis, en aquellas cosas. La dividió en dos partes ya que la expresión completa no cabía en la misma línea. Quedó así: in re por un lado, y busilis por el otro. Y permaneció por mucho tiempo la determinación de busillis como algo oscuro e incomprensible. Pero siempre llega el factotum que ¡todo lo soluciona!
«Aló – dije – aló», pero ya el misterioso interlocutor había colgado el auricular.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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